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Con el corazón al galope, saltó de la cama y revolvió un cajón. Sacó los primeros shorts que encontró y se los puso debajo del camisón corto. El reloj marcaba las once. Mientras corría por la casa oscura, Maggie sintió que se ahogaba por la excitación. Se deslizó como una sombra por el corredor y salió por la puerta delantera, atravesó la galería y bajó los escalones entre los arbustos de corona de novia cargados de flores; corrió hacia la negrura del lago donde el ronroneo suave de los motores del Mary Deare agitaba el agua y tornaba difuso el reflejo de la luna; colina abajo, descalza, sobre el césped húmedo, bajo el encaje negro de ramas de arce hasta que oyó apagarse los motores, luego oyó el sonido de las olas contra los pilotes del muelle, después sus pies descalzos golpeando contra la plataforma de madera. La sintió sacudirse cuando la embarcación golpeo suavemente contra ella.

Eric apareció como un fantasma blanco, silencioso y espectral como el Mary Deare, aguardando junto a la baranda con los brazos extendidos mientras ella se lanzaba hacia ellos como una paloma perdida que por fin encuentra su hogar.

– ¡Ay, mi amor, cómo te extrañé! Abrázame, por favor… abrázame.

– Ah, Maggie… Maggie…

Eric la sujetó con fuerza contra su torso desnudo, contra los pantalones blancos enrollados hasta la pantorrilla. Con las piernas abiertas, se afirmó sobre la cubierta ondulante y besó a Maggie como si al hacerlo se le curara una herida lacerante.

Como una repentina lluvia de verano, brotaron las lágrimas de Maggie, sin previo aviso.

– ¿Maggie, qué pasa? -Eric se apartó, y trató de levantarle el rostro, que ella, avergonzada, ocultaba contra su hombro.

– No lo sé. Es pura tontería.

– ¿Te sientes mal?

– No… sí… no lo sé. He estado al borde de las lágrimas todo el día, sin ningún motivo valedero. Lo siento, Eric.

– No, no… no importa. Llora tranquila. -La sostuvo abrazada con suavidad, masajeándole la espalda.

– Pero es que me siento tan tonta, y además, te estoy mojando el pecho. -Maggie resopló contra la piel de él y se la secó con el dorso de la mano.

– Mójalo, vamos. No se encogerá.

– Ay, Eric… -Luego de un sollozo, comenzó a calmarse y se acomodó contra los muslos de él. -No sé qué me pasa últimamente.

– ¿Tuviste una mala semana?

Ella asintió, y al hacerlo, le golpeó el mentón.

– ¿Puedo desahogarme contigo, por favor?

– Por supuesto.

Le hacía tan bien apoyarse contra él y dejar desbordar sus sentimientos.

– No me está dando resultados esto de contratar a Katy -comenzó. Le contó todo: las trasnochadas de Katy y cómo afectaban su trabajo; lo difícil que era supervisar a su propia hija; la imposibilidad de hablarlo con Brookie; y su sensación de estar atrapada en una etapa de maternidad que creyó haber superado. Confesó su irritabilidad poco habitual y su tristeza por haberse distanciado del todo de su madre. Le dijo, también, que Katy sabía que se veía con él y que habían discutido por eso.

»Así que te necesitaba, hoy… mucho.

– Y yo te necesitaba a ti.

– ¿Tu semana fue horrible, también?

Él le habló de los festejos en casa de Mike y Barb esa semana, primero el sábado, cuando toda la familia aportó para hacerle una gran fiesta de graduación a Nicholas; y de la noche anterior, cuando Barb dio a luz una niña, dos semanas después de la fecha indicada, pero hermosa y sana. La habían llamado Anna, como la abuela.

– En una misma semana mandan un hijo afuera, al mundo, y traen otro a él -reflexionó con tristeza.

– Y tú no tienes ni siquiera uno… eso es lo que te pone mal, ¿no?

Eric suspiró y se encogió de hombros, la sujetó de los brazos y la miró a los ojos.

– También pasó otra cosa el fin de semana pasado.

– Cuéntame.

– Nancy vino a casa de Ma, suplicando una reconciliación, y hoy mi abogado me advirtió que no quedará bien a ojos del tribunal si me niego a intentar al menos una reconciliación si mi mujer la solicita.

Maggie estudió su rostro con preocupación.

– No te preocupes -añadió Eric, enseguida-. Yo te amo a ti. Eres la única a quien amo y te prometo que no volveré con ella. Nunca. -Le besó la boca, con ternura, luego con creciente ardor, buscando con su lengua húmeda y suave la de ella. -Ay, Maggie, te amo, cómo te amo. -Su voz sonaba torturada. -Me muero por ser libre para poder casarme contigo, para que no tengas que sufrir el desprecio de tu hija y de tu madre.

– Lo sé. -Ahora le tocó a ella reconfortarlo, acariciarle el rostro, las cejas. -Algún día será.

– Algún día -repitió él, con un dejo de impaciencia-. ¡Pero cuándo!

– Shhh… -Maggie lo calmó, le besó la boca, lo obligó a olvidarse por un rato. -Yo también te amo. Fabriquémonos nuevos recuerdos… aquí… bajo las estrellas.

La luna desparramaba sus sombras sobre la cubierta de madera… una lanza larga contra los tablones más claros, cuando se unieron y se convirtieron en una sola línea. Eric abrió su boca sobre la de Maggie, le capturó los labios y deslizó las manos por su espalda, abriéndolas luego para apretarle las nalgas fuertemente contra él. Maggie se puso en puntas de pie, pasó las uñas por el cuero cabelludo de él, luego por sobre sus hombros desnudos. Eric le aprisionó los pechos bajo el camisón suelto, la tomó debajo de los brazos y la levantó hacia las estrellas, manteniéndola suspendida mientras le besaba el seno derecho. Ella hizo una mueca de dolor y Eric murmuró:

– Perdón… lo siento… me vuelvo demasiado impaciente… -Con más suavidad, abrió la boca sobre ella, humedeciéndole el camisón, la piel, y los rincones más recónditos de su ser. Maggie arqueó la cabeza hacia el cielo y lo sintió temblar, se sintió temblar, sintió el aire de la noche temblar alrededor de ambos y pensó: Queno lo pierda. Que no gane ella.

Cuando se deslizó hacia abajo por el cuerpo de él, marcó el camino con los dedos, trazando una línea sobre su pecho, su vientre, luego tomándolo en su mano.

– Ven -susurró él con urgencia, llevándola de la mano hacia la proa, donde una lona cortaba la luz de la luna y la luz de los paneles les iluminaba los rostros con una pálida fosforescencia. Eric encendió el motor y se sentó sobre el taburete alto; acomodó a Maggie entre sus muslos. Enfiló hacia Bahía Green, deslizando una mano dentro de la ropa interior de ella y acariciándola íntimamente mientras se alejaban de la costa.

Maggie le devolvió las caricias a través del pantalón. Navegaban sobre las aguas estrelladas; ella absorbió el golpeteo de las olas contra el casco y el aroma de la piel tibia de Eric y la suavidad del contacto de su pelo cuando él hundió el rostro contra la curva de su hombro.

Eric arrojó el ancla a unos seis metros de la costa. Hicieron el amor sobre la fresca cubierta de madera, con movimientos que se amoldaban a los de la embarcación sobre las olas de la noche. Fue tan agotador como siempre, pero debajo de la maravilla experimentada había un hilo de tristeza. Porque él no le pertenecía, ni ella a él y eso era lo que ambos más deseaban.

Cuando terminaron, Eric se quedó sobre ella, con los codos apoyados a ambos lados de la cabeza de Maggie. Ella contempló el rostro, lo que se veía de él en las sombras, y sintió que el amor la golpeaba de nuevo con una fuerza arrolladora.

– A veces -susurró -¿no es difícil expresarlo? ¿Con palabras lo suficientemente poderosas o significativas?