– No desea la interrupción de su vida.
– Pues le puedes decir de mi parte que nosotros tampoco la deseábamos, pero ahora que tenemos a Anna no la cambiaríamos por nada del mundo.
– Es diferente para Maggie, Mike. Piensa que no puede manejar una hostería con un bebé que se despierta y llora en la noche; probablemente tenga razón.
– No había pensado en eso.
– Además, piensa que somos demasiado viejos para tener un bebé.
– Pero caray, viejo, ¿no sabe que has deseado un hijo toda tu vida?
– Sí, lo sabe y dice que lo querrá. Es sólo el shock.
– ¿Para cuándo es?
– Para dentro de cuatro meses y medio.
Nancy había escuchado suficiente. Se sintió envuelta en llamas. En la oscuridad, las mejillas le quemaban y el corazón le galopaba enloquecidamente. El agua de la manguera seguía golpeando el piso cuando se volvió y retrocedió, alejándose de las voces. Bajo las sombras de los arces, se subió de nuevo al coche, cerró la puerta sin ruido y aferró el volante. Le ardían los ojos.
Había dejado embarazada a otra mujer.
Aniquilada, dejó caer la frente sobre los nudillos y sintió que la sangre le corría a las extremidades. Miedo, asombro y furia la golpearon. Miedo de lo desconocido que tenía por delante, de la disolución del hogar de ambos, de sus finanzas, de su forma de vida, que ella había querido cambiar, sí, pero por elección, no por obligación.
Miedo de perder a un hombre al que había capturado a los veinte años y miedo de no poder conseguir otro a los cuarenta.
Asombro porque había sucedido realmente, cuando ella se había sentido completamente segura de que de algún modo podría hacerlo volver, de que su belleza, sensualidad, inteligencia, ambición y posición como esposa bastarían para atraerlo de nuevo hacia ella una vez que él recuperara la sensatez.
Furia porque él le había vuelto la espalda a todo eso y la había convertido en un hazmerreír con una mujer que todos sabían que era su ex novia.
¡Cómo te atreves a hacerme esto! ¡Todavía soy tu esposa! Llegaron las lágrimas, lágrimas ardientes de mortificación por lo que tendría que soportar cuando la gente se enterara de la verdad.
¡Maldito seas, Severson, espero que tu barco de mierda se hunda y la deje a ella con tu hijo ilegítimo!
Lloró. Golpeó el volante. La mujer rechazada. La que había permitido que la arrastraran a ese horrible lugar en contra de su voluntad. La que había renunciado a una vida en la ciudad que le encantaba para que él pudiera venir aquí a jugar al Capitán Ahab. La que salía a trabajar cinco días por semana mientras él se quedaba para acostarse con otra mujer. Si viviera en Chicago nadie se enteraría, pero aquí, todos lo sabrían… su familia, el jefe de correos, ¡todos los malditos pescadores de la zona!
Cuando dejaron de aflorar las lágrimas, Nancy se quedó mirando la luz tenue de la puerta del cobertizo; las sombras de los arces la cruzaban una y otra vez. Podía darle lo que deseaba, pero ¡no pensaba hacerlo! ¿Por qué iba a facilitarle las cosas? ¡Él había aniquilado su orgullo y pagaría caro por ello!
Se secó los ojos con cuidado, se sonó la nariz y encendió la luz interior para mirarse en el espejo. Buscó un delineador de ojos dentro de la cartera y se retocó los ojos, luego apagó la luz.
Abajo, en el cobertizo, el agua dejó de correr y la luz se apagó. Cuando los dos hermanos salieron, Nancy bajó del auto y cerró la puerta con ruido.
– ¡Eric! -llamó, amistosa, al tiempo que se acercaba a los dos hombres por entre la oscuridad debajo de los árboles. -Hola, encontré tu nota.
– Nancy. -Eric habló con voz fría, reservada. -Podrías haber llamado. No era necesario venir.
– Lo sé, pero quería verle. Tengo algo importante que decirte. Hola, Mike -añadió, como si acabara de verlo.
– Hola, Nancy. -Mike se apartó y dijo: -Oye, Eric, te veré mañana.
– Sí. Buenas noches.
Una vez que Mike se fue, el silencio fue solamente roto por los insectos del verano. De pie dentro del radio de alcance de ella, Eric se sintió amenazado, impaciente por alejarse.
– Dame un minuto para lavarme las manos. Enseguida vengo.-Se alejó sin invitarla a aguardar adentro. ¡Qué diablos, por fin había admitido que a ella nunca le habían gustado ni Anna ni su casa! ¿Por qué iba a hacerse el noble a esa altura del partido?
Regresó al cabo de cinco minutos, con vaqueros limpios y otra camisa. Olía a jabón de tocador. Se acercó a Nancy con grandes pasos, como si quisiera acabar con el asunto de una vez por todas.
– ¿Dónde quieres hablar? -preguntó, antes de llegar adonde estaba ella.
– Vaya, qué brusco -lo reprendió, tomándolo del brazo y apoyándose contra él.
Eric le quitó la mano con fuerza deliberada.
– Podemos hablar en el Mary Deare o en tu coche. Elige.
– Preferiría hablar en casa, Eric, en nuestra propia cama. -Apoyó una mano sobre el pecho de él y Eric volvió a quitársela.
– No estoy interesado, Nancy. Lo único que quiero de ti es el divorcio y cuanto antes, mejor.
– Cambiarás de parecer cuando oigas lo que tengo que decirte.
– ¿Qué es? preguntó Eric con frialdad.
– Te hará feliz.
– Lo dudo. A menos que sea una fecha de audiencia.
– ¿Qué es lo que siempre quisiste más que nada en el mundo?
– Vamos, Nancy, déjale de juegos. Tuve un día largo y estoy cansado.
Ella rió, forzando el sonido a brotarle de la garganta. Volvió a tocarle el brazo, sabiendo que a él no le gustaba. Quería tener la satisfacción de sentir cómo lo recorría el impacto. Tuvo un instante de vacilación: lo que hacía estaba mal. Pero lo que él había hecho, también.
– Vamos a tener un bebé, mi amor.
El impacto golpeó a Eric como una descarga eléctrica. Se quedó sin aliento. Retrocedió un paso. La miró, boquiabierto.
– ¡No te creo!
– Es verdad. -Nancy se encogió de hombros con convincente indiferencia, -Cerca del día de Acción de Gracias.
Eric hizo rápidos cálculos: la noche que la tomó por la fuerza en el sofá del living.
– Nancy, si estás mintiendo…
– ¿Mentiría respecto de una cosa así?
Eric la tomó de la muñeca y la arrastró al auto, abrió la puerta para que se encendiera la luz interior.
– Quiero verte la cara cuando lo dices. -Le sujetó las mejillas, obligándola a mirarlo. Para su gran consternación, se dio cuenta de que ella había estado llorando, lo que aumentó su temor. No obstante, se lo haría repetir para asegurarse. -Ahora dímelo otra vez.
– Estoy embarazada de tres meses y medio y el bebé es tuyo, Eric Severson -dijo Nancy con tono sombrío.
– ¿Entonces por qué no se nota? -Le soltó la cara y le recorrió el cuerpo con una mirada incrédula.
– Llévame a casa y mírame desnuda.
No quería hacerlo. Dios, no deseaba hacerlo. La única mujer de la que quería estar tan cerca era Maggie.
– ¿Por qué tardaste tanto en decírmelo?
– Quería asegurarme de que no era una falsa alarma. Pueden pasar muchas cosas en los tres primeros meses. Después de ese período, ya es más seguro. No quería darte esperanzas demasiado pronto.
– ¿Y cómo es que no estás alterada? -la ametralló Eric, entornando los ojos.
– ¿Respecto de salvar mi matrimonio? -replicó ella con tono razonable, luego fingió perplejidad-. Tú eres el que parece alterado y no entiendo por qué. Al fin y al cabo, eso es lo que querías, ¿no?
Eric se hundió contra el respaldo del asiento con un suspiro y se pellizcó el hueso de la nariz.
– ¡Maldición, pero ahora no!
– ¿Ahora no? -repitió Nancy-. Pero siempre me estás diciendo que el tiempo pasa, que se nos hace tarde. Pensé que te alegrarías. Pensé…-Dejó que su voz se cortara lastimosamente. -Pensé… -Produjo varias lágrimas que provocaron la reacción esperada. Eric extendió el brazo y le tomó la mano que tenía sobre la falda. Le acarició el dorso con el pulgar.