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»Es un verdadero diálogo corporal y amoroso, donde los dos manejan la autodeterminación y donde también hay momentos de silencio, un silencio necesariamente forma paarte del diálogo, que lo enriquece si quieren, pero nunca lo anula. Este diálogo, los dos pueden proponer, porque aunque uno tome la iniciativa del primer movimiento, de acuerdo a como sea la respuesta, ya sea por velocidad, amplitud o dirección, es el siguiente movimiento. Por eso hay que aprender a vivir el error como posibilidad de enriquecimiento.

»Si esto no hubiese sido así, el tango no existiría. No deben enojarse ante un fallo, busquen el contacto con el otro e intenten crear juntos. Finalmente el tango también es una forma de autoconocimiento, porque así como en nuestra vida de relación, ya sea como amigo, amante, padre, conozco mi calidad de tal a partir del otro, en el tango puedo ser un protector o un protegido, un dominado o un dominador, puedo ser infinitamente tierno, violento o tal vez la mezcla de todo eso, y mi pareja está allí para mostrármelo. Esto que planteamiento no es fácil, pero sólo cuando lo entiendan podrán bailar, y además, de una manera distinta cada día: a veces con violencia, otras con ternura, otras en verdadero éxtasis, pero seguro no interrumpirán la danza.»

Mientras volvíamos caminando a casa, las palabras de Julio retumbaban dentro de mí. Era como si las frases hubiesen tomado forma corporal y danzasen en mi cabeza, ocupándola, ordenándose, tomando armonía y sentido:

“El abrazo es contención no estrujamiento… Tomen el error como posibilidad… Si no le doy el espacio él se lo va a tomar… Mi pareja está allí para mostrarme cómo soy… El encuentro es diálogo, no imposición; el diálogo es escuchar al otro, no suponer; el abrazo es dar espacio, no atrapar; el tango es dialogar, dialogar, dialogar…”

Hoy releo estos viejos apuntes. Los encontré en el cajón de una cómoda que había quedado en el sótano después de la mudanza. ¡Cuánto tiempo ha pasado! ¿Diez años? Sí, creo que sí. En aquella época cumplíamos a duras penas dos años de casados y ya llevavamos juntos como doce. La crisis pasó y efectivamente los dos tuvimos que aprender a vivir juntos, así como aprendimos a bailar tango.

Mientras leo estoy escuchando música y Alberto está terminando de arreglar el jardín. Por cierto ya terminó.

Veo que entra.

Está sonando Danzarín. Es el tango que más nos gusta bailar.

– ¿Qué estás haciendo? -le digo.

– Estoy pensando que tengo muchas ganas de abrazarte… ¿Bailamos un tanguito, mi vida?

LIC. JULIA ATANASÓPULO GARCÍA

¿No te parece una joyita?

Creo que dice poco o más o menos lo mismo que nosotros pero en lugar de relacionarlo con la pareja lo refiere al baile. Me encanta.

¿Lo incluimos en el libro?

Besos,

Fredy

A Roberto le encantó el planteamiento y hasta pudo prescindir de que el texto viniera de Fredy. Subió el cursor hacia el comando Edición y pulsó la opción Seleccionar todo. Luego lo copió en una hoja nueva de su procesador y eliminó la última parte del mensaje. En lugar de la despedida de Fredy, Roberto escribió:

¿No te parece una joyita? Me parecía cuando lo estaba leyendo que hablaba de ti y de mí. Sentía que describía nuestro encuentro y que en lugar de vincularlo con una relación entre dos adultos que se conocen y se quieren, lo refería al baile. Me encanta. También nosotros aprendimos a danzar juntos a lo largo de esta danza que es escribir este libro. También nosotros, creo, debimos aprender a abrazarnos, a contenernos, a no empujarnos, a no atropellarnos, también nosotros podemos seguir aprendiendo a bailar juntos. ¿Me acompañas en este tango? Te mando un beso y un abrazo “arrabaleros”. Fredy

Revisó lo escrito, lo recortó y lo pegó en el mail que con el título “Tango” envió después a carlospol@spacenet.com desde trebor@hotmail.com

La respuesta de Laura llegó a la noche del día siguiente y por un momento lo hizo estremecer. Debía ser más cuidadoso, el mensaje empezaba diciendo:

Fredy:

¿Qué es eso de “para estrenar tu nueva dirección electrónica”? ¿Mi nueva dirección? No soy yo la que cambió de lugar, ¡fuiste tú! Habrás querido decir “para estrenar mi nueva dirección he elegido…”. Me parece que con tanto viaje ya no sabes si te vas o te quedás, si estás o te fuiste, si eres tú o eres el otro.

De todos modos me he divertido mucho con tu confusión; me preguntaba qué dirían tus pacientes si supieran que no sabes ni dónde estás.

Decididamente debía leer los mails con más cuidado si quería seguir jugando este papel de administrador del correo. El mensaje seguía:

Me pareció fascinante la idea de tu amiga Julia. Es increíble cómo encaja, no sólo con nuestra relación sino con todo lo que sostenemos y trabajamos. Después de leer lo del tango fui a la carpeta donde guardo algunos de los apuntes que tomé cuando preparábamos la presentación de Cleveland y encontré nuestro “Programa de trabajo dirigido a personas con dificultades para estar en pareja”. ¿Te acuerdas?

1. Desarrollar nuestra capacidad de amar. 2. Abandonar la expectativa de perfección. 3. Encontrar el equilibrio entre entrega y privacidad. 4. Desarrollar la intuición para dejarnos guiar por ella y a veces por la de nuestro/a compañero/a. 5. Trabajar con las dificultades de dar y recibir, conectados a las necesidades verdaderas. 6. Privilegiar los mensajes del cuerpo, las situaciones placenteras frente a las ideas de lo que “está bien”. 7. Trabajar honestamente para ver hasta qué punto estamos dispuestos a dar lo que tenemos aunque nos cueste y no sólo lo que nos sobra, a ceder espacio y tiempo para la relación, a dejar el centro absoluto del universo. ¿Te das cuenta? Es lo mismo. Estoy muy impresionada y muy feliz. Te quiero mucho. Besos a Julia cuando le escribas. Laura

Roberto bajó el mensaje a su procesador y quitó la primera parte del texto. Antes de reenviarlo borró del final el “Te quiero mucho” y después también eliminó el “y muy feliz”; había decidido que algunas palabras de Laura las iba a reservar sólo para si.

Toda esa noche y gran parte del día siguiente estuvo reflexionando acerca del papel que esta situación le otorgaba, se encontró pensando que a los usos de la relación entre Laura y Fredy esa casilla intermediaria funcionaba como un Dios de infinito poder. A su antojo Trebor podía cambiar, agregar, quitar, producir y distorsionar la información que cada uno recibía y, de alguna manera, manipular ciertas respuestas, pensamientos y acciones sin que ellos siquiera se enterasen.

A pesar de lo que cualquiera pudiera pensar, no era su intención hacer daño. Con respecto a Fredy, porque la jugada con Farías había sido suficientemente malvada como para canalizar toda su bronca (de hecho ya se estaba arrepintiendo un poco). Y con respecto a Laura, porque su único deseo era no perder contacto con ella.

Trebor era solamente la única forma segura de mantener esa relación con Laura.

LIBRO TERCERO carlospol@

CAPÍTULO 11

Laura terminó de cerrar la puerta de su casa y se dio cuenta de que Ana se había ido sin su carpeta de dibujo. Sonrió mientras reordenaba su día para tener tiempo de pasar por la escuela a dejarle la carpeta a su hija.

El agua para el té debía estar a punto, así que se apresuró para llegar a la cocina y una vez que estuvo allí escuchó el clásico ruido del agua al romper el hervor. Apagó el fuego y enseguida abrió la caja donde guardaba el té. ¿Cuál?, pensó mientras miraba los diferentes sobres de todos los colores ordenados prolijamente en dos hileras.

Miró por el gran ventanal que daba al jardín y decidió que tomaría el “Ensueño’, una mezcla de té negro, menta y canela.

Le encantaba haber descubierto los diferentes sabores y tipos de infusiones posibles.

En tanto que sumergía el saquito en la taza con agua caliente, “recordaba” aquel lugar donde nunca había estado y que sin embargo ocupaba en su imaginación el espacio de un puerto soñado y lleno de magia: Las teterías del Albaizín en Granada.

Laura se había enterado de su existencia por el relato de Claudia hacía cinco o seis años. Su paciente volvía de un larguísimo viaje por España y había usado gran parte de sus tres primeras sesiones desde el regreso para hablar de la movida andaluza y de “las teterías”.

Giró la cucharilla dentro del té, alzó la taza frente a su nariz cerró los ojos y olió profundamente…

Desde el Paseo de los Tristes subió las viejas calles del Albaizín hasta la plaza de San Nicolás, miró por un rato largo las torres de La Alhambra y después bajó por entre las rústicas casas adentrándose en el antiguo barrio de la morería. Lo pequeños locales, apenas más grandes que un kiosco ofrecían esa combinación embriagante de música marroquí, olores intensos, colores difusos y formas ajenas. Cortinas con arabescos insinuaban las incómodas mesas donde los miembros de la familia servirían un centenar de sabores diferentes de té, en vasos de sobrecargados dibujos en dorado y diminutas teteras individuales de bronce repujado.