—Y de protegernos a nosotros mismos, que estamos abocados a que se nos acuse falsamente —abundó un Túnica Negra.
—Así parece... —intervino un Túnica Roja.
Nuitari se dio media vuelta. Esas discusiones se prolongaban durante hotas antes de que se alcanzara un consenso.
—Primos —empezó—, querría hablar con vosotros.
—Tienes toda nuestra atención, primo —respondió Lunitari, y Solinari, que se situó junto a su prima, asintió con la cabeza.
Los tres dioses habían presenciado los procedimientos desde el plano celestial y, a despecho de que ningún ojo mortal podía verlos, los tres habían adoptado su aspecto preferido. Lunitari tenía el de una mujer pelirroja y vivaz ataviada con ropajes encarnados que estaban orlados con armiño e hilos de oro. Solinari había adoptado la forma de un hombre joven y físicamente poderoso; sus vestiduras eran blancas, orladas con hilos de plata. Por su parte, Nuitari tenía la apariencia de siempre: un hombre de cara redonda como una luna llena, ojos entrecerrados por los pesados párpados y labios carnosos. Los ropajes negros como el azabache eran lisos y sin adornos.
Lunitari sospechó de inmediato que ocurría algo.
—Tienes información sobre esos Predilectos, primo —dijo, excitada—. Chemosh te ha contado algo.
—Chemosh está demasiado ocupado pavoneándose como un gallito de corral para hablar conmigo —respondió Nuitari con sorna—. Se cree muy listo, pero, personalmente, no estoy en absoluto impresionado. Se hallará el modo de destruir a esos cadáveres andantes y se pondrá fin a todo este asunto.
—Entonces ¿de qué quieres hablar con nosotros? —preguntó Solinari. —He construido una Torre de la Alta Hechicería —dijo Nuitari—. Mi propia torre.
Sus dos primos lo miraron de hito en hito, el gesto inexpresivo.
—¿Qué? —inquirió Lunitari, que no daba crédito a sus oídos.
—He construido una Torre de la Alta Hechicería —repitió Nuitari—. O, más bien, he reconstruido una antigua torre, la que se alzaba en Istar. He reedificado las ruinas y he añadido algunos toques personales. La torre se halla situada en el fondo del Mar Sangriento y dos de mis Túnicas Negras ya la habitan. Mi plan es invitar a más hechiceros a trasladarse a ella más adelante.
—¡Hiciste eso en secreto! —barbotó Lunitari—. ¡A nuestra espalda!
—Sí, lo hice —reconoció Nuitari. ¿Qué otra cosa podía decir?
Lunitari estaba furiosa y se lanzó sobre él; a saber qué habría ocurrido si su primo, Solinari, no la hubiese sujetado y apartado.
—A lo largo de los siglos, desde nuestro nacimiento, los tres hemos estado juntos, hombro con hombro —habló Solinari, que seguía asiendo con fuerza a su enfurecida prima—. Hemos colaborado en la causa de la magia y, gracias a ese frente común, la magia prosperó. Cuando tu madre nos traicionó lo lamentamos juntos y unimos nuestras fuerzas para intentar encontrar el mundo. Cuando lo conseguimos, actuamos conjuntamente para restaurar la magia en Krynn. Y ahora descubrimos que nos has traicionado.
—Preguntémonos quién de nosotros es el verdadero traidor —replicó Nuitari—. Mi madre, Takhisis, fue depuesta por su mala acción, se la rebajó a ser mortal y después murió asesinada ignominiosamente a manos de un mortal. Tu padre, primo Solinari, fue un dios antaño, pero ahora es un mendigo que deambula por Ansalon viviendo de la caridad de la gente. —Nuitari sacudió la cabeza.
»¿Y qué hay de mí? Mi madre, muerta. Mi padre, Sargonnas, un violento toro, ¡está volcado en el logro de que sus minotauros gobiernen Ansalon! Ha expulsado a los elfos de su tierra y ahora envía barcos cargados de colonos minotauros. Yo no le importo nada, le da igual lo que es de mí. Todos sabemos que los minotauros tienen mala opinión de los hechiceros, y eso incluye a mi padre. —Los ojos de gruesos párpados se desviaron hacia Lunitari.
«Mientras que tu padre, Gilean, es ahora el dios más poderoso en el cielo. ¿Será coincidencia que los Túnicas Rojas de su hija dirijan el Cónclave?
—¡El equilibrio ha de mantenerse! —dijo Lunitari, que todavía estaba que echaba chispas—. Suéltame, primo, no voy a hacerle nada. Aunque me gustaría arrancar su luna negra del firmamento y metérsela por...
—Calma, prima —intentó tranquilizarla Solinari. Luego se volvió hacia Nuitari—. Que los Túnicas Rojas sean muy poderosos podría ser cierto. Aunque yo no afirmo nada —añadió en un comentario aparte al tiempo que dedicaba una fría mirada a Lunitari—. Con todo, eso no es excusa para lo que has hecho.
—No, no lo es —admitió Nuitari—. Y quiero resarciros por ello. Tengo una propuesta, una que creo que os gustará a ambos.
—Te escucho, primo —dijo Solinari, que parecía más dolido que enfadado.
Lunitari indicó con un seco cabeceo que a ella también le interesaba oír lo que tuviera que decir.
—Ahora hay tres Torres de la Alta Hechicería en Ansalon —empezó Nuitari—. La de Wayreth, la de Foscaterra y mi torre en el Mar Sangriento. Sugiero que, tal como ocurría en tiempos del Príncipe de los Sacerdotes, cada una de las Órdenes posea su propia torre. Los Túnicas Rojas ocuparán la Torre de Wayreth, los Túnicas Blancas tendrán la Torre de Foscaterra bajo su control y mis Túnicas Negras tomarán el mando de la Torre del Mar Sangriento.
Los otros dos dioses sopesaron la sugerencia. La Torre de Wayreth estaba, a todos los efectos, bajo el control de los Túnicas Rojas, ya que Jenna era la jefa del Cónclave y la torre era la sede del poder de ese cuerpo rector. La Torre de Foscaterra había permanecido cerrada desde que a Dalamar se lo expulsó de allí como castigo. No se había permitido a ningún hechicero entrar en ella, precisamente por la razón de que los dioses temían que la torre se convirtiera en la manzana de la discordia, ya que tanto Túnicas Blancas como Túnicas Negras buscaban un modo de reclamarla como suya.
Nuitari acababa de ofrecer una solución al problema. Lunitari reflexionó sobre el hecho de que la nueva torre de su primo se hallaba en el fondo de un océano. No tendría fácil acceso y, en consecuencia, no era probable que representara una amenaza para su propia base en la Torre de Wayreth. En cuando a la Torre de Foscaterra, estaba ubicada en mitad de uno de los lugares más letales de Krynn. Si los Túnicas Blancas reclamaban su posesión, lo primero que tendrían que hacer sería luchar a brazo partido pata abrirse paso hasta ella.
Las cavilaciones de Solinari sobre la Torre del Mar Sangriento eran muy semejantes a las de su prima. También las reflexiones sobre la Torre de Foscaterra eran similares a excepción de que se sentía intrigado ante la posibilidad de rehabilitar la zona maldita que ahora languidecía bajo oscuras sombras. Si sus Túnicas Blancas conseguían quitar la maldición que afectaba a Foscaterra, la gente volvería a vivir y a prosperar allí. Todo Ansalon estaría en deuda con sus Túnicas Blancas.
—Es una proposición para tener en cuenta —dijo a regañadientes Lunitari.
—Querría pensarlo detenidamente, pero me interesa —dijo Solinari.
Nuitari miró en derredor como si temiera que otros oídos inmortales estuvieran escuchando y luego, con un gesto, indicó a sus primos que se acercaran más.
—Tuve que mantener esto en secreto —dijo—. Incluso de vosotros, en quienes más confío.
—¿Por qué? —Lunitari tenía fruncido el entrecejo pero era obvio que sentía curiosidad.
—El Solio Febalas... La Sala del Sacrilegio.
—Se destruyó —manifestó rotundamente Lunitari.
—Cierto —convino Nuitari—. Pero las reliquias sagradas que había dentro no. Ahora las tengo bajo llave, guardadas por un dragón marino con un carácter particularmente desagradable.
—Las reliquias sagradas que robó el Príncipe de los Sacerdotes —dijo Solinari, asombrado—. ¿Las tienes tú?
—Quizá debería decir que ahora, puesto que hemos llegado a un acuerdo, las tenemos los tres.