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Además de no haber mesas ni ventanas tampoco había risas ni diversión. El que atendía en el mostrador servía un licor sospechoso que él afirmaba que era aguardiente enano, pero que seguramente no lo era; lo vertía en jarras de hojalata abolladas que se habían salvado del naufragio. Casi todos los parroquianos bebían solos, hundidos en la miseria y observando, en estado de estupor, a las tatas que iban y venían por el suelo y que eran las únicas que lo pasaban bien, al menos hasta que vieron a Atta. Al prohibirle que las cazara, la perra observaba a las dañinas criaturas con los ojos entrecerrados y cuando alguna se acercaba demasiado, le gruñía. Uno de los clientes que estaba allí ese día era Lleu. Rhys y Beleño habían perdido el rastro de Lleu durante un corto tiempo y luego, por pura casualidad, volvieron a encontrarlo en dirección al sur desde Solace, en lugar de al este. Lo siguieron hasta la ciudad de Nuevo Puerto, en Nueva Bahía, en la parte meridional del Nuevo Mar. Rhys se preguntó por qué viajaría su hermano hacia el sur cuando los otros Predilectos eran atraídos hacia el este. Tuvo la respuesta cuando llegaron a Nuevo Puerto. Lleu había reservado pasaje en un barco que zarparía con destino a Flotsam al cabo de unos pocos días.

Dar con su hermano no había sido difícil. El monje se había limitado a ir de un local de mala reputación a otro y a dar la descripción de Lleu a los taberneros. En Nuevo Puerto dieron con él al tercer intento.

Los taberneros siempre se acordaban de Lleu porque se salía de lo común con los otros parroquianos, quienes por lo general eran un montón de desastrados, esclavos del aguardiente enano que dirigía sus vidas. Los «enganchados al enano», como rezaba el dicho, normalmente estaban flacos y demacrados poique pata ellos el aguardiente era pan y carne, tenían los ojos mortecinos y las mejillas hundidas. En contraste, el aspecto de Lleu era robusto y saludable, apuesto y encantador. Hacía mucho que había desechado los ropajes de clérigo de Kiri-Jolith y ahora vestía camisa y jubón, botas de cuero y calzas de lana, ropas propias de un joven de origen distinguido.

De un modo u otro había conseguido dinero, ya que sus ropas eran para gente pudiente y había pagado el desmesurado precio del pasaje. A lo mejor una de sus víctimas había sido adinerada. O era eso o se había dedicado a robar, cosa que no sería de sorprender. Después de todo, Lleu no tenía nada que temer de los representantes de la ley, quienes recibirían un buen susto si intentaban ahorcarlo.

Cuando Rhys entró en La Basca, Lleu lo miró y luego apartó la vista. En los ojos muertos no hubo reconocimiento; Lleu no se acordaba de Rhys ni de nada. Sabía su nombre y eso era todo. Probablemente Chemosh le decía quién era; quién había sido ya se había perdido para siempre.

Los otros parroquianos de la taberna estaban absortos en beber y no querían tener nada que ver con un forastero, de modo que Lleu mantenía una animada conversación consigo mismo. Alardeaba de sus continuas juergas y de las mujeres que se echaban en sus brazos. Reía sus propios chistes y entonaba canciones obscenas; a Rhys se le partía el corazón. Lleu bebió hasta quedarse sin dinero con el que pagar el aguardiente y entonces intentó beber a crédito, peto el tabernero no quería saber nada de créditos. Aun así, Lleu siguió sentado allí, con la jarra en la mano.

La situación se prolongó a lo largo de la tarde. Lleu olvidaba de un momento a otto que no tenía bebida y se llevaba la jarra a los labios. Al encontrarla vacía la golpeaba contra la caja y pedía más a voces. El tabernero, sabiendo que no podía pagar, se limitaba a no hacerle caso. Lleu seguía golpeando con la jarra en la caja hasta que olvidaba por qué hacía eso y entonces la soltaba. Al cabo de un rato la asía de nuevo y volvía a pedir más a voz en cuello.

Rhys observaba a aquel ser que otrora había sido su hermano y de vez en cuando fingía echar un trago del licor que no había tenido más remedio que comprar para apaciguar al tabernero. Beleño se había aburrido al principio y después se dedicó a intentat dat a las tatas con las judías secas que había encontrado en un saco metido dentro de la caja de madera sobre la que estaba sentado. El kender había conseguido un tirachinas (Rhys no le preguntó cómo) y, aunque lo había usado con torpeza al principio, desde entonces había adquirido cierta destreza, de manera que era capaz de dar a una rata con una judía a veinte pasos de distancia y lanzada dando volteretas a través del sucio suelo. Sin embargo, empezaba a cansarse con el juego. Las inteligentes ratas no salían de sus madrigueras ahora y, además, se había quedado sin judías.

—Rhys —dijo Beleño mientras enrollaba el tirachinas y se lo metía en el cinturón—, es hora de cenar.

—Creía que habías perdido el apetito —comentó el monje, sonriente.

—Lo perdió mi nariz, pero no mi estómago —repuso el kender—. Atta piensa también que es hora de cenar, ¿verdad que sí, chica? —Dio unas palmaditas en la cabeza a la perra.

Atta levantó la cabeza y movió la cola con la esperanza de que se marcharían pronto de allí.

—Aún no podernos irnos —empezó Rhys, aunque al ver que Beleño ponía mala cara y que Atta agachaba las orejas, añadió-: Pero los dos podéis salir a dar un paseo. Y me queda esto de la comida.

Le tendió un paquete con un trozo de tasajo al kender. Esa mañana Beleño y él habían ayudado a un granjero a poner una rueda a la carreta, de camino a la ciudad, y aunque Rhys se había negado a aceptar dinero el hombre había compartido su comida con ellos.

—Me lo llevaré fuera para comerlo —dijo Beleño—. De ese modo mi nariz tendrá hambre como el estómago.

Se puso de pie y se estiró para desentumecer los músculos. Atta se sacudió entera, empezando por el hocico y acabando en la cola, tras lo cual miró hacia la puerta con afán.

—¿Y tú? —preguntó Beleño al ver que Rhys seguía sentado—. ¿No tienes hambre?

El monje negó con la cabeza.

—Me quedaré aquí y vigilaré a Lleu. Dijo algo sobre reunirse con una joven más tarde.

El kender cogió la comida, pero no se marchó de inmediato. Se quedó mirando a Rhys y pareció que trataba de decidir si decir algo o no. —Sí, amigo mío, ¿qué ocurre? —preguntó suavemente Rhys. —Se marcha en un barco dentro de dos días —dijo Beleño. Rhys asintió con la cabeza.

—¿Qué vamos a hacer entonces? ¿Cruzar a nado el Nuevo Mar tras él?

—He hablado con el capitán y me he ofrecido para trabajar a bordo del barco a cambio de pasaje.

—Y luego ¿qué? —El kender se echó hacia adelante y miró a su amigo a los ojos.

»¡Rhys, sé realista y afróntalo! ¡Podríamos continuar persiguiendo a tu hermano cuando tengas noventa años y uses ese bastón como garrote! Lleu seguirá siendo igual de joven, irá de taberna en taberna pimplando aguardiente como si no hubiera un mañana, porque ¿sabes qué, Rhys? ¡Para él no hay ningún mañana! —Beleño suspiró y negó con la cabeza.

»Llevas una vida que no es vida. Es todo lo que digo.

Rhys no se defendió porque no podía hacerlo. El kender tenía razón. Llevaba una vida que no era tal, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Hasta que alguien sabio hallase la forma de parar a los Predilectos, al menos intentaría que Lleu no causara más víctimas y la única maneta de conseguirlo era seguirlo como seguiría un cazador las huellas de un lobo merodeador.

Beleño vio que el semblante de su amigo se ensombrecía y de inmediato sintió remordimientos.

—Rhys, lo lamento. —Le palmeó la mano—. No era mi intención herir tus sentimientos, es sólo que eres un buen hombre y a mí me parece que deberías ir por ahí haciendo cosas buenas en lugar de pasarte el tiempo impidiendo que tu hermano haga cosas malas.

—No has herido mis sentimientos —le aseguró el monje, que posó la mano suavemente en el hombro del kender—. ¿Alguien te ha dicho que eres sabio, amigo mío?