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La vergüenza y el desprecio por sí mismo lo embargaron.

—He sido tan arrogante, tan engreído... —musitó mientras unas lágrimas amargas le humedecían, ardientes, las pestañas—. Me creí capaz de coquetear con el mal sin tener que dejar mi camino. Ser capaz de alardear de servir a Zeboim sin que ella pudiera reclamar derecho alguno sobre mí. Ser capaz de recorrer un sendero de oscuridad sin perder de vista la luz del sol. Peto ahora esa luz se ha desvanecido y estoy perdido. No tengo farol ni compás para guiarme. Tropiezo en un camino tan atestado de malas hierbas que no veo dónde piso. Y no tiene fin.

El bastón de Majere, que había tomado como una bendición, ahora le parecía un reproche.

«Piensa en lo que podrías haber sido —parecía decirle Majere—. Piensa en lo que has desperdiciado. Conserva este bastón siempre para que te recuerde todo eso y sea un tormento para ti.»

Rhys oyó el desafinado canturreo de una voz que había llegado a reconocer de lejos. Cansado, levantó la cabeza y vio a Lleu pasar por delante de la boca del callejón, que ya empezaba a quedar sumido en la oscuridad de la noche.

Lleu... que acudía a una cita con alguna desdichada joven.

No tenía opción, así que alargó la mano y sacudió a Beleño hasta despertarlo. Atta, sobresaltada, se levantó de un brinco y, al captar el olor de Lleu, soltó un sordo gruñido.

—Tenemos que irnos —dijo Rhys.

Beleño asintió con la cabeza y se frotó los ojos, pegajosos de lágrimas. Rhys lo ayudó a levantarse del suelo.

—Beleño, lo siento —dijo, arrepentido—. No era mi intención gritarte y los dioses saben que jamás he querido hacerte daño.

—No pasa nada —contentó el kender con un remedo de sonrisa—. Seguramente es porque tienes hambre. Toma. —Hurgó en un bolsillo y sacó el maltrecho paquete de tasajo. Lo limpió de pelusillas del bolsillo y le quitó un clavo torcido—. Lo compartiremos.

Rhys no tenía hambre, pero aceptó el trozo de carne seca. Intentó cometió, pero el estómago se le revolvió con el olor y acabó dando su parte a Atta cuando Beleño miraba a otro lado.

Los tres echaron a andar por la calzada en medio de la noche, tras los pasos del Predilecto.

3

Siguieron a Lleu hasta un muelle en el que había acordado encontrarse con una joven. Sin embargo ella no apareció y, tras esperar más de una hora, Lleu la maldijo en voz alta y se marchó pata entrar en la primera taberna que tenía al paso. Rhys sabía por experiencia que su hermano se quedaría allí toda la noche y que al día siguiente lo encontraría allí o muy cerca de la taberna. Llevó al bostezante Beleño y a la encorvada Atta hasta un recogido umbral, donde, apiñados para darse calor, se dispusieron a disfrutar de las horas de sueño que pudieran.

El kender roncaba suavemente y Rhys empezaba a quedarse dormido cuando oyó gruñir a Atta. Un hombre vestido con ropajes en los que se reflejaba la luz del farol que sostenía en una mano se hallaba de pie delante de ellos mirándolos desde arriba. Tenía el rostro sonriente aunque también reflejaba preocupación e interés, y Rhys calmó los temores de la perra. —No pasa nada, chica —dijo—. Es un clérigo de Mishakal. —¿Eh? —Beleño se despertó sobresaltado y parpadeó, cegado por la luz del farol.

—Perdonadme por molestaros, amigos —dijo el hombre de blanca túnica—. Pero éste es un lugar peligroso para pasar la noche. Puedo ofreceros cobijo, una cama cálida y algo caliente para comer por la mañana.

Se acercó un poco más y alzó el farol.

—¡Válganme los dioses! ¡Un monje! Hermano, acepta mi hospitalidad, por favor. Soy el Hijo Venerable Patricio.

—Comida caliente... —repitió el kender, que miró esperanzado a su amigo.

—Aceptamos tu invitación, Hijo Venerable —contestó Rhys, agradecido—. Me llamo Rhys Alarife y éstos son Beleño y Atta.

El clérigo les dedicó a todos un saludo afable, incluso a Atta, y aunque

Patricio observó con curiosidad la túnica verde azulada se abstuvo cortésmente de hacer comentario alguno y les alumbró el camino por las calles de la ciudad.

—Es una larga caminata, me temo —se disculpó—. Peto hallaréis paz y descanso al final del trayecto. Muy similar a la propia vida —añadió con una sonrisa dirigida a Rhys.

Mientras caminaban les contó que a esa zona de Nuevo Puerto se la conocía como Puerto Viejo porque era la parte más antigua de la nueva ciudad. Nuevo Puerto se había erigido cuando el Cataclismo había desgarrado el continente de Ansalon, elevando unas zonas y hundiendo otras, de forma que algunas áreas se hendieron y se separaron amplias distancias mientras que otras de desgajaron completamente de la masa continental. Una de esas enormes hendiduras permitió la creación de la vasta extensión de agua conocida como Nuevo Mar.

Los primeros pobladores que llegaron allí —refugiados que huían de la destrucción desatada al norte— fueron unos visionarios que comprendieron de inmediato las ventajas de construir una población en aquel lugar. La configuración del terreno formaba un puerto natural en el que fondearían los barcos que a no tardar estarían surcando las aguas del Nuevo Mar, cargarían mercancías y harían reparaciones o puestas a punto, lo que fuera necesario en cada caso.

La ciudad empezó modestamente, rodeada por una empalizada y con vista al abra. El rápido crecimiento de Nuevo Puerto no tardó en desbordar la empalizada y se expandió a lo largo de la línea costera y hacia el interior.

—Como hijas ingratas que descubren la riqueza y el éxito y entonces se niegan a reconocer sus orígenes humildes y a los padres que las trajeron al mundo, las zonas acomodadas de la ciudad se hallan ahora muy apartadas de los modestos muelles que fueron la causa de su auge —explicó Patricio a la par que sacudía tristemente la cabeza.

»Los florecientes mercaderes que financian los barcos y poseen los almacenes portuarios viven lejos del mal olor a cabezas de pescado y a brea. Los burdeles, los antros de juego y las tabernas como La Barca han desplazado del distrito a establecimientos de mejor reputación. A lo largo de la costa, cerca de los muelles, la vivienda es barata porque nadie quiere vivir allí.

Dejaron atrás hilera tras hilera de casas desvencijadas, construidas con la madera retirada de almacenes abandonados, y recorrieron calles lúgubres y embarradas al carecer de pavimento. Se cruzaron con marineros ebrios y mujeres desaliñadas que caminaban dando bandazos. Aunque era más de varios niños corrieron a su encuentro para mendigar monedas o revolvían en montones de basura con la esperanza de hallar algo de comer. Cada vez que topaban con niños así, Patricio se paraba para hablar con ellos antes de seguir su camino.

—Mi esposa y yo hemos abierto una escuela aquí abajo, en los muelles —explicó—. Enseñamos a los niños a leer y a escribir y los mandamos a su casa al menos con una comida caliente en el estómago. Con un poco de suerte podremos ayudar a que algunos lleven una vida mejor fuera de este mísero lugar.

—Los dioses bendicen la dádiva y al donante —musitó Rhys.

—Hacemos lo que podemos, hermano —dijo Patricio con una sonrisa y un suspiro—. Hacemos lo que podemos. Hemos llegado, entrad. Sí, Atta, tú también puedes pasar.

El Templo de Mishakal no era un edificio magnífico, sino uno modesto en el que sin duda se habían llevado a cabo recientes reparaciones ya que olía intensamente a lechada. La única indicación de que se trataba de un templo era el símbolo sagrado de Mishakal recién pintado en una de las paredes.

Rhys estaba a punto de entrar cuando, a la luz del farol, vio algo que lo hizo pararse de golpe, por lo que Beleño chocó contra él.

Expuesto en el exterior del pequeño templo, clavado en la pared, había un letrero escrito en letras prominentes de color rojo: ¡guardaos de los Predilectos de Chemosh!