Debajo seguía un párrafo en el que se describía a los Predilectos e instaba a la gente a buscar la marca del «Beso de Mina», a la vez que advertía que se abstuvieran de prestar cualquier juramento de servidumbre al Señor de la Muerte.
—Oh, ¿sabéis lo de esos Predilectos de Chemosh? —preguntó Patricio al advertir el ceño de Rhys.
—Muy a mi pesar, sí —contestó el monje.
—¿Crees que tu advertencia contribuirá a detener a los Predilectos? —le preguntó Beleño al clérigo.
—No, en realidad no —respondió tristemente Patricio—. Pocas personas de por aquí saben leer, pero hablamos con todos los que entran en nuestro templo y los instamos a que sean prudentes.
—¿Cuál ha sido la reacción? —quiso saber Rhys.
—La que era de esperar. Ahora algunos temen que cualquiera que se encuentran quiera matarlos. Otros piensan que es una artimaña para coaccionar a la gente pata que se una a la iglesia. —Patricio esbozó una sonrisa irónica y se encogió de hombros—. La mayoría se mofa de todo el asunto. Pero podemos hablar más a fondo sobre esto por la mañana. Ahora os mostraré vuestras camas.
Los llevó dentro y los condujo a una habitación en la que se había instalado una hilera de catres. Les entregó mantas y les dio las buenas noches.
—Que la bendición de Mishakal os guarde en vuestro descanso nocturno —les deseó antes de marcharse.
Rhys se tendió en un catre, y tal vez Mishakal lo tocara suavemente porque fue la primera noche en mucho, mucho tiempo que no soñó con su desdichado hermano.
En realidad no soñó con nada.
Rhys se levantó al rayar el día y vio que Beleño devoraba alegremente un cuenco de pan con leche en compañía de una mujer de aspecto agradable que se presentó como la Hija Venerable Galena. Invitó a Rhys a tomar asiento y desayunar, cosa a la que el monje accedió de buen grado, ya que descubrió que estaba inusitadamente hambriento.
—Sólo si me permites hacer algún trabajo a cambio —añadió con una sonrisa.
—No hace falta, hermano —contestó Galena—. Pero sé que no admitirás un «no» por respuesta, así que acepto tu oferta con agradecimiento. Mishakal sabe que necesitamos toda la ayuda que se nos pueda dar.
—El kender y yo hemos de ocuparnos de un asunto ahora —dijo Rhys mientras fregaba los platos—, pero regresaremos por la tarde.
—¿Puedo quedarme, Rhys? —pidió Beleño, anhelante—. ¡En realidad no necesitas que te ayude y la Hija Venerable dice que me va a enseñar a pintar paredes!
Rhys miró a la mujer con incertidumbre.
—Pues claro que puede quedarse —dijo ella con una gran sonrisa.
—De acuerdo —accedió Rhys, que hizo un aparte con el kender—. He de ir a buscar a Lleu, así que me reuniré contigo aquí. No digas que conoces a un Predilecto —añadió en voz baja—. No digas nada sobre Zeboim o Mina o que puedes hablar con muertos o que eres un acechador nocturno...
—Que no diga nada de nada —lo atajó Beleño a la par que asentía con aire enterado.
—Correcto. —Rhys sabía que su advertencia no serviría de nada, pero se sentía obligado a intentado—. Y cuidado dónde metes las manos. He de irme ya. ¡Atta, vigila! —Señaló al kender.
Beleño se había acercado a Galena para ayudarla a fregar y, ni que decir tiene, las primeras palabras que pronunció fueron:
—Por cierto, Hija Venerable, no habrá nadie de tu familia que haya fallecido recientemente, ¿verdad? Lo digo porque, en tal caso, yo...
Rhys sonrió y negó con la cabeza antes de salir en busca de Lleu.
Encontró a su hermano paseando por los muelles en compañía de una joven que llevaba un bebé en brazos y un niño pequeño, de unos cuatro años, que caminaba pegado a ella, agarrado a la larga falda. Lleu derrochaba encanto y la joven lo miraba con adoración, pendiente de cada palabra que decía.
Era bonita, aunque estaba delgada en exceso y tenía el semblante demacrado. Parecía decidida a que Lleu le gustara y aún más decidida a gustarle a él.
—No acudiste a nuestra cita de anoche —decía Lleu.
—Lo siento —se disculpó la muchacha, preocupada—. No estás enfadado conmigo, ¿verdad? La vieja bruja que se suponía que vendría a cuidar de los niños no apareció.
—No estoy enfadado. —Él se encogió de hombros—. Siempre se encuentra compañía agradable...
La joven pareció estar aún más preocupada.
—Tengo una idea. Puedes venir a casa esta noche, después de que acueste a los niños.
—De acuerdo, dime dónde vives —accedió Lleu.
La joven le dio la dirección y él la besó en la mejilla, dio unas palmaditas al niño en la cabeza y un toquecito en la barbilla al bebé.
A Rhys se le revolvieron las tripas al ver al Predilecto acariciar a los niños y tuvo que hacer un gran esfuerzo para contenerse y no intervenir allí mismo. Por fin Lleu se marchó; de camino a otra taberna, sin lugar a dudas. Rhys fue en pos de la joven, que se metió en una de las casuchas cercanas al puerto, y esperó un momento para plantearse cómo actuar. Por fin tomó una decisión, cruzó la calle y llamó a la puerta.
La hoja de madera se entreabrió y la joven echó un vistazo a través de la rendija.
—¿Y bien, hermano? ¿Qué puedo hacer por ti?
—Me llamo Rhys Alarife y quiero hablarte de Lleu. ¿Puedo entrar?
La joven adoptó de repente una actitud fría.
—No, no puedes. En cuanto a Lleu, sé lo que me hago. No necesito que me sermonees sobre mis pecados, así que ocúpate de tus asuntos, hermano, que yo me ocúpate de los míos.
Iba a cerrar la puerta, pero Rhys metió el bastón entre la jamba y la hoja de madera para mantenerla abierta.
—Lo que tengo que decirte es importante, señora. Tu vida corre peligro.
Por encima del hombro de la joven, Rhys alcanzó a ver al bebé tendido en una manta sobre un jergón de paja, en un rincón de la pequeña pieza. El niño estaba detrás de ella y miraba a Rhys con los ojos muy abiertos. La mujer, al advertir los movimientos de sus ojos, abrió la puerta de par en par.
—¡Mi vida! —Soltó una risa amarga—. ¡Ésta es mi vida! Suciedad y miseria. Tú mismo puedes verlo, hermano. Soy una joven viuda desamparada, con dos niños pequeños y con apenas lo suficiente para mantener cuerpo y alma juntos. No puedo ir a trabajar porque me da miedo dejar solos a los niños, así que me traigo ropa para coser. Con eso apenas me llega para el alquiler de este horrible sitio.
—¿Cómo te llamas, señora? —preguntó suavemente Rhys.
—Camila —respondió, hosca.
—¿Crees que Lleu va a ayudarte, Camila?
—Necesito un marido —repuso en tono duro—. Mis hijos necesitan un padre.
—¿Y qué hay de tus padres? —preguntó Rhys.
—Estoy sola en el mundo, hermano, aunque no por mucho tiempo —dijo ella a la par que negaba con la cabeza—. Lleu ha prometido casarse conmigo y estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para conservarlo. En cuanto a que mi vida corra peligro... —Resopló con sorna—. Puede que le guste demasiado la bebida, peto es inofensivo.
A su espalda el bebé empezó a llorar.
—Y ahora, he de atender a mi niño... —Intentó de nuevo cerrar la puerta.
—Lleu no es inofensivo —le dijo el monje con gran seriedad—. ¿Has oído hablar de Chemosh, el dios de la muerte?
—¡No sé nada sobre dioses, hermano, ni me importa! Y ahora ¿vas a marcharte o tendré que llamar a la guardia de la ciudad?
—Lleu no se casará contigo, Camila. Ha reservado pasaje en un barco con destino a Flotsam. Mañana se va de Nuevo Puerto.
La joven lo miró fijamente y palideció, temblorosos los labios.
—No te creo. ¡Lo prometió! ¡Márchate! ¡Vete!
El bebé lloraba ahora con frenética desesperación y el niño hacía lo que podía para calmarlo, pero el bebé no estaba dispuesto a callarse así como así.
—Piensa en lo que te he dicho, Camila —suplicó Rhys—. No estás sola. El templo de Mishakal no se encuentra lejos de aquí. Pasaste por delante cuando venías hacia aquí. Ve a hablar con los clérigos de Mishakal, que te ayudarán a ti y a tus hijos.