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—Ojalá pudiera —dijo el monje con fervor. La paz que se respiraba en aquel lugar era un bálsamo relajante para su alma atormentada—. Sin embargo he de reunirme de nuevo con el capitán del barco para intentar otra vez persuadirlo de que nos lleve de pasajeros.

—Cree que los kenders dan mala suerte —comentó Beleño con jovialidad—. Le dije que yo podía hacer el viaje más interesante. Vi las almas de un grupo de marineros que deambulaban por el barco y le informé que todos querían hablar con él, pero me pareció que eso no le hacía gracia. Se puso furioso, sobre todo cuando le mencioné el motín y el hecho de que los hiciera colgar a todos en los mástiles. Creo que aún le guardan rencor.

Rhys miró a Patricio y tosió.

—Supongo que no podréis ocuparos otro rato del kender... —Pues claro que sí. Hoy nos ha sido de gran ayuda. —Puede enjalbegar el suelo además de las paredes —añadió Galena a la par que echaba una ojeada al rastro de salpicaduras blancas. Rhys silbó a Atta, que dejó el hueso con pesar.

—Se lo guardaré —ofreció Galena, que recogió el hueso y lo puso en un estante. La perra no le quitó la vista de encima ni un instante.

—Hermano, podrías plantearte la posibilidad de conseguir la ayuda del clérigo de Zeboim —sugirió Patricio mientras lo acompañaba a la puerta—. Tiene un gran ascendiente sobre los capitanes de barco, que estarán dispuestos a escucharlo, y él estará más que dispuesto a escucharte a ti.

—Buena idea, Hijo Venerable —dijo Rhys quedamente—. Gracias.

—Rezaremos por ti, hermano —añadió Patricio cuando el monje y la perra salían del templo.

—Rezad por esa joven viuda —contestó Rhys—. Las preces tendrán así mejor empleo.

Patricio se quedó en la puerta viéndolos marchar. El cayado del monje resonaba contra los adoquines. La perra blanca y negra trotaba a su lado. Pensativo, el clérigo se dio media vuelta. —¿Dónde vas, querido? —preguntó Galena. —A hablar con Mishakal. —¿Sobre esa joven viuda?

—Tú y yo podemos ocuparnos de ella. —Patricio miró por la ventana justo a tiempo de ver desaparecer por la esquina a Rhys y a Atta—. Éste es un tipo de problema del que sólo se puede encargar la diosa.

—¿Y de qué se trata? —quiso saber su esposa.

—De un alma extraviada —contestó Patricio.

4

Rhys se planteó seriamente el consejo de Patricio respecto al clérigo de Zeboim. Finalmente decidió ir solo a hablar con el capitán del barco. A Rhys no le gustaba la idea de estar más en deuda con la diosa de lo que estaba ya; o más bien, de lo que ella creía que estaba. A decir verdad, él había hecho mucho más por ella que al revés.

Tuvo que esperar durante horas, ya que un capitán de barco con una nave que se prepara para zarpar es un hombre ocupado, sin tiempo para hablar con posibles pasajeros, sobre todo cuando no pueden pagar el pasaje, llegó el y pasó y, finalmente, a última hora del día el capitán le dijo que podía dedicarle unos minutos.

Rhys consiguió persuadir al hombre de que los aceptara a Atta y a él a bordo del barco. Sin embargo, en cuanto a Beleño el capitán se mostró inflexible; un kender a bordo traía mala suerte, todo el mundo sabía eso.

El monje sospechaba que era una superstición que el capitán acababa de inventarse muy convenientemente, ya que hacía oídos sordos a todos sus argumentos. Por último, Rhys aceptó de mala gana dejar al kender en tierra.

—Echaremos de menos a Beleño, ¿verdad, Atta?. —le dijo a la perra mientras regresaban al templo.

Atta alzó los dulces ojos marrones para mirarlo y movió lentamente la cola, tras lo cual se acercó más y caminó casi pegada a él. No entendía las palabras del monje, pero sí conocía el tono de tristeza y hacía cuanto sabía para reconfortarlo.

Rhys iba a echar de menos a Beleño realmente. Al no ser una persona que hiciera amigos con facilidad, había hallado consuelo en la compañía de otros monjes, aunque entre ellos no había tenido verdaderos amigos. Tampoco los había necesitado; tenía a su dios y a su perra.

Había perdido a su dios y a sus hermanos, pero había encontrado a un amigo en el kender. Al repasar lo ocurrido en las últimas semanas, Rhys supo con certeza que habría sido incapaz de seguir adelante sin Beleño, cuya perspectiva alegre de la vida y su inagotable optimismo lo habían mantenido a flote cuando las oscuras aguas parecían a punto de cerrarse sobre él. El valor de Beleño y su sentido común —por extraño que esto pudiera parecer tratándose de un kender— los habían mantenido con vida a ambos.

—Los clérigos de Mishakal lo acogerán —le dijo a Atta—. La diosa siempre ha sentido debilidad por los kenders. —Suspiró profundamente y sacudió la cabeza—. Lo duro será convencerlo de que se quede. Tendremos que escabullimos mientras está dormido, antes de que sepa que nos hemos marchado. Por suerte el barco zarpa con la marea alta y eso es al amanecer...

Pensando en Beleño, Rhys no prestaba mucha atención por dónde iba y de repente descubrió que se había equivocado de camino. Se encontraba en una parte de la ciudad que le era totalmente desconocida. Su error le molestó, pero el enfado dio paso a la preocupación cuando reparó en que era mucho más tarde de lo que había pensado. El cielo mostraba una tonalidad rojiza; el sol se metía detrás de los edificios y la gente a su alrededor caminaba presurosa hacia su casa para cenar.

Temeroso de llegar tarde a su cita con los dos clérigos y la guardia de la ciudad, Rhys volvió sobre sus pasos apresuradamente y, tras parar a varias personas para orientarse en la buena dirección, Atta y él se encontraron una vez más en la calle que conducía al templo.

Caminaba lo más de prisa posible, con Atta al trote detrás, y sin mirar por dónde andaba. Se dio cuenta de que algo iba mal cuando Atta trató de apartarlo a un lado empujándolo con el cuerpo. No era la primera vez que la perra hacía eso, ya que el monje se quedaba tan absorto en sus cavilaciones de vez en cuando que se habría dado de bruces contra árboles o se habría caído en arroyos si el animal no hubiera estado allí para tener cuidado de él.

Al sentir el peso de la perra contra su pierna, Rhys alzó la cabeza y miró directamente a la luz de un farol, que lo cegó, por lo que no puedo distinguir detalles de aquellos contra los que casi había tropezado, salvo que formaban un grupo de unos seis hombres.

Se desvió ágilmente hacia un lado para evitar el choque con el que iba a la cabeza.

—Lo siento mucho, señor —se disculpó, contrito—, llevo prisa y no iba pendiente de...

Enmudeció y sintió un nudo en la garganta. Los ojos ya se le habían acostumbrado a la luz y ahora veía claramente las túnicas sacerdotales color naranja tostado y el símbolo de la rosa de Majere.

El sacerdote alzó el farol de manera que la luz cayó sobre Rhys; éste no podía dar crédito a su mala suerte. Había ido siempre con todo cuidado para no toparse con los sacerdotes de Majere y ahora se había dado literalmente de bruces con seis ellos. Peor aún, el que iba a la cabeza, el del farol, era un Abad Supremo a juzgar por su vestimenta.

El abad lo miraba sin salir de su asombro, desconcertado al captar la imagen del monje que vestía túnica de Majere, pero con el color azul verdoso de Zeboim. La sorpresa dio paso a la desaprobación y, lo que era peor, al reconocimiento. El abad le acercó más el farol a la cara y Rhys tuvo que apartar los ojos para protegerlos de la luz.

—Rhys Alarife —dijo el abad, severo—. Te hemos estado buscando.

Rhys no tenía tiempo para eso, debía llegar al templo de Mishakal. Era el único que sabía dónde encontrar a Lleu, que seguramente ya iba de camino a la casa de la joven viuda.

—Discúlpame, reverendísimo, pero llego tarde a una cita. —Hizo una reverencia y se dispuso a alejarse.