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—Allí hay una barca —lo interrumpió Mina—, Detrás de ti.

Beleño miró de reojo. Allí estaba, un bote de vela pequeño apoyado sobre la quilla, a menos de quince pasos de donde ellos estaban.

—Rhys, haz algo —rogó Beleño sin apenas mover los labios—. Tú y yo sabemos perfectamente que hace diez segundos ahí no había ningún bote. No quiero navegar en un bote que antes no estaba ahí...

Mina empezó a tirar de Rhys hacia el bote, impaciente.

Beleño los siguió arrastrando los pies y lanzando profundos suspiros.

—¿Por lo menos sabes cómo manejar esta cosa? —preguntó—. Seguro que no.

—Seguro que sí —respondió la niña con suficiencia—. Aprendí en Ciudadela.

Beleño volvió a suspirar. Mina se subió al bote y empezó a hurgar por ahí, desenredó un rollo de cuerda y le indicó a Rhys cómo desplegar las velas. Beleño se quedó de pie junto al bote, frunciendo los labios en una mueca.

Mina se quedó mirándolo con aire pensativo.

—Dijiste que tenías hambre. A lo mejor alguien dejó comida en el bote. Voy a mirar.

Se agachó junto a uno de los asientos de madera y se levantó con un saco grande en la mano.

—¡Tenía razón! —anunció con alegría—. Mira lo que he encontrado.

Metió el brazo en el saco y sacó un pastel de carne. Se lo tendió a Beleño.

El kender no lo tocó. Tenía todo el aspecto de un pastel de carne y olía a pastel de carne, sin duda. Tanto su boca como su estómago estaban de acuerdo en que aquello era un pastel de carne y Atta también sumó su voto. La perra miraba de reojo el pastel y se relamía.

—Pero si dijiste que tenías hambre —insistió Mina.

Sin embargo, Beleño seguía dudando.

—No sé...

Atta decidió hacerse cargo del asunto, o más bien zampárselo. Un salto, un mordisco, dos masticaciones y el pastel de carne se convirtió en una mancha grasienta en su hocico.

—¡Oye! —protestó Beleño indignado—. Ése era mío.

Atta se pasó la lengua por el hocico y empezó a dar golpecitos en el saco con la pata, enfadada. Rhys rescató el resto de los pasteles y los repartió. Mina mordisqueó el suyo pero al final acabó dándoselo casi todo a Atta. Beleño devoró el suyo con un hambre voraz y, cuando vio que Rhys no lograba terminarse su parte, se la comió por él. Ayudó a Rhys a alzar la vela y, siguiendo las indicaciones de Mina, empujó el bote entre las olas.

Mina cogió el timón y dirigió el bote hacia las corrientes de viento. Las olas se habían calmado. Una brisa ligera sopló las velas y el bote se deslizó por el agua, mar adentro. Atta se agazapó en el suelo, olfateando el saco con esperanza.

—Para ser un pastel hecho por un dios, no estaba mal —comentó Beleño. Se cayó sobre el asiento que estaba junto a Rhys, pues de repente el bote dio un bandazo—. Quizá un poco menos de cebolla y un poco más de ajo. La próxima vez le pediré que se saque de la nada un filete de ternera con patatas muy crujientes...

—Deberíamos tener mucho cuidado en no pedirle que haga nada —sugirió Rhys.

Beleño estuvo dándole vueltas.

—Bueno, supongo que tienes razón. Corremos el riesgo de que nos lo conceda. —El kender desvió la mirada hacia la torre—. ¿Qué sabes sobre las Torres de Alta Hechicería?

Rhys sacudió la cabeza.

—Me temo que no mucho.

—Yo tampoco. Y debo confesar que no es una experiencia que esté deseando tener. Por alguna extraña razón, a los hechiceros no les gustan los kenders. A lo mejor me convierten en rana.

—A la señora Jenna sí le gustabas —le recordó Rhys.

—Eso es verdad. Lo único que hizo fue pegarme en la mano.

Beleño se agarró a la regala cuando el bote dio otro bandazo inesperado. En ese momento navegaban bastante rápido, pegando botes sobre las olas, y la torre cada vez se acercaba más. Tenía un aspecto indescriptiblemente oscuro. Ni siquiera el brillante sol que acariciaba las paredes de cristal lograba iluminarla.

—Supongo que la mayoría de los kenders estarían dispuestos a cortarse el moño por entrar en una Torre de Alta Hechicería, pero debe de ser que yo no soy como la mayoría de los kenders —apuntó Beleño—. Eso era lo que decía mi padre. Según él, se debía a que pasaba demasiado tiempo en los cementerios hablando con los muertos. Era una mala influencia para mí.

—Beleño se quedó un poco alicaído al recordarlo.

—Pues yo creo que la mayoría de los kenders estarían dispuestos a cortarse el moño por poder hacer lo que tú haces —le dijo Rhys.

Beleño se rascó la cabeza. Nunca había considerado esa posibilidad.

—Sabes, a lo mejor tienes razón. Porque me acuerdo de una vez que me encontré con un kender en Solace y cuando le dije que yo hablaba con los muertos, él me dijo...

Beleño dejó de hablar. Miraba fijamente el mar. Parpadeó, se frotó los ojos, volvió a mirar fijamente y después tironeó a Rhys de la manga.

—¡Hay gente ahí en el agua...! —exclamó Beleño—. ¡Quizá estén ahogándose! ¡Tenemos que ayudarlos!

Alarmado, Rhys se arriesgó a ponerse de pie en el inestable bote para poder ver mejor. Al principio sólo veía aves marinas y, de vez en cuando, un poco de espuma blanca. Entonces, vio a una persona en el agua y después a otra, y a otra más.

—¡Mina! —gritó Beleño—, Dirige el bote hacia esa gente...

—No, no lo hagas —lo contradijo Rhys de repente.

Aquellas personas estaban muy lejos de la costa, pero nadaban con ímpetu, sin dar muestras de cansancio o de estar intentando mantenerse a flote. Cientos de personas, nadando, lejos de la costa, dirigiéndose a la torre...

—¡Rhys! —gritó Beleño—, Rhys, son Predilectos y están nadando hacia la torre. Mina, ¡para! ¡Da media vuelta!

Mina negó con la cabeza. La satisfacción iluminaba sus ojos ambarinos. Una sonrisa le curvaba los labios y se rió, sin más motivo que la pura alegría.

El bote de vela avanzaba raudo, como si saltara sobre las olas.

—¡Mina! —volvió a llamarla Rhys, con preocupación—. ¡Da media vuelta!

La niña lo miró, sonrió y lo saludó con la mano.

—¡Esas personas son peligrosas! —gritó el monje, señalando frenéticamente a los muertos vivientes, algunos de los cuales ya habían llegado a la torre. Se veían muchos más agolpados en la entrada—. ¡Tenemos que volver!

Mina miró a los Predilectos desconcertada. El desconcierto rápidamente dio paso a la consternación y ésta al enfado.

—No tienen nada que hacer en mi torre —dijo, dirigiendo el bote directamente hacia ellos.

—¡Rhys! —aulló Beleño.

—No puedo hacer nada —contestó Rhys, y por primera vez entendió de verdad todo el peligro que entrañaba su nueva situación.

¿Cómo podía controlar él a una niña de seis años que colgaba del techo a un secuaz de Chemosh atándolo por los pies, que luego hacía aparecer un bote y que hacía surgir pasteles de carne a su antojo?

—Pues yo creo que la mayoría de los kenders estarían dispuestos a cortarse el moño por poder hacer lo que tú haces —le dijo Rhys.

Beleño se rascó la cabeza. Nunca había considerado esa posibilidad.

—Sabes, a lo mejor tienes razón. Porque me acuerdo de una vez que me encontré con un kender en Solace y cuando le dije que yo hablaba con los muertos, él me dijo...

Beleño dejó de hablar. Miraba fijamente el mar. Parpadeó, se frotó los ojos, volvió a mirar fijamente y después tironeó a Rhys de la manga.

—¡Hay gente ahí en el agua...! —exclamó Beleño—. ¡Quizá estén ahogándose! ¡Tenemos que ayudarlos!

Alarmado, Rhys se arriesgó a ponerse de pie en el inestable bote para poder ver mejor. Al principio sólo veía aves marinas y, de vez en cuando, un poco de espuma blanca. Entonces, vio a una persona en el agua y después a otra, y a otra más.