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—Sí, y tenía razón. Fuiste muy valiente —repuso Rhys.

—Entonces el minotauro me cogió y me metió en un saco y nos llevó a los dos a bordo de su barco. Pero no era un barco normal. Era un barco que pertenecía a la diosa del mar y navegaba por el aire, no por el agua. Ya te dije entonces que no puede darse la espalda a un dios...

—Y no te equivocabas —dijo Rhys.

Había cumplido los treinta años y, durante lo que parecía toda su vida, había sido un monje devoto de Majere. A pesar de que no hacía mucho había perdido la fe en el dios, éste se había negado a perder la fe en él. Esa certeza lo llenaba de humildad, júbilo y agradecimiento. Había andado a ciegas y había tropezado mil veces en la oscuridad, había tomado muchos caminos equivocados que iban a morir a callejones sin salida; pero había encontrado la forma de regresar a su dios y Majere lo había acogido en el seno de su amor.

—El barco del minotauro nos trajo aquí, a la otra punta del continente, donde Chemosh construyó su castillo. Y cuando el minotauro nos encadenó en la cueva... Ves, ya he llegado a esa parte.

Rhys volvió a asentir y siguió acariciando a Atta, que parecía mucho más tranquila mientras escuchaba hablar al kender.

—Entonces recibimos un montón de visitas, muchas más de las que podrían esperarse para alguien que está encadenado en una cueva. Primero vino Mina. —Beleño se estremeció—. Eso sí que fue una visita desagradable. Se acercó a ti y te pidió que le dijeras quién era. Afirmaba que la primera vez que te vio, tú la habías reconocido...

«Pero no fue así», pensó Rhys, confuso. Todavía no había logrado entender esa parte de la historia.

—... y como no pudiste decirle quién era, Mina se enfadó. Pensaba que estabas mintiendo y dijo que si no se lo decías, iba a volver a la cueva y nos mataría a Atta y a mí. Moriríamos en medio de grandes tormentos —concluyó Beleño.

»Después de que se fuera Mina, apareció Zeboim. ¿Ves lo que quiero decir, Rhys? Cuando estábamos en Solace nunca tuvimos tanta compañía como allí, encadenados en la cueva. Zeboim te dijo que le dijeras a ella quién era Mina, porque todos los dioses estaban muy nerviosos con el asunto y tú respondiste que no podías. Ella se enfureció y repuso que contemplaría encantada cómo Mina nos mataba a mí y a Atta, y cómo moríamos en medio de grandes tormentos. —Beleño se detuvo para tomar aire y escupir un poco de agua del mar—. Y después nos mandaste a mí y a. Atta a buscar ayuda entre los monjes de Majere de Flotsam, pero no conseguimos llegar tan lejos. Sólo pudimos llegar a la calzada de arriba y eso ya fue complicadísimo, por culpa de las dunas, y tuve unas palabras con tu dios. Fui muy duro con él, te lo aseguro. Le dije a Majere que ibas a morir porque le estabas siendo leal y que, para variar, podía ser él quien te mostrara lealtad a ti. Le pedí que nos ayudara a Atta y a mí a salvarte. Y entonces nos vieron dos de los Predilectos y decidieron que querían matarme.

Beleño suspiró.

—Esa noche a todo el mundo le entraban ganas de matarme. Da igual. El asunto es que Atta y yo echamos a correr, pero los dos tenemos las piernas cortas y los Predilectos tenían las piernas largas. Y aunque Atta tiene dos piernas más que yo, los dos estábamos perdiendo terreno cuando me di de bruces con Majere. Pumba. De frente contra él. Cuando vio que estábamos en un apuro, mandó unos saltamontes a por los Predilectos y les hizo huir. Le recordé eso de que estabas sacrificando tu vida por él y contestó que no podía ayudarnos, porque había un resplandor ámbar muy raro en el cielo y tenía que irse y hacer cosas de dioses en otro sitio...

—No creo que ésas fueran las palabras exactas de Majere. —Rhys se alegró de que la oscuridad ocultara su sonrisa.

—Bueno, tal vez no —admitió Beleño—, Pero eso era lo que quería decir. Después me dio su bendición. A mí. A un kender. A un kender que además le había hablando con tanta dureza. Así que Atta y yo volvimos corriendo a la cueva donde tú seguías encadenado, y allí nos encontramos a Chemosh. Quería que le dijeras quién era Mina y dijo que sería él mismo quien te matara, y seguramente habría cumplido su amenaza, de no ser por Atta, que le mordió en el tobillo. Y entonces el mundo tembló y nos tiró a todos al suelo, incluso al dios.

Beleño enarcó una ceja y miró a Rhys.

—¿Por ahora está todo bien? Porque aquí es donde las cosas empiezan a volverse raras. Mejor dicho, más raras todavía. Chemosh no podía estar más furioso. Empezó a chillar a los otros dioses porque quería saber qué estaba pasando. Resulta que el temblor se debía a que alguien estaba arrancando esa torre del fondo del Mar Sangriento. Eso provocó unas olas enormes que empezaron a acercarse a la orilla y esas olas inundaron la cueva. Tú estabas inconsciente y encadenado a la pared, mientras el nivel del agua no dejaba de subir. Dependía de Atta y de mí que te salvaras.

Beleño se detuvo para coger aire.

—Y me salvasteis —dijo Rhys y abrazó al kender.

—Logré abrir la cerradura de las esposas —repuso Beleño—, ¡La primera y única vez que he logrado forzar una cerradura! Mi padre se habría sentido orgulloso. Sabes, fue Majere quien me ayudó a abrir la cerradura.

A Beleño le vino una idea a la cabeza.

—Dime, ¿tú crees que Majere volvería a ayudarme si quisiera forzar otra cerradura? Porque en Solace hay un panadero que hace unos pasteles de carne impresionantes, pero cierra la tienda justo después de cenar. A veces a mí me entra el hambre en plena noche y no querría tener que despertarlo...

—No —dijo Rhys.

—¿No qué? —preguntó Beleño.

—Que no creo que Majere te ayudara a forzar la cerradura de la puerta trasera de esa panadería.

—¿Aunque sea para no despertar al panadero en plena noche?

—No —repuso Rhys con convicción.

—Vaya. —Beleño suspiró otra vez, más profundamente que todas las veces anteriores—. Supongo que tienes razón. Aunque me apuesto algo a que si Majere probara esos pasteles alguna vez, reconsideraría su postura. ¿Por dónde iba?

—Acababas de abrir la cerradura de las esposas —contestó Rhys.

—¡Ah, sí! El agua estaba subiendo y tenía miedo de que te ahogaras. Intenté arrastrarte fuera de la cueva, pero pesabas demasiado, no te ofendas.

—No me ofendo —respondió Rhys.

—Y entonces seis monjes de Majere entraron corriendo en la cueva, te levantaron y te sacaron afuera. Y supongo que también te curaron el golpe de la cabeza, porque aquí estás, y aquí estoy yo y aquí está Atta, y estamos todos bien. Así que —concluyó Beleño su relato— tu hermano el Predilecto ya está en paz. La historia ha terminado y podemos volver a casa, a tu monasterio. Atta puede cuidar el ganado, yo visitaré a mis amigos del cementerio y viviremos felices. Fin de la historia.

Rhys se dio cuenta de que así era. Esa era la historia, el último capítulo ya estaba escrito.

La noche era oscura, la tormenta arreciaba con furia y estaban pasando cosas muy extrañas; pero la tormenta y la noche pronto terminarían, pues las tormentas y las noches siempre terminan. Esa era la promesa de los dioses. Cuando amaneciera, Rhys, Beleño y Atta emprenderían el camino de regreso a casa, de regreso a su monasterio. El viaje sería largo, pues el monasterio estaba al norte de la ciudad de Staughton, que se encontraba en la costa occidental. Ellos estaban en la costa oriental del vasto continente de Ansalon y tendrían que viajar a pie. La distancia no lo preocupaba. Cada paso estaría consagrado al dios. Pensó en los trabajos que desempeñaría para ganarse el pan, en las personas que conocería, en las buenas acciones que intentaría hacer a lo largo del camino y el viaje no le pareció largo en absoluto.