Выбрать главу

Mina fue bajando muy lentamente por el aire y se posó delante de Rhys.

—Vamos a ir a Solace caminando —dijo el monje, con la voz cargada de furia—, ¿Me estás entendiendo, Mina? No vamos a ir nadando ni volando. ¡Vamos a caminar!

A Mina se le escaparon las lágrimas, que empezaban a correrle por las mejillas. Se tiró al suelo y empezó a llorar.

Rhys estaba temblando. Siempre se había sentido muy orgulloso de su disciplina y allí estaba, gritándole a una niña. De repente se sintió profundamente avergonzado.

—No quería gritarte, Mina... —empezó a decir sin apenas fuerzas...

—¡Lo único que quería era llegar más rápido! —gritó la pequeña, levantando la cara surcada de lágrimas y manchada de tierra—. No me gusta caminar. ¡Es muy aburrido y me duelen los pies! Y vamos a tardar demasiado tiempo, hasta el infinito. Además, la tía Zeboim me dijo que podía volar —añadió, entre hipos y temblores.

Beleño le pegó un codazo a Rhys en las costillas.

—Es verdad que vamos a tardar mucho y eso de volar podría ser interesante y...

Rhys lo miró. Beleño tragó saliva.

—Pero tienes razón, por supuesto. Tenemos que caminar. Para algo los dioses nos dieron pies y no alas. Ahora mejor me voy a dormir...

Rhys se arrodilló y abrazó a Mina. Ella le echó los brazos al cuello y sollozó sobre su hombro. Poco a poco, los lloros se fueron haciendo más débiles y la niña acabó quedándose callada. Rhys la miró y vio que había llorado hasta quedarse dormida. La llevó a la manta que había extendido sobre una zona de hierba mullida debajo de un árbol y la tumbó. Estaba tapándola con otra manta, cuando Mina se despertó.

—Buenas noches, Mina —dijo Rhys y alargó la mano para apartarle el pelo de la frente con ternura.

Mina le cogió la mano y la besó arrepentida.

—Lo siento, Rhys —dijo. Era la primera vez que lo llamaba por su nombre y no «señor monje»—. Podemos caminar. Pero ¿podríamos caminar rápido? —añadió con voz lastimera—. Me parece que tengo que llegar a Morada de los Dioses rápidamente.

Rhys estaba agotado, pues de lo contrario tendría que habérselo pensado dos veces antes de responder que sí, que podían «caminar rápido».

3

El día siguiente estaban en Solace.

—Al fin y al cabo —señaló Beleño—, le dijiste que podíamos caminar rápido.

El día había empezado bien. Mina parecía arrepentida y se mostraba tranquila y dócil. Las volutas de bruma se levantaban perezosamente del lecho del río. Emprendieron el camino pronto y Rhys andaba tan rápido como pensaba que Mina podría aguantar. Cuando empezó a ver que los árboles y las praderas pasaban raudas a los lados, el aumento de velocidad había sido tan gradual que creyó que sus ojos estaban pasándole una mala jugada.

Pero entonces el paisaje empezó a deslizarse a una velocidad increíble. El, Beleño, Mina y Afta seguían caminando a un ritmo que parecía normal, pero los otros viajeros aparecían y desaparecían en cuestión de segundos. Las nubes surcaban el cielo en un instante. Un momento hacía sol, al siguiente los empapaba una tormenta y un segundo después lucía el sol de nuevo. Cruzaron el desierto. La ciudad de Delfo era una mancha de color, la de Khuri-khan un estallido de ruido y calor.

Allí estaban y dejaron de estar los ogros de Blode. La Gran Ciénaga era pantanosa, sofocante y apestosa, pero no por mucho tiempo. Cruzaron rozando las aguas del río Westguard y vieron el reflejo del sol sobre las olas de Nuevo Mar, antes de que desapareciera y llegaran las desoladas llanuras de Dergoth. El lago de la Muerte estaba envuelto en inquietantes sombras y el río de la Rabia Blanca tronó un momento.

Rhys se había mareado por desplazarse tan rápido y tuvo que agarrarse a un poste para no caer. Beleño se tambaleó un momento sobre las piernas sin fuerzas, lanzó un quejumbroso «¡buf!» y se derrumbó. Atta se dejó caer sobre un costado y se quedó jadeando en el suelo.

—¡Hemos andado todo el camino! —exclamó Mina con orgullo—, ¡He hecho lo que me dijiste!

Sus ojos ambarinos eran límpidos y brillaban. Lucía una sonrisa ilusionada y feliz. Estaba convencida de que había hecho algo merecedor de alabanzas y a Rhys no le quedaban ánimos para regañarla. Al fin y al cabo, se habían ahorrado un viaje largo, dificultoso y repleto de peligros, y habían llegado sanos y salvos a su destino. No podía evitar sentirse aliviado. Rhys se dio cuenta de que Mina no pensaba que hubiera hecho nada excepcional. Para ella, atravesar tranquilamente un continente en un día era algo que cualquiera podía hacer con sólo concentrarse un poco.

Rhys ayudó a Beleño a levantarse y aseguró a Atta que todo estaba bien. Mina lo miraba todo con entusiasmo. Estaba encantada con Solace.

—¡Las casas están construidas en los árboles! —exclamó, dando palmadas—, ¡Una ciudad entera subida a los árboles! Quiero subir ahí arriba. ¿Qué es ese sitio?

Señaló hacia un edificio grande que se acomodaba entre las ramas de un vallenwood gigantesco.

—Es la posada El Último Hogar —declaró Beleño, olfateando el aire con ansia. Ya se sentía casi normal—. Repollo cocido. Lo que quiere decir que hoy debe de ser el día de carne de vaca en conserva con repollo. Espera a conocer a Laura. Es la dueña de la posada, es la encargada de cocinar y la mejor cocinera de Ansalon. Y después está nuestro amigo, Gerard, el alguacil. El es...

—Mina —lo interrumpió Rhys—, ¿te importaría ir hasta esa fuente y coger un poco de agua para Atta?.

Mina hizo lo que le mandaban y corrió entusiasmada hasta la fuente pública, acompañada por la perra sin aliento.

—Creo que no deberíamos contarle a Gerard la verdad sobre Mina —le dijo Rhys a Beleño, cuando Mina ya se había alejado—. No pongamos a prueba su credulidad.

—¿A prueba, como los menús degustación? —preguntó Beleño, sorprendido—. Porque yo sé que en ésos te ponen muchas cosas para probar.

—Me temo que no nos creería —le aclaró Rhys.

—¿Que es una diosa que se ha vuelto loca? Ni siquiera estoy seguro de que yo mismo lo crea—repuso Beleño muy serio. Se llevó la mano a la cabeza—. Todavía estoy un poco mareado de tanto caminar. Pero ya veo lo que quieres decir. Gerard conoció a Mina, ¿verdad? A la antigua Mina, me refiero. Cuando ella era soldado en la Guerra de las Almas. Nos contó que la había conocido esa noche que empezó a hablar sobre lo que le había pasado en la guerra. Pero ahora es una niña pequeña. No me parece muy probable que relacione a las dos. ¿Tú crees que sí?

—No lo sé. Podría reconocerla si oye su nombre y la ve. Su belleza no es normal.

Beleño contempló a Mina mientras la niña volvía apresuradamente a su lado. Llevaba agua en un cubo y la mayor parte se le estaba cayendo sobre los zapatos.

—Rhys —dijo el kender en un susurro—, ¿qué pasará si es Mina quien lo reconoce a él? Gerard era su enemigo. ¡Podría matarlo!

—No creo que lo mate —contestó Rhys—, Parece que ha borrado esa parte de su vida.

—También borró a los Predilectos y después le volvió todo de golpe —le recordó Beleño.

Rhys sonrió débilmente.

—Tendremos que ser optimistas y confiar en que los dioses estén con nosotros.

—Están con nosotros, eso seguro —se quejó Beleño—. Si de algo vamos sobrados, es de dioses.

Después de que Atta bebiera ansiosamente el agua, Rhys y sus compañeros se unieron a la cola de gente que aguardaba una mesa en la conocida posada. La cola serpenteaba por la escalera larga y curva que llevaba a la puerta principal. Los últimos rayos del sol poniente teñían el cielo de un rojo dorado, daba lustro a las hojas del vallenwood y refulgía sobre las vidrieras de las ventanas. Las personas que hacían cola estaban de buen humor. Contentos de haber acabado el trabajo del día, esperaban con alegría una buena comida y la velada en compañía de buenos amigos.