—Goldmoon me contaba historias sobre la posada El Ultimo Hogar —decía Mina entusiasmada—. Me contó que la Vara de Cristal Azul los trajo milagrosamente a ella y a Riverwind, que conocieron a los Héroes de la Lanza y que Theocrat se cayó en el fuego, se quemó la mano y la vara lo curó. Y entonces llegaron los soldados y...
—Me muero de hambre —se quejó Beleño—. Y esta cola no se ha movido ni un paso. Mina, si pudieras llevarnos rápidamente delante...
—¡No! —dijo Rhys con severidad.
—Pero Rhys...
—¡Os echo una carrera! —gritó Mina.
Antes de que Rhys pudiera detenerla, la niña ya había echado a correr.
—¡Iré a buscarla! —se ofreció Beleño y se lanzó a la carrera antes de que Rhys pudiera agarrarlo.
Mina llegó a la escalera y empujó a la indignada clientela. Beleño provocó aún más jaleo al intentar alcanzarla.
Rhys se apresuraba detrás de los dos, disculpándose profusamente. Agarró a Beleño en la puerta, pero Mina era demasiado rápida y ya se había colado en el interior de la posada.
Varios amables clientes le dijeron que podía pasar delante. Rhys sabía que estaba consintiendo el mal comportamiento de la niña y también que tendría que haber reñido a ella y al kender, y obligarlos a volver al final de la cola. Pero, sinceramente, estaba demasiado cansado para sermones, demasiado cansado para soportar toda la discusión y los lloros. Parecía mucho más cómodo dejarlo pasar.
Laura, la propietaria de la posada, se alegró muchísimo de volver a ver a Rhys. Le dio un abrazo y le dijo que podía recuperar su antiguo trabajo si lo quería, y añadió que tanto él como Beleño podían quedarse todo el tiempo que quisieran. Laura guardaba otro abrazo para Beleño y quedó encantada cuando Rhys le presentó a Mina, a quien describió sin dar muchos detalles como una huérfana que habían conocido por el camino. Laura chasqueó la lengua, compasiva.
—¡En qué estado estás, pequeña! —exclamó la mujer, mirando asustada la cara manchada de tierra de Mina, el pelo revuelto y las ropas harapientas y mugrientas—. ¡Y esos harapos que llevas! ¡Por todos los dioses, esta camisa está tan gastada que es transparente!
Lanzó a Rhys una mirada cargada de reproches.
—Ya sé que los solterones como tú no tenéis ni idea de cómo criar a una niñita, ¡pero por lo menos podrías haberte encargado de que se diera un baño! Ven conmigo, Mina, cielo. Te daremos una comida rica, un baño caliente y después a la cama. Y me encargaré de que te vistas un poco mejor. Tengo guardada alguna ropa vieja de mi sobrina Linsha. Creo que te quedará bien.
—¿Me cepillarás el pelo antes de que vaya a dormir? —preguntó Mina—. Mi madre solía cepillármelo todas las noches.
—Claro, cariño —contestó Laura, sonriendo—, te cepillaré el pelo, ese pelo precioso que tienes. ¿Dónde está tu madre, cielo? —le preguntó, mientras se la llevaba.
—Está esperándome en Morada de los Dioses —contestó Mina muy seria.
Laura pareció bastante sorprendida al oír tal respuesta, pero después su expresión se dulcificó.
—Qué niña más dulce —dijo con ternura—. Esa es una forma muy bonita de recordarla.
Beleño ya había encontrado una mesa y comentaba los platos de la noche con la camarera. Rhys miró en derredor en busca de Gerard, pero la mesa que solía ocupar estaba vacía. Beleño atacó con alegría un plato enorme de carne de vaca con repollo. Rhys comió poco y le dio el resto a Atta, que olfateó el repollo hervido con desprecio pero no tuvo tantos reparos en zamparse la carne.
Rhys insistió en pagar el alojamiento y la comida ayudando en la cocina. La noche iba avanzando y el monje siguió buscando a Gerard, pero el alguacil no pasó por allí.
—No me sorprende —dijo Laura, cuando volvió para inspeccionar su cocina y hacer los preparativos para el desayuno del día siguiente—. Ultimamente está habiendo problemas en Ringlera de Dioses. Nada serio, no te preocupes. Los clérigos de Sargonnas y Reorx tuvieron una pelea de gallitos y casi acaban a golpes. Alguien tiró huevos podridos al templo de Gilean y en las paredes del templo de Mishakal aparecieron dibujos lascivos y palabrotas. Los ánimos están calentándose. Seguramente el alguacil haya ido a hablar con la gente para tranquilizar las cosas.
Rhys la escuchó consternado. Intentó convencerse a sí mismo de que aquella rivalidad entre los dioses no podía tener nada que ver con él y sus compañeros, pero sabía que no era así. Pensó en Zeboim y Chemosh, los dos intentando atraer a Mina para que se les uniera. Escogiera el lado que escogiese, la luz o la oscuridad, perturbaría el equilibrio entre el bien y el mal, inclinaría la balanza hacia un lado o el otro.
—Es una niña preciosa —dijo Laura, agachándose para besar a la pequeña en la frente, cuando ella y Rhys fueron a comprobar que todo estuviera bien antes de retirarse a dormir—. Aunque dice unas cosas rarísimas. ¡Vaya imaginación! ¡Imagínate, dijo que ayer estabais en Flotsam!
Rhys se alegró de que llegara el momento de acostarse en la cama que Laura le había preparado en la habitación contigua a la de Mina. Atta acababa de acomodarse a sus pies, cuando un grito agudo despertó a Rhys. Encendió la palmatoria que tenía junto a la cabecera y acudió presuroso a la habitación de Mina.
Mina se agitaba en la cama, dando golpes con los brazos. Tenía los ojos ambarinos muy abiertos y miraba fijamente.
—... ¡Tus flechas, capitán! —estaba gritando—. ¡Ordena a tus hombres que disparen!
Se sentó, con los ojos clavados en algún horror que sólo ella podía ver.
—Tantos muertos. Todos apilados... El tajo de Beckard. Matando a nuestros propios hombres. ¡Es la única solución, idiota! ¿No lo entiendes?
Lanzó un grito salvaje.
—¡Por Mina!
Rhys la cogió entre sus brazos para tratar de calmarla. Ella se resistió y le pegó con los puños.
—¡Es la única solución! ¡La única solución para que ganemos! ¡Por Mina!
De repente se dejó caer hacia atrás, agotada.
—Por Mina... —murmuró antes de hundirse en la almohada.
Rhys se quedó a su lado hasta que estuvo seguro de que volvía a dormir tranquilamente. Pidió a Majere que la bendijese y después volvió a su cama.
Estuvo allí tumbado mucho tiempo, intentando recordar dónde había oído antes el nombre de «el tajo de Beckard» y cuando por fin se acordó, sintió un escalofrío.
—¿Dónde vas esta mañana? —preguntó Beleño a Rhys entre un bocado y otro de huevos revueltos y patatas con especias.
—Al Templo de Majere —respondió Rhys.
—¿Y qué hace Mina?
—Está en la cocina con Laura, aprendiendo a hacer pan. Échale un ojo. Dame aproximadamente una hora y después tráemela al templo.
—¿Los monjes nos dejarán entrar? —preguntó Beleño sin mucha confianza.
—Todo el mundo es bienvenido en el Templo de Majere. —Rhys alargó el brazo para dar un golpecito sobre el saltamontes dorado que el kender llevaba prendido a la camisa—. Además, el dios te ha dado su talismán. Serás un huésped de honor.
—¿De verdad? —Beleño estaba asombrado—. Eso es muy amable por parte de Majere. Ten cuidado y dale las gracias de mi parte. ¿Qué vas a contarle a tu abad sobre Mina? —preguntó curioso.
—La verdad.
Beleño sacudió la cabeza.
—Pues buena suerte con eso. Espero que los monjes de Majere no estén muy enfadados contigo por haber sido monje de Zeboim un tiempo.
Rhys podría haberle contado que aunque los monjes podían estar tristes y decepcionados por sus fracasos, nunca estarían enfadados. Se dio cuenta de que a su amigo aquel concepto podría resultarle difícil de comprender y no tenía tiempo para explicárselo. Tenía prisa por llegar al templo, suplicar el perdón por sus pecados y pedir ayuda a aquellos que eran más sabios que él. Sentía un enorme deseo de encontrar descanso y paz en aquella calma bendita y contemplativa.
No obstante, Rhys no había olvidado a Gerard y mientras bajaba por la calle principal de la ciudad, sombreadas por las hojas moteadas de los vallenwoods, se detuvo para hablar con unos de los guardias de la ciudad.