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Las ovejas estaban dispersas por la ladera, pastando con satisfacción, contentas de volver a saborear la hierba tierna después de haber pasado los meses más fríos alimentándose de heno seco. Con la primavera llegaba la época de esquilar las ovejas y traer a la vida a los nuevos corderos y Rhys estaría muy ocupado. Pero, por el momento, todo era calma.

Atta estaba tumbada junto a él. Tenía una cicatriz en el flanco en la que no le crecía el pelo, estaba completamente curada de sus heridas, así como Rhys también se había recuperado de las suyas. La atención de Atta se repartía entre las ovejas, que eran una preocupación constante, y su nueva camada de cachorros. No tenían más que unos pocos meses, pero los cachorros ya demostraban mucho interés por el pastoreo y Rhys había empezado a enseñarles. El monje y sus cachorros habían trabajado durante toda la mañana y los perritos, agotados, dormían hechos unos ovillos peludos negros y blancos, en los que asomaban los hocicos rosados. Rhys ya había decidido cuál, el más listo y atrevido, iba a regalar a la señora Jenna.

Rhys estaba cómodamente sentado, con el emmide descansando entre los brazos doblados. Se envolvía con una capa gruesa, pues a pesar de que lucía el sol, el viento seguía mordiendo con los gélidos colmillos del invierno. Su mente flotaba tranquilamente entre las nubes altas y esponjosas, pensando despreocupadamente en un tema y saltando al siguiente, dando siempre las gracias a Majere.

Rhys estaba solo en el cerro, pues el rebaño estaba a su cargo y era su responsabilidad, por eso se sobresaltó cuando una voz lo sacó de su ensimismamiento.

—¡Hola, hola, Rhys! ¡Apuesto algo a que te sorprendes de verme!

Rhys no tenía más remedio que admitir que sí se sorprendía. Aunque «sorprenderse» tampoco era la palabra más apropiada, pues quien estaba tranquilamente sentado junto a él era Beleño.

El kender sonreía deslumbrante ante la perplejidad de Rhys.

—¡Soy un espíritu, Rhys! Por eso estoy un poco desdibujado y tembloroso. ¿No es increíble? ¡Se te está apareciendo un fantasma!

De repente, Beleño pareció muy preocupado.

—Espero no haberte asustado.

—No —le aseguró Rhys, aunque tardó un momento en recuperar el habla.

Al oír hablar a su amo, Atta levantó la cabeza y lo miró de reojo, por si la necesitaba.

—¡Hola, Atta! —saludó Beleño—. Tus cachorros están preciosos. Son igualitos a ti.

Atta entrecerró los ojos. Olfateó el aire, volvió a olfatearlo, se quedó un momento pensando y después desechó lo que no entendía, apoyó la cabeza entre las patas y volvió a su vigilancia.

—Me alegro de no haberte asustado —prosiguió Beleño—, Siempre me olvido de que estoy muerto y tengo la costumbre poco afortunada de aparecerme ante la gente de repente. Pobre Gerard. —El espíritu lanzó un suspiro—. Creí que le iba a dar una apología.

—Apoplejía—lo corrigió Rhys sonriendo.

—Eso también —repuso Beleño muy serio—. Se quedó increíblemente blanco y empezó a resollar. Después juró que nunca más en su vida volvería a tomar ni una gota de aguardiente enano. Cuando intenté tranquilizarlo diciéndole que no era una alucinación, que no estaba viendo cosas raras y que de verdad era un espíritu, empezó a resollar todavía más fuerte.

—¿Al final se recuperó? —preguntó Rhys.

—Creo que sí—respondió Beleño con cautela—. Después me riñó mucho. Me dijo que le había quitado diez años de vida y que ya tenía suficientes problemas con los kenders vivos y no estaba dispuesto a que también lo molestara uno muerto, que tenía que volver al Abismo o de donde fuera que hubiera salido. Le expliqué que no estaba en el Abismo. Que había estado dando una vuelta por el mundo y que comprendía perfectamente cómo se sentía y que sólo había parado un momento para darle las gracias por todas las cosas bonitas que había dicho en mi funeral.

»Por cierto, yo también fui. Fue precioso. ¡Vino tanta gente importante! La señora Jenna y el abad de Majere, el Dios Caminante con los elfos y Galdar y una delegación de minotauros. Con lo que mejor me lo pasé fue con la pelea de después en la taberna, aunque supongo que en realidad eso no formaba parte del funeral. Y me gustó que esparcieran mis cenizas debajo de la posada. Así siento que una parte de mí siempre se quedará aquí. A veces me parece que puedo oler las patatas con especias, y eso es muy raro, porque los fantasmas no tienen olfato. ¿Por qué crees que será?

Rhys tuvo que admitir que no lo sabía.

Beleño se encogió de hombros y después frunció el entrecejo.

—¿Por dónde iba?

—Estabas hablando de Gerard...

—Ah, sí. Le dije que había ido a despedirme antes de emprender la siguiente fase de mi viaje, el cual, por cierto, va a ser increíble. Dentro de un momento te cuento por qué. Tiene que ver con mi saltamontes. Pero bueno, Gerard me deseó buena suerte y me acompañó hasta la puerta y la abrió para que pudiera salir. Le expliqué que no hacía falta que la abriera porque puedo atravesar puertas y paredes, incluso el techo. Me contestó que no iba a atravesar ni su puerta si su pared. Estaba muy serio, así que no lo hice. Y me parece que no iba en serio cuando dijo que no iba a volver a probar el aguardiente enano, porque le vi coger la jarra y dar un buen trago en cuanto me fui.

—¿Te despediste de alguien más? —preguntó Rhys, alarmado.

Beleño asintió.

—Fui a ver a Laura. Después de lo que había pasado con Gerard, pensé en aparecerme a Laura poco a poco. Ya sabes, para darle tiempo a que se acostumbrara. —El espíritu suspiró—. Pero dio igual. Lanzó un grito, se echó el delantal sobre la cabeza y rompió una pila entera de platos sucios cuando cayó en la palangana de fregar. Así que me pareció mejor no quedarme. Y ahora estoy aquí contigo. Eres mi última parada, después me iré de verdad.

—Me alegra verte, amigo —dijo Rhys—. Te he echado mucho de menos.

—Ya lo sé. Te sentía echándome de menos. Era una sensación agradable, pero no tienes que estar triste. Eso es lo que he venido a decirte. Siento haber tardado tanto en llegar hasta aquí. El tiempo ya no significa mucho para mí y hay tantos sitios que visitar y tantas cosas que ver. ¡Sabías que hay otro continente entero! Se llama Taladas y es un lugar muy interesante, aunque no es ahí adonde voy a ir en el viaje de mi alma. Ah, eso me recuerda una cosa. Tengo que contarte una cosa de Chemosh.

»Los fantasmas con los que hablé cuando era un acechador nocturno me explicaron que al morir, tu alma se presenta ante el Señor de la Muerte para ser juzgada. Estaba muy impaciente por que llegara esa parte y era todo muy emocionante. Estaba en una cola con un montón de almas más: goblins y draconianos, kenders y humanos, elfos, gnomos, ogros y más cosas. Todas las almas van ante el Señor de la Muerte, que está sentado en un trono enorme, muy impresionante. A veces intenta tentarlos para que se queden con él. Otras veces ya han prometido seguirlo a él o a algún otro dios, como Morgion, que permíteme que te diga que no es nada agradable. Y otras veces los otros dioses van a decirle a Chemosh que aparte sus manazas. Reorx hizo eso por un enano.

»Así que yo estaba esperando al final de la cola, pensando que iba a tardar mucho, mucho tiempo en llegar al final, cuando de repente el Señor de la Muerte se levanta del trono de un salto. ¡Recorrió toda la fila y se quedó parado delante de mí! Me mira con odio y me dice muy enfadado que yo puedo irme. Respondí que no me importaba quedarme porque estaba charlando con unos amigos, y era verdad. Me había encontrado con unos cuantos kenders muertos y estábamos comentando lo interesante que era estar muerto y cada uno describía cómo había muerto y todos estuvieron de acuerdo en que nadie podía superarme, porque a mí me había matado un dios.