– En fin -dijo James-, reservo el gran anuncio para esta noche. Quiero que todas nuestras familias estén allí porque es algo que nos afecta a todos. Los tres os alegraréis -añadió, y mi corazón pareció pegarse a las costillas-. O al menos deberíais hacerlo. Pero quería quitarme de encima el tema de Milo. Todos habéis contribuido mucho a levantar el proyecto, pero al fin y al cabo para eso cobráis. Y, con toda franqueza, uno de vosotros fue más crítico que los otros dos a la hora de conseguir la financiación necesaria…
Los graznidos de los patos se oyeron a lo lejos. James cogió el rifle y se preparó, y el resto le imitamos. Conseguir la parte de Milo en este negocio acabaría de un plumazo con todas mis. preocupaciones económicas. Pagaría la hipoteca. Las tarjetas de crédito. Significaría una cantidad de dinero en efectivo destinada a crecer. Podría gastar sin remordimientos y dejar de preocuparme por lo que gastaba Jessica. Ella podría construir la casa. Podría empezar mañana mismo. Sólo la mitad de la tajada que se llevaba Milo me situaría directamente en el asiento del conductor.
Russel se dispuso a llamar a los patos, pero éstos optaron por virar en su vuelo antes de acercarse.
– Sujeta a ese maldito perro -ordenó James, y se inclinó hacia delante para ver a Russel.
Éste retuvo con fuerza al animal y sopló a pleno pulmón, con los carrillos hinchados como globos rojos, aguantando el silbido hasta el final del vuelo. Un pato rezagado se separó del grupo y voló hacia nosotros.
– Tuyo, Thane -dijo James.
Contuve la respiración. Era un gran pato de cabeza verde. Cerró las alas con un graznido. Bajó las patas, dispuesto a aterrizar, y se mantuvo flotando, chapoteando en la corriente, a punto de sumergirse. Era un tiro fácil.
Disparé una vez. Dos. Tres veces sin parar. El pato se elevó; cayeron unas cuantas plumas, pero aleteó aterrado y consiguió huir y desaparecer por encima del risco arbolado que se alzaba al final del pantano.
– Pues bien -dijo James, tras tomar asiento y posar la mirada en el pantano-, la parte de Milo pasará a Scott.
11
– ¿Y cómo te sentiste al enterarte? -pregunta el psiquiatra.
– ¿La verdad?
– Para eso estoy aquí.
– En ese momento me entraron ganas de girar el arma del calibre doce, apuntarle a la cara y apretar el gatillo.
– Pero el arma no estaba cargada.
– ¿Qué quiere decir? ¿Cómo lo sabe? -pregunto.
– Mi abuelo era cazador -dice él después de apoltronarse en la silla y cruzar las manos sobre la barriga-. Tres disparos en una cacería de patos. Ley federal. Has dicho que disparaste las tres veces.
Me mordí el labio inferior.
– Así que no lo hiciste -dice.
– ¿Ha bajado alguna vez a un sótano y ha visto algo con el rabillo del ojo?
Asiente.
– Pues quizá fue algo así. Algo oscuro que centellea en un área de tu cerebro. No significa nada. Está allí y luego desaparece.
– Pero al final lo hiciste.
– Ése fue el momento en que más me acerqué a desearlo sin hacerlo, así que casi no cuenta.
– De acuerdo, digamos que no querías hacerlo -dice él-. ¿Cómo llegaste a matarlo?
– Ya se lo he dicho. Fueron las circunstancias. La verdad es que no tuve alternativa.
– Creo que todos tenemos alternativas. Sé que no te gusta, pero es a eso a lo que voy. ¿Quieres enfrentarte a las cosas desde fuera? Tienes que saldar las deudas. Siempre.
– ¿Sabe qué es lo que recuerdo?
– ¿Qué?
– La maldita expresión que pusieron. Los dos. Como si el hecho de que él se llevara la parte de Milo fuera una obviedad. Algo totalmente justo.
Oí la respiración de Ben; cuando me giré hacia él, fingía estar interesado en la línea de árboles donde se había refugiado el pato que yo había herido. Me cabreó, porque en lugar de apretar los dientes o jadear, lucía una sonrisa de sabelotodo en la cara. Me entraron ganas de partirle la boca, pero James se dirigía a mí.
– Acabamos de cerrar un trato que hará entrar mucho dinero en los bolsillos de todos y, sin embargo, no pareces contento -dijo James.
Me volví y descubrí que me miraba fijamente. Debería haberle dicho algo en ese momento. Jessica no se habría callado. Pero en una situación como ésa, a pesar de todos los años de entrenamiento, a pesar de haberme partido el culo cuando era jugador de rugby profesional, me convertí en lo que siempre había temido ser. Me convertí en mi padre.
– No -dije-. Claro que lo estoy.
– Bien -dijo James, y echó un vistazo al reloj-. A las cuatro espero una llamada.
Subimos al barco. Russel nos llevó de vuelta, con un cigarrillo apagado colgándole de los labios y sus gruesas manos controlando tanto el perro como el motor. Cuando nos marchamos en el Suburban de Bucky, le vi ahuecar las manos y encender el pitillo. Mientras Bucky nos acompañaba hasta la cabaña, James nos interrogó sobre el plan de obra. Nos sentamos en la parte de atrás: Ben iba entre Scott y yo.
– Si te soy sincero, James -dije-, esos tipos del sindicato me preocupan un poco. Estaba pensando en contratar seguridad. Para la obra. Quizá también para nosotros.
– Sólo son palabras -dijo James, moviendo la mano como si quisiera apartarlas. Se inclinó hacia la ventanilla del lado del conductor y señaló los árboles muertos que surgían del agua-. Esa gente del sindicato son como abejas. Si no los molestas, te dejan en paz. Milo debió de meter la mano donde no debía. Buck, me gustan esas cajas de madera para patos. Añadamos alguna más.
– Pero alguien nos sacó de la carretera -dijo Ben.
James se volvió y le miró, sonriendo.
– ¿No pudo ser alguna vieja? ¿O algún chaval colocado?
– Creemos que fueron los hombres de Johnny G -aseguró Ben.
Scott miró a Ben dubitativo.
– ¿Los han pillado? -preguntó.
Ben negó con la cabeza.
– ¿Cómo sabes que era Johnny G? -preguntó James.
– Era un Suburban negro -respondió Ben-. Aparecieron en medio de la tormenta y fueron por nosotros.
James asintió, devolvió la atención a las curvas de la carretera que tenían delante y dijo:
– Si me asustara cada vez que uno de ésos me mira raro, todavía estaría excavando sótanos.
– Quizá baste con unos cuantos tipos para vigilar la obra -propuse.
– Llama a la policía -dijo James-. Lo haremos así. Senté un precedente con esa gente hace tiempo. No hacemos tratos con ellos y no huimos asustados.
– El FBI ha estado vigilando a Johnny G -informó Ben.
– Bien -replicó James-. Impliquémoslos.
– Ya están implicados -dijo Ben-. Quieren nuestra ayuda.
Bucky detuvo el Suburban delante de la cabaña.
– De acuerdo -consintió James y se apeó de un salto-. Adelante. Os veré a la hora de cenar, chicos.
Scott y Bucky también bajaron. Los tres entraron en la cabaña.
– ¿Te apetece ir a pescar un rato antes de que anochezca? -pregunté.
Me había llegado el turno de sonreír.
– Joder -dijo Ben, mirando hacia la puerta de la cabaña y negando con la cabeza.
– Ese hombre acaba de robar veinte millones de dólares delante de nuestras narices; ¿crees que va a contratar guardaespaldas? -pregunté.