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La aspirante número tres, Desirée, se esforzaba realmente todo lo que podía. Tenía una voz seductora y sexy, utilizaba un perfume caro y, al poco de que los hubieran presentado, le puso una mano en la rodilla. Él notó aquella caricia e intentó imaginarse sus dedos largos, su brazo esbelto, su cabello rubio ondulado y un rostro de modelo. También intentó responder a su gesto, pero el ritmo de su pulso seguía siendo estable y su piel seguía estando fría.

Y para desbaratar aún más sus esfuerzos, le distrajo la voz de Zoe, que estaba sentada en una silla justo a su lado y se dedicaba a hablar apasionadamente de la banda; él se daba cuenta de que no lograba convencer a nadie.

– La banda municipal siempre ha participado en el desfile -dijo ella-. Durante treinta años.

La voz de un hombre mayor le replicó.

– Pero Zoe, los Lindstrom se trasladaron el año pasado al continente. El viejo Burt ha ido a visitar a su hija y pasará allí todo el verano, y el joven Burt se ha roto una muñeca y no va a poder tocar. Y todos sabemos que esos cuatro han sido el corazón de la banda durante la última década.

La agitación de Zoe llegó hasta él en oleadas.

– Pero…

– Zoe -otra voz masculina la interrumpió-: Yo todavía estoy pensando que deberíamos cortar por lo sano y cancelar el festival.

Ella refunfuñó en voz alta.

– William, ya hemos discutido eso antes. Todos los que vivimos en la isla dependemos de una manera o de otra de los turistas. Y el turismo depende del Festival del Gobio.

La primera voz volvió a intervenir.

– Y el festival depende de los gobios, Zoe. Si nos gastamos todo ese dinero en el festival y esos peces no aparecen, ¿no se sentirán engañados quienes hayan venido a verlos?

– Los gobios volverán este año. -La voz de Zoe era aguda y tenía un tono extraño, casi de desesperación-. Nada va a hacer que la vida cambie aquí, nunca.

Varias voces más se metieron en la discusión.

¿Nada va a hacer que la vida cambie aquí, nunca? Yeager se acomodó en su silla y trató de olvidar las extrañamente insistentes palabras de Zoe volviendo a dirigir su atención hacia la perfumada y sensual Desirée. Pero en cuanto oyó de nuevo la preocupada voz de Zoe, los detalles del negocio de vidrieras de colores que regentaba Desirée no pudieron mantener su atención.

– Perdóname -le dijo interrumpiéndola-, ¿me podrías explicar de qué trata la conversación?

Desirée suspiró, pero afortunadamente no pareció que fuera a darle largas.

– De nuestras vidas y del problema con el que nos estamos enfrentando en este momento.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Yeager.

– Hay gente que cree que los gobios de cola de fuego no regresarán a la isla este año. El año pasado vinieron muy pocos. Se dice que la culpa la tienen los cambios de las corrientes de agua del Pacífico. Así que ¿qué podemos hacer nosotros? -Volvió a suspirar-. ¿Cancelar el festival? Y si lo hacemos y resulta que vuelven a aparecer esos peces, ¿qué pasaría? ¿O seguir celebrando el festival y tragarnos la decepción cuando veamos que los peces no han vuelto este año? Y si es que no van a regresar jamás, quizá deberíamos ir empezando a hacer el equipaje.

– ¿Por qué?

– Abrigo se moriría -contestaron Susan y Elisabeth uniéndose a la conversación.

– ¿Estáis seguras? -dijo Yeager frunciendo el entrecejo.

– Necesitamos turistas para sobrevivir -añadió Desirée-. El festival atrae a la isla a mucha gente que supone la mayor parte de nuestros ingresos.

– ¿Qué sería de Capistrano sin las golondrinas? -intervino Susan.

– ¿O de McDonalds sin las patatas fritas? -añadió Elisabeth.

Desirée introdujo un poco de sentido común en la conversación.

– Es verdad que recibimos turistas durante todo el año, pero eso no es nada comparado con la época del festival. Y sin esos peces aquí, la verdad es que hay montones de sitios de playa mucho más baratos en el continente y de más fácil acceso. La isla de Catalina, por ejemplo, está mucho más cerca del continente y es mucho más conocida.

– Zoe parece estar convencida de que esos peces regresarán este año -dijo Yeager moviendo la cabeza.

Los dedos de Desirée se apretaron alrededor de su rodilla.

– Zoe quiere que vuelvan -dijo ella-. Lo mismo que todos nosotros, pero querer es una cosa y conseguirlo es otra completamente diferente.

Yeager hizo una mueca. Parecía que Zoe estaba metida en problemas, y esa era otra buena razón para estar agradecido por el hecho de que ella hubiera desviado su atención de él. Yeager era del tipo de personas que prefieren no meterse en complicaciones, de manera que siempre salía volando cuando se cruzaba con mujeres que apostaban muy alto.

Por supuesto que deseaba lo mejor para Zoe, pero se volvió de nuevo hacia Desirée sin remordimientos y le ofreció una de sus más seductoras sonrisas.

Ella siguió manteniendo la mano apoyada en su rodilla y continuó su charla con él. Susan y Elisabeth empezaron a preguntarle cosas sobre su vida, una táctica que debería haber funcionado como un hechizo. Pero aunque tenía allí delante bastantes cosas que podían tenerlo ocupado, la voz de Zoe no dejaba de interponerse, infiltrándose en su mente. Por supuesto que seguía conversando de temas sin importancia con aquellas tres mujeres, y continuaba sonriendo, pero poco a poco se fue acomodando en su silla y se fue apartando de la conversación.

Entretanto, Zoe seguía defendiendo su posición en cuanto al Festival del Gobio con una voz cansada y casi desesperada. Aquel sonido lo tenía atrapado y, sin siquiera pensarlo, Yeager acabó de deslizarse unos pocos centímetros más a un lado en su silla, hasta que su brazo se rozó con el de Zoe como una silenciosa e inusitada manera de ofrecerle su apoyo moral.

Con la mano de Desirée apoyada en una rodilla, cuando su antebrazo presionó contra el brazo de Zoe, Yeager se quedó rígido.

Automáticamente su cuerpo reaccionó a aquel roce, excitándose de nuevo, tal y como tenía que ser, tal y como había estado esperando que sucediera.

Aunque como respuesta a la mujer equivocada. Como respuesta a Zoe.

Y a pesar de que podía pensar en más de cuarenta razones para mantenerse alejado de ella, supo que ninguna de ellas le importaba en absoluto.

Capítulo 6

Deke no podía creer que la vieja cabaña en el árbol todavía estuviera allí. La última vez que había estado en la isla no había ido a comprobarlo. Pero aquella tarde, después de podar la maleza que rodeaba la casa de su tío abuelo, había visto el viejo roble -treinta años más viejo de lo que lo recordaba- con sus fuertes y largas ramas extendiéndose horizontalmente aún más lejos y las ramas altas como nudosos dedos que se alzaban hacia el cielo.

En otro tiempo, de una de las ramas horizontales colgaba un columpio de cuerda que ahora había desaparecido, pero aún seguían estando allí los siete trozos de dura madera que él había clavado en el tronco como escalones. Apoyada en una de las horquillas entre las ramas más bajas, el suelo de la cabaña de madera parecía estar casi intacto, aunque parte de la barandilla que la rodeaba había desaparecido.

Tras comprobar que los peldaños soportaban su peso, Deke ascendió hasta la altura de la cabaña. Colgándose de una rama más alta, pasó una pierna con cautela por encima de la poco sólida barandilla. El suelo de la cabaña aguantó. Tanteó poniendo el otro pie encima. El suelo siguió aguantando el aumento de peso.

Encogiéndose de hombros y confiando en sus habilidades de carpintero de cuando tenía trece años, se soltó de la rama a la que estaba agarrado, se sentó sobre el suelo de la cabaña -antaño su lugar favorito- y se apoyó en una de las ramas que se elevaban hacia el cielo; desde allí se quedó mirando hacia la playa de los Enamorados y hacia el Pacífico, hacia el mar abierto, donde no se podía llegar a ver el continente.