Выбрать главу

Yeager se había dejado caer sobre la cama, quejándose y apoyando la cabeza en las manos. ¡Sí, sí, sí! Después de todo, el mundo era un lugar demasiado pequeño. Porque, por supuesto, en cuanto puso en marcha el televisor, de allí salió el sonido del jodido canal Disney.

Con los ojos medio entornados, Zoe arrastró los pies como una zombi hasta la cafetera.

– Buenos días.

Sorprendida, Zoe tropezó con sus zapatillas amarillas. Por primera vez aquella mañana, había abierto los ojos completamente.

– Lyssa. -Su hermana estaba sentada a la mesa de la cocina, con un aspecto tan ajado y cansado como el que probablemente habría visto Zoe de sí misma si se hubiera parado delante del espejo-. Te has levantado muy pronto.

O puede que, al igual que Zoe, apenas hubiera podido dormir.

– Hum. -Lyssa cerró la revista que tenía entre manos y la dejó encima del montón de periódicos a los que estaban suscritas para que los huéspedes pudieran leerlos.

– ¿Qué estabas leyendo? -preguntó Zoe parpadeando.

– Nada en especial -dijo Lyssa encogiéndose de hombros.

Con curiosidad, Zoe cogió la revista que su hermana acababa de dejar sobre la mesa. Lyssa era una lectora de libros, no de revistas. La cubierta era de papel satinado y en ella aparecía una mujer de la que no se veía apenas otra cosa que los pechos, con un pequeño pintalabios rojo metido en el escote. Zoe se quedó boquiabierta mirando a su hermana.

– ¿El Cosmopolitan?

Lyssa no contestó. Era la última cosa que habría imaginado que su hermana podría leer.

Zoe echó otro vistazo a la portada. Sí, era el Cosmopolitan. ¡Y Lyssa estaba leyendo el Cosmopolitan! O acaso Zoe todavía estaba soñando. ¡Puede que lo que había pasado la noche anterior en el porche de Yeager no hubiera sido nada más que un sueño!

Qué idea tan genial. Porque entonces, en lugar de tener que preocuparse por los vergonzosos momentos de apasionados besos, podría haberlos despachado como las divagaciones inexplicables de una mente ensoñadora.

– ¿Qué es eso que tienes en el cuello? -preguntó Lyssa.

Instantáneamente, Zoe se levantó las solapas de la bata hasta las orejas.

– ¿Qué cuello?

«¡Ah!» Se dio media vuelta y se dirigió de nuevo hacia la cafetera. «¿Qué cuello?» Pero qué idiota era. Por supuesto que lo que había pasado la noche anterior no había sido un sueño. Normalmente los sueños no suelen dejarte reveladoras marcas de mordiscos. Iba a matar a Yeager.

Y, además, así después no tendría que volver a verlo durante el resto de su vida.

– Zoe…

Ella no tenía ningunas ganas de hablar de la marca que tenía en el cuello.

– ¿Algo interesante en el Cosmopolitan?

Un silencio extraño llenó la habitación. Zoe frunció el entrecejo y miró por encima de un hombro. Lyssa no solía titubear, sino que siempre le hacía preguntas directas. Zoe se había tomado en serio el papel de hermana protectora, y Lyssa simplemente se lo confiaba todo con naturalidad. ¿Les habría visto la noche anterior a Yeager y a ella en el porche? ¿Sería esa la causa de su nueva actitud silenciosa?

– Zoe. -Lyssa se meció en la silla con su largo pelo rubio rozándole los hombros.

Zoe pasó una mano por su pelo de cortos rizos y recordó los dedos de Yeager enredados entre ellos y la boca de él contra la suya. Un estremecimiento le recorrió la nuca, pero ella lo ignoró despiadadamente.

– ¿Qué sucede? -preguntó a Lyssa empezando a sentirse preocupada-. ¿No te encuentras bien?

– Estoy bien. Solo que… -Hizo un gesto vago en dirección a la portada de la revista. Zoe frunció el entrecejo.

– ¿La revista? -Se quedó un momento pensando-. ¿Por qué te has puesto a leer eso?

– Estaba… mirando la moda.

Zoe parpadeó y dio unos pasos hacia la mesa de la cocina.

– ¿Qué moda? -preguntó Zoe mirando de nuevo la portada y leyendo un par de titulares-: «¿Por qué te ha dicho él que no?» «¿Secretos sexuales que él querrá que le susurres al oído?»

– Eh, bueno, eso también son modas -intentó defenderse Lyssa.

Zoe hojeó las páginas rápidamente.

– Oh, claro, sobre todo si quieres darte una vuelta por la carnicería de Dave Palmeri, vestida con un corsé y unas medias de encaje. -Zoe hizo una mueca de desagrado-. Por supuesto que, en ese caso, el joven Dave sería capaz de renunciar a que le pagaras los pedidos del mes.

– Zoe…

– Sea como sea, si te interesa la moda, en la tienda de Rae-Ann hay montones de cosas preciosas. ¿No había dicho que estaba esperando que le llegara esta semana un nuevo pedido para la tienda?

Las mejillas de Lyssa enrojecieron.

– Puede que lo que yo quiera no se pueda conseguir en la isla.

Una sensación de inquietud hizo que a Zoe se le encogiera el estómago. ¿Algo que no se podía encontrar en la isla?

– Entonces lo puedes pedir por correo.

Lyssa no parecía convencida. Los nervios se agarraron de nuevo al vientre de Zoe y empezó a sentir un sudor frío que le recorría la base de la espalda.

– ¿Qué te pasa? -le preguntó a su hermana. La isla era su casa. La isla era donde habían decidido instalarse para estar a salvo-. ¿Hay algo que quieras contarme?

– No -contestó Lyssa bajando la mirada al suelo mientras el rubor del rostro empezaba a desaparecer-. No te preocupes. No tengo nada que contar, desgraciadamente.

Zoe se sintió más relajada y no hizo caso del comentario final de su hermana: «desgraciadamente». Por supuesto que no pasaba nada. El plan para el festival estaba en marcha, los gobios iban a regresar a la isla y sus vidas seguirían tan a salvo como siempre.

Acabó de prepararse el café y luego se acercó a la despensa para sacar de ella un tarro de cristal de mermelada casera.

– Tendremos que desayunar deprisa si queremos tener tiempo para darnos una ducha antes de preparar el almuerzo de los invitados.

Lyssa no contestó, y Zoe alzó la mirada para observar de nuevo a su hermana. Estaba otra vez ojeando la revista con una expresión triste en la cara.

– ¿Lyssa?

Su hermana seguía pasando las páginas.

– Tengo que hacerte una pregunta, Zoe. ¿Qué harías tú si quisieras algo? ¿Si quisieras algo con toda tu alma?

Zoe no sabía si estaban hablando de un vestido o de un sueño. Pero se le ocurrió pensar en Abrigo. En su sustento en la isla y en la manera de hacerlo posible. En el lugar seguro que habían encontrado aquí y en lo determinada que estaba ella a no permitir que nada cambiara.

– Si quisiera algo, intentaría hacer que sucediera. Haría todo lo que estuviera en mi mano para conseguir que sucediera.

Lyssa sonrió por primera vez aquella mañana.

– Eres una tipa muy lista, hermanita.

Zoe le devolvió una amplia sonrisa.

– Eso te lo podría haber dicho yo misma -le replicó Zoe, aunque por dentro se sentía como un fraude.

Se puso a recoger los cuencos de los cereales para apartarse de la mirada de admiración de Lyssa. Una mujer lista no se habría estado besando con Yeager Gates. Una mujer lista no habría dejado que se diera una situación con la que tendría que enfrentarse durante toda la estancia de él en la isla.

El problema de trabajar para uno mismo, pensó Zoe más tarde, es que tienes demasiadas oportunidades para oír tus propias sabias palabras.

«Si quisiera algo, intentaría hacer que sucediera. Haría todo lo que estuviera en mi mano para conseguir que sucediera.»

Soltó un suspiro mientras retiraba la última pieza de porcelana de la mesa del almuerzo. La misma mujer que había pronunciado aquellas palabras se había pasado toda la mañana escondiéndose del único huésped que no se había presentado a la hora del almuerzo. Si ella quería algo -como, por ejemplo, aclarar la situación con Yeager-, entonces debería hacer que sucediera.