– Sabes que te puedo encontrar solo por el tacto.
El aire vibraba en los pulmones de ella y Yeager sonrió satisfecho. ¿Quién estaba ahora al volante del vehículo? Pero Zoe se soltó de su abrazo.
– ¿Quieres divertirte un rato o no?
– Creo que eso podría ser divertido -dijo él en voz baja.
Ella siguió avanzando por la fina arena, que se había hecho más dura bajo los pies. Luego se paró y dio un agudo silbido juvenil.
– ¡Caramba! -Yeager se tapó los oídos con las manos.
Ella ignoró su queja y volvió a silbar para, a continuación, gritar en dirección al agua.
– ¡David! ¡Leif!
Yeager experimentó una punzada de aprensión en las tripas.
– Zoe, ¿qué…?
Ella volvió a gritar.
– ¡Eh! ¡David! ¡Leif!
Él tragó saliva intentando imaginar qué era lo que ella tenía en mente.
– Zoe, escúchame. ¿No estarás, eh, de nuevo en tu papel de casamentera, verdad?
La voz de Zoe sonó llena de diversión.
– Te había prometido que no volvería a hacerlo, ¿verdad?
Él sintió que sus tripas se relajaban un poco. ¿Eso era una respuesta?
Antes de que pudiera decidirlo, unos pies pesados que se dirigían hacia ellos pisotearon la arena acompañados por el tintineo de algo metálico y ligero. Unas voces jóvenes que no le eran familiares les saludaron.
– ¿Cómo va eso, Zoe? ¿Así que tu amiguete quiere que le demos un paseo?
Yeager nunca lo admitiría, pero necesitó hacer acopio de toda su disciplina militar para no salir de allí por piernas.
– Zoe -dijo tragando saliva- ¿De qué va todo esto? Escucha, sea lo que sea lo que hice, si te he ofendido…
Zoe se echó a reír realmente divertida y Yeager no fue capaz de entender qué era lo que estaba pasando hasta que aquellos tipos se acercaron más y empezaron a ponerle el equipo.
– Deberías verte la cara -dijo ella entre carcajadas.
Le pasaron unas correas entre las piernas y otras cruzándole el pecho, y Yeager tuvo un primer indicio de lo que estaba a punto de suceder.
– ¿Tú quieres ir sola, Zoe? -preguntó uno de los muchachos-. Podemos hacer un tándem, si quieres.
– Estos pies no van a separarse de la tierra de Abrigo, chicos -contestó ella algo nerviosa al cabo de un momento.
Yeager frunció el entrecejo, aunque todavía no estaba del todo seguro de qué pasaba.
– Zoe…
Una mano dio un tirón final a las correas. Zoe volvió a silbar y un tremendo regocijo llenó su voz:
– ¡A toda máquina! -gritó ella-. Sigue las instrucciones de Leif -le susurró al oído, y luego le dio un suave beso en la mejilla y una descarada palmada en el culo.
Yeager se quedó allí de pie, devanándose los sesos, consciente de que los demás se estaban alejando de él. ¿Se trataba de algún tipo de broma que le estaba gastando Zoe? ¿Se trataba de atarlo allí como si fuera un pavo relleno para dejarlo solo y ver si era capaz encontrar el camino de vuelta a casa? Quizá creía que eso era lo que se merecía después de haber estado besándose la noche anterior.
El sonido agudo de una lancha motora acelerando le llegó a los oídos. Casi de inmediato sintió que algo le empujaba desde detrás, y luego todas las demás sensaciones vinieron juntas: las correas, el mar, la barca y el regocijo en la voz de Zoe porque le estaba ofreciendo a él algo que le parecía importante.
En aquel momento Yeager se dio cuenta de que a su espalda un paracaídas se estaba llenando de aire, un paracaídas atado mediante una larga cuerda a una barca que estaba junto a la orilla. El corazón se le aceleró hasta alcanzar la velocidad del sonido y a continuación sintió un entusiasmo que le subía por la garganta, mientras su cuerpo se separaba del suelo y se daba cuenta de que Zoe acababa de ofrecerle lo que más había echado de menos.
Estaba volando.
En cuanto a la velocidad y a la posibilidad de maniobrar, volar en paracaídas no tenía ni punto de comparación con el vuelo en un aeroplano, pero a Yeager no le importó. Mientras alzaba la cara para que el viento le diera de pleno, sus músculos se relajaron en la horquilla de su arnés, entre las cuerdas y el chirriante metal.
Sin poder ver nada -y sin mandos que manejar-, lo único que le quedaba era disfrutar de los otros sentidos. El aire le mantenía a flote, alzando su cuerpo y haciendo que se sintiera muy lejos de los músculos desgarrados, de los irritantes puntos de sutura y de los dolores de cabeza que había sufrido desde los primeros días que pasó en el hospital.
El aire también hacía que su espíritu flotara, y Yeager se sintió como si fuera otra vez un niño: con solo ocho años de edad, en el patio de recreo de hierba y gravilla de una base de las fuerzas aéreas, balanceándose en el columpio que chirriaba y se quejaba, y que había sido el primer vehículo de sus sueños por el cielo.
Como en aquellos días, Yeager cerró los ojos con fuerza y se imaginó que estaba volando por encima de la tierra. La isla estaba bajo sus pies y él la vio con la imaginación. Vio los blancos rizos de las olas avanzando hacia la dorada orilla. Y en la orilla pudo ver las palmeras y las laderas verde oscuro que se elevaban hacia las algodonosas nubes. El sol le calentaba el rostro y allí arriba se encontraba en medio del silencio -ese tipo de silencio que tanto había echado de menos- de un hombre a solas con aquello que más ama en el mundo.
Y lo mismo que cuando tenía solo ocho años, su visión imaginaria siguió moviéndose hacia fuera, lejos de la tierra. Océanos, playas, árboles y colinas, y todos los detalles, se iban haciendo más pequeños en su imaginación conforme él volaba cada vez más alto. La isla se convirtió en una mota de polvo y el océano en una planicie de color azul. Soñó que cruzaba las frías nubes y ascendía todavía más alto, y luego más alto aún, metiéndose en el oscuro vacío del espacio.
– ¡Yeager!
Hizo caso omiso de aquel fragmento de molesta realidad.
– ¡Yeager!
La realidad volvió a zumbar de nuevo a su alrededor y él se estremeció, reacio a salir de su sueño, al darse cuenta de que estaba descendiendo y de que Zoe y sus amigos le estaban gritando instrucciones para dirigirlo de nuevo hacia la playa.
Sin pensarlo, respondió a las instrucciones incorporándose automáticamente para localizar las cuerdas de descenso del paracaídas, y tiró de ellas a un lado y a otro, tal y como le indicaban.
Enseguida estuvo de vuelta sobre la dura arena, con todos sus ruidos terrestres -las olas, el tintineo de los arneses y la charla entre Zoe, David y Leif. Pero él oía todo eso como en la distancia, como si su alma estuviera todavía flotando por el aire, libre y sin ataduras. No estaba seguro de si había dado las gracias a los dos muchachos antes de que estos salieran corriendo para atender a otro cliente.
Todavía era demasiado pronto para quedarse de nuevo a solas con Zoe.
– ¿Y bien? -le soltó ella todavía radiante de alegría y amable regocijo.
Yeager pudo ver su postura con la imaginación, con una mano apoyada sobre la femenina cadera.
No sabía qué decir.
Zoe soltó un silbido que casi se podía palpar.
Pero él seguía sin saber qué decirle.
– ¿He hecho algo mal? -preguntó ella dudando, con una voz apenas audible a causa del estruendo de una ola que rompía en la orilla.
El negó con la cabeza. Después de la noche anterior, se había prometido mantenerse alejado de aquella mujer. Ella era su ración de decepción y de continua y endemoniada erección. Pero ahora se reía, se estaba riendo con él, y le había llevado desde la casa hasta la orilla conduciendo con los ojos cerrados.
Solo para demostrarle que hacía un día precioso.
Se había prometido a sí mismo que no volvería a tocarla. Aquella mujer tenía muchos problemas y le causaba muchos problemas, y él ya tenía bastante con los suyos para seguir con aquel molesto baile de atracción-distancia-atracción.