– No lo sé. La escalera de mano es bastante larga y pesada. Es posible que necesites ayuda para colocarla de pie, incluso aunque consigas entrar en la casa.
Lyssa apretó los labios como si estuviera pidiendo un beso.
– Cuando estoy decidida a hacer algo, soy mucho más fuerte de lo que parece.
Él sabía que no podía discutirle eso, aunque lo intentó:
– Pero…
Ella le cortó sin dejarle continuar:
– ¿Quieres jugar a Robinson Crusoe o prefieres que te rescate?
Deke decidió dejar de protestar:
– Quiero salir de aquí. -Y mentalmente añadió: Y alejarme de ti.
Lyssa dio un paso en dirección a la puerta de entrada, pero inmediatamente se detuvo.
– Espera un momento -dijo ella con una sonrisa picara en los labios-. No te voy a dejar salir tan fácilmente.
¡Oh!, tendría que haberse dado cuenta de que aquello era demasiado bueno para ser cierto.
– ¿De qué estás hablando? -preguntó él, y luego, tratando de convencerla, le ordenó-: Vamos, abre la puerta.
Cruzándose de brazos, ella retrocedió al lugar donde estaba antes, justo debajo de él.
– No, no -dijo Lyssa meneando la cabeza-. Veo que esta es la oportunidad perfecta para el chantaje.
– ¿Chantaje? -gruñó Deke-. ¿Qué demonios puedo tener yo que a ti te interese?
– Información, entre otras cosas -contestó ella riéndose.
Él hizo ver que no había oído el comentario de «entre otras cosas», aunque su pene sí que oyó aquellas palabras y se puso aún más duro por la sutil insinuación. Ignorando la respuesta de su cuerpo, él imitó la pose de ella.
– Puede que no me importe quedarme aquí arriba.
– Oh, vamos -dijo ella-. Solo has de contestar unas pocas preguntas.
– Tengo cuarenta y tres años, trabajo para la NASA y quiero salir de aquí de una maldita vez, así que abre la puerta.
Lyssa le sonrió descaradamente.
– Cuéntame algo que yo no sepa.
– Como qué.
– Como… -Incluso en la distancia él pudo ver el rubor que le teñía las mejillas-. Como si hay otra persona.
Deke se quedó helado durante un momento, pero inmediatamente encontró la solución.
– Sí. Por eso… -Pero decidió no adornar más la mentira-. Sí, hay alguien.
Ella bajó la mirada hacia sus sandalias de cuero de suela plana.
– Oh. -Y luego lo volvió a apuñalar con aquellos dos ojos azules-. Tú no me mentirías, ¿verdad?
Deke alzó las cejas.
– ¿Cómo puedes pensar eso de mí?
Lyssa ladeó la cabeza.
– No te lo tomes a mal, pero no me pareces precisamente el tipo de hombre que se dedica a cortejar a las mujeres.
Por un momento él se tomó a mal aquella insultante indirecta. Pero enseguida reaccionó.
– Eso no quiere decir que no haya una mujer en mi vida.
– De modo que ya hay una mujer en tu vida. -Lyssa se mordió el labio inferior y miró para un lado-. ¿Tiene… tiene ella algún niño?
Esta vez la voz de Lyssa no era tan tranquila y desapasionada, y Deke se quedó mirando embelesado el perfil finamente labrado de su rostro. «¿Ella? ¿Quién?», pensó quedándose por un momento ausente, completamente fascinado por la insolente curva su nariz. Consiguió volver en sí justo antes de soltar aquella pregunta en voz alta. Por Dios, si hubiera una mujer en su vida, ¿sabría él si tenía hijos? ¿Acaso lo habría preguntado?
– Escucha. -Su voz se tiñó de un tono ronco-. Tengo cuarenta y tres años. El tipo de relaciones que tengo y el tipo de mujeres con las que las mantengo es algo que una chica como tú no podría entender.
Ella no podía acobardarse.
– ¿Quieres decir relaciones sexuales?
Él emitió un sonido a medio camino entre un gemido y una súplica.
Ella volvió a fruncir los labios.
– ¿Crees que no puedo imaginarme a mí haciendo el amor contigo?
¡Mierda!, pensó él.
– ¡Basta ya! -Deke se metió las manos en los bolsillos para hacer un poco más de espacio en sus pantalones-. ¡Si quieres, sácame de aquí, y si no, vete a casa, pero deja de torturarme!
Ella se quedó mirándolo con aquella determinación de la que antes había hablado.
– No sin que antes me digas por qué imaginas que no sé nada sobre el sexo -dijo con contundencia-. Hay algo en mí que…
– Lyssa -le gritó él a la vez que alzaba los ojos al cielo-. ¡No!
– Bueno -dijo ella dejando escapar un suspiro de alivio.
Deke sacudió la cabeza al tiempo que apretaba los dientes.
– Y ahora sácame de aquí.
Ella no se movió. Y lo que era peor, estaba sonriendo de nuevo.
Con una de sus sandalias dibujó un semicírculo en el polvo.
– Todavía estoy pensando cómo me vas a tener que pagar este servicio.
Él rechinó los dientes.
– Si acabas de una vez con esta insensatez, lo pensaré dos veces antes de estrangularte. ¿No tienes ya la información que querías?
Lyssa se rio.
– Eso no es suficiente. -Su pie dibujó otro semicírculo en el polvo-. Quiero un beso.
¡Un beso! El cuerpo de Deke se puso en alerta máxima aunque su cerebro luchaba desesperadamente por neutralizar esa respuesta. Tuvo que tragar saliva dos veces antes de poder emitir sonido alguno.
– ¿No te ha dicho nunca nadie -puso un tono de voz cínico, frío y lo más desapasionado que pudo- que eres demasiado precoz?
Ella sacudió la cabeza y su mata de pelo rubio y sedoso se agitó por encima de sus hombros.
– No. Porque nunca lo he sido. -Le dedicó otra limpia y descarada sonrisa-. Hasta ahora.
Él cerró los ojos. Habría prometido cualquier cosa con tal de dejar de hablar con ella. Para hacer que dejara de sonreírle de aquel modo.
– De acuerdo, de acuerdo -dijo Deke moviendo una mano en dirección a Lyssa. Una vez estuviera libre ya vería cómo se deshacía de ella.
Eso sería lo mejor para los dos.
Ella tenía razón en cuanto a la llave y a su determinación. En un par de segundos ya estaba dentro de la casa, y no le costó mucho más echarse la escalera de mano al hombro y colocarla en la posición adecuada. Por una recompensa tan pequeña hizo el trabajo en un santiamén.
Incluso le aguantó la escalera mientras él descendía, y hasta tuvo él que ahuyentarla cuando llegó al final. En cuanto estuvo en el suelo, Deke agarró la camisa y se la puso, abrochándosela rápidamente y tratando de no cruzarse con la mirada de Lyssa.
Pero al final tuvo que enfrentarse con ella.
– Bien… -dijo él limpiándose las manos de polvo en las perneras de sus tejanos.
– ¿Bien? -le soltó ella con los ojos muy abiertos. Deke dio un paso hacia atrás. -Gracias.
– De nada -contestó ella sonriendo.
Él movió los hombros arriba y abajo tratando de aliviarse de la repentina tensión que sentía.
– Puede que nos veamos más tarde en la casa. Tengo que hacer un par de cosas allí.
– ¿No se te ha olvidado algo?
No. No estaba dispuesto a besarla.
Pero ella se acercó a él y le puso las manos sobre el pecho. Deke se quedó tieso como una estatua y luego se puso a mirar aquellos dedos pequeños, mientras abrochaban un botón que se había dejado sin abrochar.
– Ya está -dijo Lyssa, pero no se apartó de él. Al contrario, dejó que las palmas de sus manos reposaran contra la pechera de su camisa.
El corazón de Deke empezó a latir con fuerza contra el muro de sus costillas. Se quedó allí parado, con los brazos caídos a los lados, esperando a que llegara aquella reveladora y dolorosa punzada de dolor y recorriera su brazo derecho hacia abajo. Sin duda estaba a punto de sufrir un infarto. Y dejaría la vida a los pies de Lyssa, ¡maldita sea!
Pero el dolor no llegó; solo sintió más latidos acelerados en el pecho. Mirando hacia abajo, hacia su hermosa cara, Deke se dio cuenta de que no podría presentarle batalla por mucho más tiempo.
Ella iba a acabar consiguiendo lo que quería.