Su respiración se hizo más rápida, casi rasgando sus pulmones, cuando finalmente sus manos rodearon aquel joven cuerpo caliente y lo apretaron contra el suyo. Presionó su pene erecto contra el vientre de ella, haciéndole ver en términos que no dejaban lugar a dudas qué era lo que le estaba haciendo.
Luego ladeó la cabeza y miró fijamente aquellos ojos, que se dilataban pasando del color azul al negro mientras él acercaba la boca a sus labios.
Hambriento y excitado, no le importó la suavidad o la delicadeza. Apretó la boca contra aquellos dulces y blandos labios que se abrieron para él, para que pudiera introducir la lengua en la caliente oscuridad de aquella boca que sabía como…
Aquel sabor hizo que la cabeza empezara a darle vueltas tan deprisa que no pudo averiguar si había probado en toda su vida algo parecido.
Lyssa gimió y él estuvo a punto de apartarse de ella rápidamente, pero enseguida hizo caso omiso de aquel primer impulso y ladeó la cabeza para besarla aún más profundamente. ¡Por Dios, cuánto la deseaba! ¡Y por Dios, cuánto deseaba hacer que se alejara de su lado!
Le succionó la lengua. Gimió dentro de su boca. Paseó las manos por sus pechos y luego por sus hombros; y de allí las hizo descender hasta atraparle la nalgas y alzarla consiguiendo que las caderas de ella se aplastaran contra las suyas.
Sintió que empezaba a perder la cabeza con el tacto de su cuerpo y con la emoción de tenerla en sus brazos, y empezó a recorrerla con la lengua, besándola en el cuello, mordiéndole los lóbulos de las orejas y regresando de nuevo a su boca.
Entretanto, ella dejaba escapar ligeros sonidos guturales. Se daba cuenta de que la estaba asustando, pero siguió agarrándola con fuerza, presionando sus labios contra los de ella, con todo su cuerpo duro y caliente pegado al suave cuerpo de Lyssa. Solo se detuvo cuando le llegó hasta la lengua el gusto salobre de unas lágrimas. Entonces se apartó de ella.
Lyssa tenía los ojos muy abiertos y su pecho jadeaba con esfuerzo. Un mechón de cabello le caía sobre una húmeda y rosada mejilla. Deke alargó la mano para apartárselo, pero ella se zafó de él precipitadamente.
Él sintió una presión en la garganta, pero no hizo caso de aquella sensación. Eso era lo que ella había estado buscando. Era lo que le había estado pidiendo.
Lyssa dio otro par de pasos hacia atrás y con mano temblorosa se estiró la parte delantera del vestido.
Deke apartó la mirada, sintiéndose herido por el miedo que veía reflejado en sus ojos.
– Ese era tu beso -le dijo con un tono rudo.
– No -le replicó ella negando con la cabeza pero sin dejar de retroceder. Se pasó las palmas de las manos por la humedad de las mejillas y luego se frotó los labios con el revés de una mano-. Ese era «tu» beso -añadió Lyssa con voz ronca-. Todavía me debes el mío.
Y entonces se dio media vuelta y salió corriendo por la puerta, abandonando la casa con un portazo y levantando una nube de polvo tras de sí, que envolvió la profunda vergüenza y los incipientes remordimientos que empezaba a sentir Deke.
Capítulo 9
Lyssa echó a correr todo lo rápido que pudo por el sendero que la alejaba de la casa de Deke, sorbiéndose las últimas lágrimas y tratando de tomar desesperadamente las riendas de sus caprichosas emociones. ¡No podía perder el control de aquella manera!
Cuando se paró en seco en la última curva antes de Haven House, sus sandalias de suela fina resbalaron en el polvo. Ir a casa no era una buena idea. Por mucho que hubiera deseado en ese momento encerrarse en su habitación, el radar de su superhermana Zoe sin duda sería capaz de detectar su estado de ánimo. Lyssa no tenía ganas de explicar lo que le acababa de suceder.
Tenía buenas razones para no hablar a Zoe de Deke. Zoe la protegía con el celo de un guerrero. La muerte de sus padres y su posterior enfermedad habían afectado a Zoe de manera mucho más profunda de lo que su hermana estaba dispuesta a admitir. Zoe sería capaz de romper la cabeza a cualquiera si llegaba a imaginar que habían hecho daño a su hermana.
Pero, en lo más profundo de su corazón, Lyssa no podía pensar que Deke fuera capaz de hacerle daño.
Abofeteó una vez más sus húmedas mejillas. Tenía montones de dudas acerca de lo que le estaba pasando.
Tratando de controlar el deseo de ponerse a gritar -y con la extraña sensación de una angustia que la quemaba por dentro-, Lyssa giró a la derecha y ascendió por un sendero poco transitado que se elevaba hacia las colinas. Aspiró profundamente e intentó aminorar la marcha. Para tratar de relajarse y salir de su confusión, dejó que su memoria la guiara hacia un refugio secreto que había descubierto años atrás.
Aquel lugar secreto era la fuente de su habitual serenidad, aunque no podía decirse que lo hubiera descubierto ella sola. Una niña de ocho años llamada Dánica -que estaba en el último estadio de la misma enfermedad que ella había sufrido- habló a Lyssa de ese lugar durante su primera reunión del grupo de apoyo de niños con cáncer.
Desconcertada y todavía paralizada por su propio diagnóstico, Lyssa se había quedado mirando a aquella niña de pelo cortado a cepillo, mientras esta describía lo mucho que le había ayudado durante su enfermedad dejar que su espíritu viajara a su refugio secreto, mientras su cuerpo se quedaba atrás, peleando con las realidades del tratamiento.
Durante el transcurso de su propio cáncer, Lyssa no siempre había sabido encontrar ese lugar secreto. Pero con tiempo y práctica había conseguido llegar a ese punto cada vez más a menudo.
Aunque ya no le hacía falta aquel lugar secreto para escapar del miedo y del dolor, Lyssa lo seguía considerando valioso como un refugio ante cualquier problema y fracaso. Mientras que Zoe solía preocuparse siempre por lo que pudiera pasar o lo que debería pasar, Lyssa solía aceptar los acontecimientos de la vida tal y como se le presentaban.
¡Excepto este! ¡Excepto el rechazo de Deke!
Lyssa soltó un grito fuerte para deshacerse de aquella sensación de decepción y luego miró a su alrededor inquieta y avergonzada por su propio arrebato. Pero estaba sola, gracias a Dios, caminando hacia la cima de una colina tan remota que incluso ella, una mujer que había crecido en la isla, necesitaba cierto tiempo para orientarse.
Mirando a su alrededor, solo podía ver colinas y maleza y un cielo azul brillante.
Lyssa puso mala cara. Perfecto, pues. Necesitaba estar un rato a solas. Necesitaba tiempo para aplacar aquel estúpido enfado. Absorta en sus confusas emociones, eligió al azar uno de los caminos que descendían por la montaña.
¿Por qué Deke le estaba poniendo las cosas tan difíciles? ¿De verdad era ella tan poco atractiva?
Los ojos se le nublaron de nuevo. Mientras parpadeaba para limpiarse las lágrimas, no vio un ancho surco de barro seco en el camino y acabó cayendo al suelo de rodillas.
– ¡Ay! -Una roca puntiaguda le había hecho un tajo profundo, y una sangre roja y brillante salió de la herida y resbaló pierna abajo.
Lyssa se quedó mirando la herida horrorizada. Mientras se metía la mano en el bolsillo con rapidez, su corazón empezó a latir a la velocidad del picoteo de un pájaro carpintero. No llevaba ningún pañuelo, de modo que tuvo que taparse la herida con la mano.
Diez minutos, se recordó a sí misma. Tenía que hacer presión sobre la herida durante diez minutos y después ir a su casa deprisa para lavársela. Una infección podría llegar a matarla.
Matarla.
Aquella idea la sobresaltó, y Lyssa se sentó sobre su trasero al borde del camino. Tomó una larga y difícil bocanada de aire para hacer desaparecer el nudo que sentía en la garganta.
No había nada de que preocuparse. Aquel era un miedo antiguo. Ella estaba curada. La quimioterapia ya no estaba destruyendo su salud, a la vez que destruía las células que luchaban contra las infecciones y acababa con el cáncer.