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Ya no era una víctima del cáncer o una superviviente del cáncer, sino una mujer: un ser vivo que respiraba, que a veces era voluble y que a veces perdía la calma.

Haber sobrevivido a aquella larga enfermedad le había ofrecido mucho tiempo para examinar su vida y examinarse a sí misma. Creía que conocía y entendía ambas cosas perfectamente. Pero entonces llegó Deke y de repente empezó a sentir que ya no estaba segura de nada. ¿Quién era? ¿Qué eran todas aquellas emociones que la conmovían por dentro?

Su corazón latía, vivo y despierto, en su pecho. Todos aquellos sentimientos debían de tener algún sentido. Tenía que existir una razón para que se hubiera enamorado de Deke. Sí, había sobrevivido, pero el amor era lo que finalmente la hacía sentirse viva.

Mientras bajaba del vehículo como una autómata y caminaba hacia el porche de su casa, otra oleada de lágrimas le nubló los ojos, pero esa vez ya no se molestó en esconderlas. Al llegar a la puerta de entrada dio media vuelta para decir algo a Deke, pero él ya había puesto en marcha el coche y en ese momento avanzaba callé abajo.

Lyssa se quedó mirándolo hasta que dobló la esquina. Su hombre se había marchado, y su feminidad y su corazón victorioso iban con él.

Al día siguiente de su aventura en paracaídas, Yeager se presentó en la cocina de Zoe justo cuando ella estaba recogiendo los últimos platos del desayuno.

– ¿Cómo va eso? -preguntó entrando por la puerta de atrás.

El sol de última hora de la mañana entraba a raudales formando un aura alrededor de Yeager. Zoe se apretó el corazón con los dos manos; tuvo que agarrarlo para que no se le saliera del pecho y se lanzara contra aquella radiante imagen de él, entrando en la cocina con todo su atractivo y con aquel brillo extraterrestre que lo rodeaba.

– ¿Zoe? -Yeager se apoyó en el marco de la puerta y se cruzó de brazos.

– ¿Hum? -Zoe se apartó de él y guardó un plato deportillado en el armario inferior de la cocina.

– Diviérteme -dijo Yeager.

Ella no pudo evitar reír. Aquella petición era engreída y a la vez encantadora; muy de su estilo.

– Por favor -añadió él con retraso riendo burlonamente.

Muy propio de él. Le había dicho «Diviérteme». Y eso confirmaba por qué podía estar a salvo a su lado. Todo lo que él había estado haciendo no era más que intentar divertirse. Todo su coqueteo. Incluso los besos. Y una vez que ella le había demostrado que podía divertirlo de otra manera -como por ejemplo llevándolo a volar en paracaídas-, él estaría dispuesto a olvidar lo que posiblemente no era más que una simple reacción automática de un hombre ante cualquier mujer que estuviera disponible. Zoe ya lo había sospechado desde el primer día.

Aun así, e incluso en plan amistoso, no era fácil enfrentarse a él.

– Esta mañana tengo cosas que hacer -dijo ella.

La sonrisa no desapareció de la cara de Yeager.

– Vamos, Zoe.

Ella se mordió el labio inferior.

– ¿Quieres volar en paracaídas otra vez?

Él negó con la cabeza.

– Me gustó mucho, Zoe, pero no creo que… no creo que lo pueda hacer todos los días.

A ella aquello no le sorprendió. Después de su vuelo, Yeager había estado un rato aturdido, y ella no había llegado a entender si su idea había sido buena o nefasta. Sin embargo, tras unos momentos, le pareció que él estaba contento, o al menos ya no tan arisco. Y más tranquilo, como si hubiera decidido tomárselo todo con más calma.

Y Zoe se había alegrado por él.

– Hoy quisiera pasar el día contigo -dijo Yeager.

Zoe se quedó mirándolo fijamente.

– Solo tienes que darme algo que hacer -intentó convencerla él dedicándole una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora-. ¿Qué tienes que hacer hoy? Quizá yo te podría ayudar.

– Yeager…

– Por favor, Zoe.

Ella miró el reloj.

– Tengo varios recados que hacer y luego… -Por muy brillante que fuera el análisis que acababa de hacer (y la conclusión de que estaría a salvo con él mientras lo entretuviera), ¿era realmente una buena idea andar con Yeager de aquí para allá?-. Y luego tendré un rato libre -concluyó ella reticente.

– Zoe, te lo estoy rogando -dijo él quejándose de nuevo-. Si paso más tiempo en compañía de Dolly no me hago responsable de lo que pueda suceder.

Zoe rio. ¿Cómo podía sentirse asustada por un hombre que todavía jugaba con muñecas?

– Vale, de acuerdo. -Zoe se agachó, rebuscó de nuevo en el armario y sacó de él una pequeña cesta en la que guardar comida para un picnic. Se suponía que él lo había entendido ya. Ser una compañera de picnic no era lo mismo que ser una compañera de juegos-. Te llevaré de picnic.

– ¿Te he dicho ya que te quiero?

Zoe sacudió la cabeza y rio entre dientes.

– No, y no espero que lo hagas.

Yeager también se rio y hasta resultó medianamente útil intentando no ponerse en medio mientras ella guardaba las cosas para el almuerzo. Se sentó a la mesa de la cocina y estuvo contándole historias tontas sobre el tipo de cosas que solía hacer de niño cuando iba al campo. Ella se tranquilizó. Y mientras metía en la cesta la ensalada de atún que encontró en el fondo de un estante del frigorífico, desapareció el último de sus recelos sobre el hecho de pasar más tiempo con Yeager.

Él propuso ir de excursión en motocicleta. Ella había propuesto el coche de golf, pero Yeager le dijo que antes prefería que le pegaran un tiro y que quería estar en condiciones de controlar él mismo el vehículo, en caso de que le diera por volver a conducir a ciegas.

Riendo ante la idea de un ciego guiando a otro ciego, Zoe ató la cesta del almuerzo en el portaequipajes de su motocicleta y amablemente se echó hacia delante para hacerle sitio en el sillín.

Solo cuando él apretó su cuerpo contra el ella, Zoe volvió a tener una nueva sensación real de recelo. Ella movió el trasero hacia delante para dejarle más sitio, pero solo consiguió que él la agarrara con los brazos por la cintura.

– Hay que agarrarse fuerte -le dijo Yeager al oído con un tono de voz que era casi un susurro.

– Estás demasiado cerca -se quejó Zoe, sintiendo un escalofrío que le recorría la columna vertebral y se hacía más persistente al llegar a la parte baja de su espalda.

Él se aclaró la garganta antes de volver a hablar.

– ¿No tenías que hacer un par de recados?

Zoe suspiró. De acuerdo, al menos aquel escalofrío solo lo sentía en un lado del cuerpo y podía tratar de olvidarlo. Los nervios hicieron que arrancara la motocicleta con una ligera sacudida, y él se agarró aún más fuerte a su cintura, rodeándola exactamente por debajo de los pechos con uno de sus brazos.

Por supuesto que lo que hizo que se le endurecieran los pezones no fue nada más que la brisa de la mañana.

Zoe condujo con los dientes apretados hasta su primera parada. Mientras ella entraba corriendo en la peluquería El Terror de la Esquila, dejó a Yeager sentado en la motocicleta. Agarró la caja que Marlene había dejado allí para ella y le dijo a su amiga que ya charlarían en otra ocasión. De vuelta en la motocicleta, ató la caja sobre la cesta del almuerzo con un pulpo y luego se puso en marcha. Se dirigieron hacia la zona de casas lujosas que salpicaban las cimas de las colinas de Abrigo.

Haciendo caso omiso de la sirena que empezó a sonar en cuanto se acercó a la verja de entrada, Zoe se coló por entre las puertas de hierro entreabiertas y frenó junto a la puerta de entrada de una mansión, justo bajo las sorprendidas narices de dos leones de mármol italiano. Los dos animales tenían la misma fiera expresión y la misma pata levantada, como si estuvieran dispuestos a dar un zarpazo al primer ratón -o en su caso al primer intruso- que osara acercarse por allí.

La puerta de entrada se abrió inmediatamente, y detrás de la uniformada ama de llaves -Donna- apareció el hermoso rostro de la arisca Randa Hills.