El beso empezó como un amable consuelo, pero enseguida se convirtió en un gesto hambriento de bocas exigentes.
Yeager le agarró las nalgas con las palmas de las manos y la apretó contra sus caderas gimiendo.
A Zoe la cabeza empezó a darle vueltas y se abalanzó con entusiasmo contra él. Su erección empujaba imponente contra el vientre de ella y el corazón de Zoe empezó a latir con fuerza. Él la deseaba.
Y ella lo deseaba a él.
Yeager volvió a gemir, se apartó unos centímetros del cuerpo de ella y volvió a enterrar el rostro en la curva de su cuello. El aire que Zoe respiraba era frío en contraste con su húmeda boca. Alzó las manos para meter los dedos entre los dorados cabellos de él a la vez que acercaba la cabeza a la suya.
Ella estaba dispuesta a hacerle el amor.
Aquella idea la excitó más de lo que la sorprendió. Sabía que Yeager la necesitaba. La necesitaba ahora mismo. Él tenía que aceptar su comprensible enfado, y la necesitaba para tomarse un respiro.
Zoe empezó a estremecerse un poco ante la idea de lo que estaba dispuesta a hacer.
Pero deseaba hacerlo. Zoe deseaba tener a Yeager entre sus brazos y dentro de su cuerpo, y tumbarse con él en aquella cama deshecha y alejar de él todos los demonios que intentaban ahogarlo.
Yeager apretó sus labios contra el cuello de Zoe en un beso tranquilizador, que sin embargo la hizo gemir y sentir escalofríos por todo el cuerpo.
De acuerdo. Tampoco podía decirse que aquello solo lo deseaba él. La verdad era que Zoe había sido demasiado tacaña consigo misma. También ella le necesitaba, para poder exponer su corazón a la luz del sol un rato, aunque fuera breve.
Degustando aquella idea, Zoe cerró los ojos y fantaseó por un momento imaginando cómo iba a ser aquel encuentro. Como en realidad nunca lo había hecho, una delgada neblina de confusión flotó sobre su imaginación. En su fantasía ella veía luces en penumbra y mosquiteras de gasa, y una mezcla de cuerpos sudorosos que eran tan líricos como una composición de Rodgers y Hammerstein.
Oyendo aquella música en su cabeza, susurró a Yeager:
– Hazme el amor.
Él se puso rígido y luego sus brazos la estrujaron; su boca seguía pegada a su cuello.
– Zoe…
– Por favor.
Ella se sentía caliente y blanda por dentro como un dulce de merengue, y aquella idea añadió dulzura a su imaginación, caricias suaves y delicados y lánguidos besos. Harían el amor despacio, dándose el uno al otro con paciencia, y al final ella se sentiría satisfecha. Estaba orgullosamente satisfecha de que su primera experiencia en el amor fuera con un hombre que le interesaba, quien afortunadamente había encontrado el camino hacia su pequeño rincón del universo, antes de irse a explorar las insondables galaxias.
– Zoe, ¿estás segura de que quieres…?
¿Querer? Sí, claro que quería. Pero esta vez ella se deslizaría lentamente hasta aquel momento romántico. Apartó de su mente los otros rápidos encuentros con él. Meros preludios. Ahora que estaba planeando llegar hasta el final, debería refrenar aquel incontrolable deseo que normalmente sentía a su lado. No quería echar a perder aquella ocasión dejando que el deseo desaforado la hiciera perder la cabeza.
Recordó su encuentro en el acantilado. Había necesitado muy pocas caricias antes de… estallar. Pero esta vez no iba a dejar que su inexperiencia arruinara aquel encuentro.
Zoe le metió los dedos entre el cabello y suavemente echó hacia atrás la cabeza de él.
– Hazme el amor -le dijo de nuevo sonriendo.
Sus manos dejaron su espalda para rodear su rostro.
– No me tomes el pelo, Zoe.
Había una intensidad en su expresión que no encajaba bien con su edulcorada fantasía, y la sonrisa de Zoe se desvaneció. Sin embargo, ya no había marcha atrás. Ella no quería detenerse.
– Por favor, Yeager -insistió Zoe de nuevo.
Yeager dudó por un momento, pero entonces Rodgers -¿o fue Hammerstein?- hizo que la banda empezara a tocar de nuevo en su imaginación mientras él la besaba una vez más. Empezó de forma suave paseando la lengua por la juntura de sus labios. Ella sabía lo que él deseaba y abrió la boca.
Cerró los ojos con fuerza mientras él exploraba su boca con la lengua y sus manos se paseaban por su espalda y por su trasero arriba y abajo.
Yeager la apretó con fuerza contra su cuerpo.
– Abre un poco las piernas, cariño -dijo él hablando contra sus labios.
Zoe entreabrió los ojos. Abrir las piernas. Sintió un escalofrío. No era una frase que realmente encajara bien con sus ensoñaciones de volantes y tules. De hecho, le parecía una frase demasiado atrevida. Tragó saliva y sintió un deseo caliente fluyendo por debajo de su piel. Sí, definitivamente atrevida.
El tempo de la música que oía en su mente se aceleró de manera considerable.
– Abre las piernas -murmuró Yeager de nuevo, y ella le obedeció.
Cuando esta vez se ajustó a su cuerpo, Yeager apretó los muslos contra la ingle de Zoe presionando con su dura erección contra la parte baja de su vientre.
Zoe jadeó al sentir su abultada excitación y se asombró una vez más ante la idea de que era ella la que lo excitaba de aquella manera. Agarrándola con las manos por las caderas, Yeager la apretó más contra su cuerpo a la vez que le mordía el labio inferior.
Los violines mentales de Zoe desafinaron sorprendidos. Ella volvió a jadear y sintió unas burbujas calientes que recorrían toda la superficie de su piel. Zoe se apretó contra él y Yeager ladeó la cabeza para besarla de nuevo. Para besarla con desesperación.
Aquello sí fue tal y como ella lo había imaginado. Yeager la rozó con la lengua allí donde la había mordido hacía un momento. Luego se introdujo en su boca y movió la lengua suavemente, incitándola, metiéndola y sacándola de su boca. Los violines empezaron a tocar de nuevo, lánguidos y seductores, y cuando Yeager sacó la lengua de su boca por alguna razón, Zoe introdujo la suya en la boca de él.
Y Yeager le chupó la lengua.
Zoe gimió excitada e inmediatamente sus pezones se convirtieron en dos botones muy rígidos. Pensó que él no se habría dado cuenta. Pero no fue así, porque los dedos de Yeager se deslizaron suavemente y fueron ascendiendo con escrutador cuidado desde sus caderas hasta sus pechos, hasta detenerse en la sensual cima de sus pezones.
¿Dónde estaban Rodgers y Hammerstein? Pero la música que oía en su imaginación había desaparecido y había sido reemplazada por el insistente golpeteo de un tambor, que eran los latidos de su propio corazón.
Zoe abrió los ojos. Yeager tenía la boca húmeda y las aletas de su nariz palpitaban. Una de sus manos se deslizó hacia arriba por la espalda de ella, después hacia abajo, y al final se introdujo entre sus cuerpos. Vio cómo se abría paso entre sus pechos.
– Prométeme que jamás te pondrás sujetador -le dijo él con voz ronca-. Me encanta poder acariciarte de esta manera.
Sus pezones rígidos sobresalían de la tela de su camiseta y él encontró uno, y empezó a acariciarlo con el pulgar.
Zoe gimió mientras algo en su interior se cerraba como un puño. Volvió a apretar los ojos con fuerza, tratando de conjurar de nuevo la confusa y almibarada fantasía. ¿No se suponía que tenía que ser así?
Pero en lugar de eso, Zoe sentía unas insistentes y calientes palpitaciones en la sangre y no sabía si sentirse de aquella manera era precisamente femenino.
Yeager presionó de nuevo su pezón con el pulgar.
Zoe sintió que se le aflojaban las rodillas y los codos.
– No, por favor.
Yeager le lamió el cuello de camino hacia su oreja.
– ¿Qué te pasa?
Zoe tenía la cara ardiendo y se agarró con las manos a los hombros de él.
– Creo que… que estoy… demasiado… caliente.
Yeager se rio.
– Eso no es un problema -dijo él mordiéndole el lóbulo de la oreja.