Выбрать главу

La almibarada ensoñación explotó en una miríada de cristales de azúcar. Zoe clavó los dedos desesperadamente en los tensos músculos de Yeager.

– Sería mejor que paráramos.

Yeager se separó de ella y le agarró los antebrazos con las manos.

– ¿Has cambiado de opinión? -le preguntó con calma.

– ¡No! Sí. No. -Zoe respiró hondo para calmarse-. Solo quiero que vayamos un poco más despacio, ¿de acuerdo?

De alguna manera tenía que controlarse, antes de asustar a aquel hombre echándose con lujuria sobre él en la cama y frotándose con fruición contra su cuerpo.

– ¿Estás segura, Zoe?

– Estoy segura -contestó ella tragando saliva.

– Gracias a Dios. -Yeager le cogió una mano, la dirigió hacia su camisa y empezó a desabrocharla sonriendo-. Hablando de calor…

Zoe abrió los ojos. Se quedó con la boca abierta, pero no podía conseguir que sus pulmones se llenaran de aire mientras admiraba aquel pecho desnudo. A solo unos centímetros de su cara. ¡Tan cerca!

– ¡Oh, no! -Zoe se separó de él, se acercó a la cama y se sentó en ella. Se cubrió los ojos con las manos-. Lo siento, pero no podemos hacer esto.

– ¿Zoe?

– Es que estoy demasiado… Oh, cielos, no es una palabra demasiado adecuada. Odio tener que decirla, odio tratarte de esta manera, pero… estoy demasiado cachonda -acabó diciendo en una voz muy baja, casi humillada.

– Cachon… -empezó a decir él, pero se interrumpió al tropezar con una almohada de camino a la cama-. Me estás tomando el pelo, ¿no es así? -preguntó Yeager con una voz agria-. ¿Quién te ha sugerido esto? ¿Deke? ¿Los muchachos de Houston?

– Nadie me ha sugerido nada -dijo ella mirándolo fijamente con el ceño fruncido.

Él empezó a girar la cabeza de un lado a otro rápidamente.

– Entonces se trata del programa Cámara oculta, ¿no? ¿Dónde están los cámaras? Si los encuentro por aquí los voy a estrangular.

– ¿Qué te pasa ahora? No hay ninguna cámara oculta aquí. Estamos tú y yo solos, y no hay nadie más.

El colchón se hundió cuando él se sentó a su lado.

– Entonces ¿qué es lo que pretendes? -preguntó él-. Porque no te pillo. La verdad es que no te entiendo. Hace un momento estabas gimiendo y deshaciéndote en mis brazos, y ahora te apartas de mí porque estás demasiado… demasiado…

– Cachonda -añadió ella tranquilamente.

Yeager levantó las manos.

– Me parece que estoy empezando a perder la cabeza lo mismo que estoy perdiendo todo aquello que me importaba.

Zoe tragó saliva.

– Creo que te debo una explicación.

– Oh, sí, eso es una buena idea -dijo él sarcástocamente-. Ahora bien, no sé si te puedo garantizar que entenderé cualquier explicación.

– Soy virgen -le soltó Zoe de golpe.

Su boca se cerró con un audible golpe seco.

– Lo siento -añadió ella-. Pero es cierto. Y también lamento que eso me ponga ca…, especialmente caliente cuando estoy contigo.

Yeager no dijo nada y se quedó allí sentado como si fuera una estatua.

– ¿Virgen? -preguntó al final como si fuera un eco.

Ella asintió con la cabeza, pero al momento recordó que él no podía verla.

– Creo que… bueno, se me pasó la oportunidad cuando era el momento, o algo así. Yo acababa de cumplir los veintiuno cuando Lyssa enfermó. Ya sabes que crecí en un pueblo pequeño; ¿recuerdas que en el último curso del instituto éramos dieciocho chicas y ocho chicos? Y mis compañeras de la universidad eran todas mujeres. Así que cuando murieron mis padres y a Lyssa le diagnosticaron… -Zoe suspiró-. Bueno, había otras cosas más importantes en mi vida. Primero estaba la salud de Lyssa, luego volver con ella a la isla y crear aquí un entorno seguro para las dos. De modo que ya ves…

– Eres virgen -dijo él de nuevo.

– Y me acabo de disculpar por eso. No es que piense que las mujeres tienen que andar de cama en cama, pero ¡por el amor de Dios, tengo veintisiete años! Por eso cuando me besas y me acaricias, me pongo un poco… loca.

– Te pones cachonda -matizó él.

– Exactamente. Y no quiero que eso estropee las cosas entre nosotros, de verdad que no, pero después de unos cuantos besos, cuando acaricias mi… cuando me acaricias, sé que estoy a punto de estallar y estropearlo todo.

– Estropearlo todo -repitió él en voz baja.

– Lo siento -dijo ella sinceramente.

Yeager se dejó caer de espaldas en la cama como si Zoe le hubiera disparado.

Preocupada, Zoe se acercó a él e intentó que el desnudo pecho masculino que podía entrever a través de su camisa medio abierta no la distrajera.

– ¿Estás bien?

– No.

Zoe abrió los ojos alarmada.

– ¿Qué te pasa? ¿Te duele algo? ¿Puedo hacer algo por ti?

– Sí -contestó él-. Creo que si no explayas tu calentura conmigo me voy a morir.

La vergüenza hizo que a Zoe le empezaran a arder las mejillas, y golpeándole amablemente en el brazo le dijo:

– Eso no tiene ninguna gracia.

Él le agarró la mano.

– No estoy bromeando, Zoe. Me parece que tus ideas sobre el sexo las has sacado de un anticuado libro de buena conducta.

Eso estaba realmente muy cerca de la verdad.

– ¡He visto películas! ¡Y he leído libros!

– Imagino que ninguno de ellos editado después de mil novecientos cincuenta.

Peligrosamente cerca de la verdad. Zoe se mordió el labio inferior.

Yeager la arrastró hasta colocarla encima de él.

– Escucha. No existen límites inaceptables para los deseos de una mujer.

Ella sintió una palpitación entre las piernas que no sabía si procedía de su cuerpo o del de Yeager.

– Pero ¿qué pasará si nos estamos besando y acariciando y yo… eh… ya sabes, antes de que tú, yo…?

– ¿Estallas y los estropeas todo?

Ella se sintió aliviada de que él no pudiera ver el color rojo púrpura que acababan de adquirir sus mejillas.

– Sí.

– Entonces sencillamente volvemos a empezar de nuevo con los besos y las caricias.

Yeager pensó que una virgen cachonda podía ser precisamente lo que le compensara por toda la mala suerte que había tenido últimamente.

Sintió una leve punzada de culpabilidad ante aquella idea tan descaradamente machista, pero la apartó de él. La culpabilidad no tenía sitio ahora en su cama. Allí solo había sitio para Zoe y para él.

Y él se sentía extraña -y descaradamente- contento de que ella fuera virgen.

No pudo encontrar una buena explicación para sentirse así, de modo que ignoró también aquello y se concentró en Zoe. Había colocado «su calentura» encima, sobre la cama, y ahora se arrimaba más a ella, y deslizaba sus manos por los muslos de Zoe, abarcándolos por completo para luego abrazarse a sus caderas.

Ella gimió un poco y luego se movió ligeramente hasta acoplarse a su entrepierna.

Yeager también gimió.

– Me gusta esto -dijo Zoe apretándose más contra él.

Él rechinó los dientes.

– Creo que deberíamos dejar varias cosas claras -dijo Yeager colocando las manos en las caderas de ella y metiéndolas después en los bolsillos traseros de sus pantalones cortos para detener su movimiento.

Zoe empezó a juguetear con su cabello, introduciendo los dedos entre los mechones de su pelo.

– De acuerdo -dijo ella besándole la barbilla.

– Creo que deseas algo de mí.

– Hum.

– Quieres hacer el amor conmigo.

Ella volvió a menear de nuevo las caderas y él tuvo que apretar su redondo trasero para hacer que parara.

– Sí.

– Bien. -Yeager dejó escapar un suspiro al sentir que el calor que emanaba de entre los muslos de ella respondía al reclamo de su pene-. Pero antes -tenía que dejar bien clara esa parte- quiero estar seguro de que entiendes que… que… -¿Cómo decirle a una virgen a la que quieres poseer más de lo que has deseado jamás nada en la vida que aquello no es más que una relación pasajera?-. Que… que…