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Cerró los ojos. Eso era lo que un hombre de cuarenta y tres podía ofrecer a cualquier Lyssa. Su experiencia y su edad podían hacer que aquel acto fuera, si no perfecto, al menos sí tierno y cariñoso.

Lo que no podía llegar a imaginar es por qué lo deseaba Lyssa.

Pero quizá lo que ella quería era precisamente su experiencia. Experimentar una parte esencial de la vida, que él suponía que ella no había vivido todavía. Y hacerlo con un hombre que pudiera proporcionarle todo eso.

Lyssa era una muchacha inteligente. Cualquier chico de cabeza calenturienta, de su misma edad, no iba a tomarse el tiempo necesario para que ella disfrutara de aquel acto.

Él sí podía hacerlo.

Y quería hacerlo.

Llegó a aquella conclusión de una manera natural. Dejando atrás sus dudas, dio otro paso en dirección a ella y la rodeó con los brazos para apretarla desde detrás, de espaldas como estaba, contra su pecho. Ella empezó a temblar entre sus brazos y Deke apenas fue capaz de controlar su propio estremecimiento.

– ¿Eso es lo que quieres, cariño?

Lyssa asintió con un movimiento rápido de la cabeza y él casi se sonrió al darse cuenta de que no había protestado cuando la había llamado «cariño». Puede que no fuera una niña pequeña, pero parecía estar contenta de ser su «cariño».

Deke intentó pensar también en otras cosas. Como la deliciosa mezcla de sol y sal que había en el aire. Y el manojo de nubes blancas que cruzaban el cielo.

Pero la sensación de tener a Lyssa entre sus brazos eclipsaba todas las demás. La sangre empezó a bombear hacia su ingle y se sintió duro y caliente; y solo las fanfarronadas interiores que se había estado contando sobre su experiencia evitaron que se apretara contra el redondo trasero de Lyssa en aquel mismo instante y lugar.

Al cabo de un momento, hizo que se diera media vuelta entre sus brazos. Tenía que mirar aquella hermosa cara. Tenía que besarla, golosa pero suavemente. «Suave, suave y lentamente», se recordó a sí mismo.

Con el corazón latiéndole salvajemente dentro del pecho, Deke le lamió los labios para volver a sentir el aroma de sus besos.

¡Cielos, cuánto la deseaba! Deseaba hacerlo con ella allí mismo.

Le alzó la barbilla con un dedo.

– Te voy a hacer mía -le dijo.

Ella sonrió y en sus ojos no se reflejó nada más que felicidad.

– Lo sé.

No recordaba cómo habían regresado a su apartamento. Lo único que sabía era que, a cada paso que daban, su cuerpo se había ido poniendo más rígido y su respiración se había ido haciendo más acelerada.

Cuando por fin estuvieron dentro del apartamento, ella tenía las pupilas dilatadas y sus endurecidos pezones sobresalían a través de la blusa y el sujetador blancos.

Él la estrechó ligeramente entre sus brazos.

– En cuanto a la protección… -empezó a decir Deke.

– Soy estéril -contestó Lyssa rápidamente. A Deke el corazón le dio un vuelco y luego se le cayó hasta la hebilla del cinturón.

Lyssa tragó saliva.

– El tratamiento…

Deke la estrechó más fuerte contra él.

– Está bien -dijo pasándole las manos por la espalda-. Pero aun así prefiero utilizar condón.

Ella apoyó la cabeza contra su pecho.

– Si no tienes problemas, si estás bien, por favor, no hace falta -dijo Lyssa.

La respiración de Deke se entrecortó.

– Quiero sentirte todo lo cerca de mí que sea posible -añadió ella en voz baja.

De manera que lo hicieron así. Él dio rienda suelta a todos sus impulsos y se concentró en estar tan cerca de Lyssa como le fue posible.

Le quitó los tejanos y la blusa.

Le lamió la piel por los bordes del sujetador y de las bragas. Luego le besó los pezones a través de la elástica tela de encaje del sujetador. A continuación la lamió a través de la tela a juego de sus bragas justo en el centro de su caliente humedad.

Cada vez que levantaba la cara para mirarla, ella estaba sonriendo y excitada. Y Deke tuvo que refrenar sus propios deseos para así poder hacerla gozar lentamente.

Una vez le hubo quitado la ropa interior y la tuvo retorciéndose de placer sobre la cama, Deke se deshizo rápidamente de toda su ropa y se unió a ella sobre el colchón, desnudos el uno junto al otro.

Le acarició los pechos y el vientre hasta llegar a la blanda mata de vello rizado que le crecía entre las piernas. Lyssa le agarró la cabeza con las manos y lo besó con entusiasmo, moviendo la lengua dentro de su boca con una fuerza tan dolorosa que Deke ya no pudo refrenarse y tuvo que encontrar enseguida el camino entre los muslos de Lyssa para colocarse allí y unirse a ella.

– No quiero hacerte daño, cariño -dijo Deke mientras el aire salía de sus pulmones con un profundo silbido.

Ella abrió las piernas todo lo que pudo.

– No me harás daño.

Él dudó. Casi no podía recordar cuándo fue la última vez que desfloró a una virgen. Y no le gustaba nada la idea de hacer daño a aquella muchacha.

– Hazme el amor, Deke -lo animó ella.

Y aquellas palabras fueron una orden, una invocación, una súplica y algo más a lo que él no podía resistirse, no más de lo que podía resistirse a la propia Lyssa.

Se introdujo en el cuerpo de ella, y se quedó sorprendido y aliviado al darse cuenta de que -a pesar de ser increíblemente estrecha- no había allí ninguna resistencia. Y entonces ambas sensaciones se consumieron en la impecable presión con que Lyssa lo rodeaba; y en la extraña y ahora estimulante sensación de mirar dentro de aquellos ojos de cristal azul y ver allí una embriagadora mezcla de confianza y entrega.

Cuando acabaron, ella se tumbó encima de él y paseó sus delgadas uñas por la piel de Deke. Su tan maduro y experimentado pene se endureció otra vez de inmediato, con una recuperación sorprendentemente juvenil. Deke apretó los dientes.

No importaba lo maravilloso que hubiera sido -¡oh, tan condenadamente maravilloso para él!-, aquella era una relación de una sola vez. Eso era lo que Deke se había prometido a sí mismo.

Había ido en contra de sus propios principios por una única vez, porque había pensado que ella era una virgen que quería experimentar un sabor de la vida que todavía no había podido degustar.

Lyssa pasó un pulgar por encima del pezón de Deke y su pene se alzó entre los muslos. Él apretó los dientes de nuevo y le sujetó la mano retorciéndosela un poco.

– Creí que habías dicho que eras virgen -murmuró.

Deke intentando pensar en un cubo de hielo de veinte kilos colocado encima de su ingle.

Ella se soltó de su mano y volvió a acariciarle el pecho dibujando círculos alrededor del pezón.

– Nunca dije tal cosa -contestó Lyssa sin inmutarse.

– Lo diste a entender.

El cabello de Lyssa le rozó los brazos cuando ella negó con la cabeza.

– ¿Te molesta no haber sido el primero?

– Claro que no. Es que… bueno…

Su virginidad había hecho que lo que deseaba de ella fuera, si no más sensato, al menos más explicable. Pero ahora, en lugar de haber sido una buena obra por una vez en la vida, se encontraba con que lo había hecho con una joven belleza de veintitrés años, y la parte baja de su cuerpo deseaba volver a repetir aquella experiencia.

Deke se apartó de ella dispuesto a abandonar la cama si su sentido común era capaz de tomar el control de su excitado cuerpo.

Ella se volvió a arrimar a él.

– Tú eres el número dos, si es que eso hace que te sientas un poco mejor.

Deke ahogó un suspiro. Lo que le haría sentirse mejor era una ducha fría, pero no era capaz de ordenar a sus brazos que dejaran de rodear aquel cuerpo femenino.

– Fue en la clínica contra el cáncer para jóvenes. El primer verano después de que me diagnosticaran la enfermedad.