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Deke se quedó de piedra. La imagen de Lyssa calva y demacrada pasó por su cabeza, y la estrechó aún más fuerte entre sus brazos.

– Había allí un muchacho, Jamie. Me gustaba. Me gustaba mucho. Y…

Deke tomó aliento lenta y profundamente.

– ¿Y? -la animó con ternura a seguir hablando.

– Y ninguno de los dos queríamos morir sin… sin haberlo probado.

Deke cerró los ojos. No quería imaginarse a Lyssa -con su espléndida y radiante sonrisa- pensando en morirse.

– De modo que un día nos escapamos y lo hicimos.

Mientras Deke le acariciaba la cabeza, pensó que su cabello parecía de seda entre sus manos.

– ¿Y Jamie? ¿No has vuelto a verlo más?

Deke pudo sentir la leve sonrisa de Lyssa contra su pecho.

– Nos escribimos e-mails durante un tiempo -dijo ella-. Luego él murió. La primavera siguiente.

Deke tragó saliva. El chico que le había hecho el amor por primera vez había muerto durante la siguiente primavera. Y ella lo había dicho de una manera muy prosaica, como si la muerte de alguien tan joven fuera una parte normal de su mundo.

Y Deke suponía que así era.

Agachó la cabeza y buscó la boca de ella. La besó y Lyssa le devolvió el beso.

De repente Deke sintió que le hervía la sangre y apretó su boca contra la de ella para que la abriera aún más, besándola luego con rudeza, de una manera primitiva. Quería besarla con fuerza y con furia, y que ella lo besara también de la misma forma.

Lyssa gimió -era el sonido del deseo de una mujer-, y Deke rodó hacia su lado de la cama y luego se colocó otra vez encima de ella. Se introdujo en el caliente y femenino centro de su cuerpo una y otra vez, y ella empezó a chillar en un arrebato de excitación. Y Deke la inundó con una palpitación caliente y arrebatada, y con el deseo de hacer que los dos se sintieran vivos.

Capítulo 15

La segunda mañana después de que Yeager hubiera hecho el amor con Zoe fue exactamente igual que la primera. Ella ya había abandonado la cama, pero su olor persistía en las sábanas. Y aquella fue la segunda vez -desde que tuviera el accidente- que Yeager no sintió terror a despertarse.

Seguía despertándose ciego cada mañana, pero ahora tenía una razón para esperar la llegada de un nuevo día. No solo porque Zoe iría a verlo más tarde -aunque se trataba de una certeza de la que podía disfrutar-, sino también porque se despertaba recordando el sabor de la comida que ella preparaba, el sonido de su risa flotando por el aire húmedo y salado, y los seductores ritmos de la isla. Estaba seguro de que ella le ayudaría a curarse, y sabía que estaba en el buen camino.

La isla empezaba a gustarle. Había pensado que allí acabaría aburriéndose en un ambiente claustrofóbico, pero no había sucedido nada de eso. Su ceguera lo limitaba, pero la isla no. De hecho, el ritmo de las olas rompiendo en las playas, la frescura de la brisa y los sonidos de la vida de la isla lo hacían sentirse vivo, aun dentro de su empalagosa ceguera.

Rodó hacia el lado de la cama que hasta hacía un rato había ocupado Zoe y enterró su cara en el olor de su pelo.

No podría llegar a cansarse nunca de tocar su pelo. Sus cortos bucles parecían enredarse entre sus dedos, acariciándole con su calidez, y le encantaba frotar sus bronceadas mejillas contra estos, sintiendo cómo se impregnaba con esa parte de su cuerpo, cuando no lo hacía contra la propia mujer.

Porque ella le dejaba mucho espacio libre. Se podría pensar que Yeager estaba contento de eso, pero la noche anterior había tenido que insistir para que ella volviera a su cama. Sonrió burlonamente recordando lo dulce que había sido persuadir a Zoe, y la poca resistencia que había encontrado en su pequeño y ligero cuerpo.

No tenía ninguna duda de que las echaría de menos, a ella y a la isla, cuando se marchara.

Aquella idea hizo que se ensombreciera su buen humor. Frunciendo el entrecejo, se dijo a sí mismo que se sentía incómodo porque todavía no sabía qué iba a hacer si volvía -cuando volviera- a recuperar la vista y regresaba a Houston. Ya estaba definitivamente retirado del Ejército, de eso no había duda, y probablemente acabaría en algún aburrido despacho como consultor de programas espaciales.

Se colocó la almohada de Zoe sobre la cabeza. La idea de pasarse los días entre montones de papeles durante los próximos treinta años era tan atractiva como echar un polvo a una de las conejitas espaciales que se exhibían en las afueras del The Nest, el bar favorito de los astronautas de Houston.

Para apartar de sí aquel malhumor que empezaba a invadirle, se metió en la ducha; luego se puso la ropa y decidió presentarse en casa de Zoe. Seguro que ella le haría cambiar de humor.

Yeager se dirigió a la casa recorriendo como un autómata los sesenta y cuatro pasos que lo separaban de allí, pero no llegó más allá de la cocina. Esperaba encontrarse allí con Zoe, pero no con los demás invitados. La cocina estaba vacía, pero un murmullo de voces que provenía del corredor le reveló que ella se encontraba allí.

Se sentó a la mesa de la cocina para esperar a Zoe, escuchando sin prestar demasiada atención el programa de televisión Today, un sonido que le llegaba desde el televisor que estaba encendido en la esquina. Katie Couric borboteaba como una vieja cafetera mientras presentaba a su siguiente invitado, el nuevo piloto del Millennium I.

Ya lo habían reemplazado.

Yeager se quedó inmóvil, ladeando la cabeza para escuchar más atentamente. Lo último que sabía era que la NASA había anunciado que no iba a ser él el piloto de aquel programa espacial. Pero ahora habían anunciado ya a la prensa que Márquez Herst ocuparía su puesto. No le sorprendía aquella elección. Aquel hombre había sido siempre el piloto auxiliar de Yeager. Pero escuchar aquel anuncio hecho público por televisión y después oír el tono cantarín de la voz de Mark -su lengua materna era el español, aunque ahora hablaba otras cinco más- fue una conmoción para él.

Mientras Katie daba por concluida la entrevista deseando con cuatro palabras la pronta recuperación del comandante Yeager Gates, él apretó los dientes y se apoyó en el borde de la mesa con ambas manos.

Mark -siempre tan amable y de buen corazón- secundó los deseos de la presentadora, aunque Yeager sabía que por dentro Mark estaría dando saltos de alegría por la oportunidad de ser el piloto del primer lanzamiento del Millennium. Demonios, si le hubiera tocado a él estar en su lugar habría dado saltos de alegría allí mismo. No podía tenerle rencor a su compañero, pero cuando los dos regresaran a Houston -y Yeager tuviera la ocasión de encontrarse con él de nuevo-, por todos los demonios que le iba a dar una buena paliza a aquel Márquez de vocecilla aflautada… jugando al tenis.

Otra vez.

– Yeager.

Se sobresaltó al darse cuenta de repente de que Zoe había entrado en la habitación. Se volvió sonriendo y apartando sus pensamientos de la televisión.

– ¿Qué hay de nuevo, cariño?

– ¿Estás bien?

Vaya, seguramente al entrar en la cocina Zoe había oído ios últimos minutos de la entrevista de Katie a Mark. Yeager sonrió de nuevo y se golpeó las rodillas con las manos en señal de invitación.

– Perfecto y cachondo.

– No lo digas de esa manera.

Algo en el tono de voz de ella le preocupó. Pero era algo que tenía que ver con ella, no con él. Frunciendo el entrecejo, Yeager dejó a un lado sus preocupaciones.

– ¿Qué te pasa, Zoe?

– Nada -contestó ella tranquila. Demasiado tranquila.

Mirando en su dirección pudo ver una sombra -ya se había dado cuenta de eso hacía días, y ahora podía distinguir algunas formas vagas entre las sombras- y alargó una mano hasta tocarla.

La agarró por una punta del delantal y la hizo sentarse en sus rodillas.

– Esto funciona en las dos direcciones, cariño. Tú me cuentas y yo te cuento.