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– No pasa nada -insistió ella de nuevo.

Yeager la sentó en su regazo y atrajo la cabeza de ella hacia su pecho, introduciendo sus manos entre aquellos bucles de exquisita y empalagosa fragancia. La noche anterior, después de que ella le hubiera dejado sin aliento tras su mutua explosión de lujuria, ella había apoyado sus mejillas precisamente allí, con su suave aliento soplando ligeramente, provocador, contra su pezón. Su entrepierna despertó ante aquel recuerdo.

Pero Zoe no pareció darse cuenta del estado de su cuerpo, pues se agarró a él con firmeza. Pero después de que él pasara varias veces la mano por su pelo, ella dejó escapar un suspiro y se relajó, apoyándose en él. Yeager cerró los ojos degustando la calidez de aquella nueva sensación de poder ofrecer a Zoe un poco de consuelo.

Era un malnacido con mucha suerte. Si no hubiera llegado a la isla de Abrigo, no habría conocido a aquella mujer que le había ayudado a soportar su oscuridad. Acaso, cuando hubiera regresado a la civilización, podría enviar flores una vez al mes a su princesa de aquella isla. Le hizo gracia pensar que posiblemente tampoco para Zoe sería fácil olvidarle, y que incluso si aterrizaba alguna otra persona en su cama, cada mes le llegaría un nuevo ramo de flores que le recordara al primer hombre de su vida.

Apoyó su cara contra la cabeza de ella, quizá de una manera demasiado brusca, castigándola un poco por aquel supuesto nuevo amante.

– Ay -se quejó ella poniéndose derecha.

– Perdona -se disculpó él rodeándola con los brazos.

Zoe dejó escapar otro suspiro ahogado. Yeager frunció el entrecejo.

– Sé que te ha pasado algo malo. -Pero no tan malo como la loca idea de imaginarse a Zoe compartiendo la cama con otro hombre-. ¿De qué se trata?

Ella volvió a apoyarse en su pecho.

– Jerry me va a matar.

– ¿Ese gilipollas? -Yeager paseó un dedo por el brazo de Zoe y saboreó el estremecimiento que notó en ella como respuesta a su caricia-. ¿Quieres que le haga una visita? Puedo pedir a Deke que me acompañe (ya sabes que todos los miembros importantes de Hacienda viajan siempre con sus guardaespaldas) y te aseguro que para cuando regresemos solo tendrás que preocuparte de lo que te vas a poner para presentarte este año como la Reina de Abrigo.

Zoe se rio pero a la vez negó con la cabeza.

– Yo quiero algo más que esa corona de diamantes de imitación. El festival debería desarrollarse sin ningún obstáculo.

Yeager tomó su mano y se la apretó.

– He pasado en la isla el tiempo suficiente para haberme dado cuenta de que tú has hecho más trabajo para el festival que ninguno de los demás. Todo va a salir a pedir de boca. Deja ya de preocuparte.

– Los gobios de cola de fuego no volverán si no conseguimos que todo sea perfecto.

Yeager alzó las cejas. Pensar que aquellos peces tenían de alguna manera en cuenta el festival para dejarse ver por allí le parecía un poco exagerado. Pero aun así asintió con la cabeza.

– Todo irá bien.

Zoe volvió a menear la cabeza.

– Tiene que ser perfecto, ya te lo he dicho.

– De acuerdo, será perfecto -le aseguró él.

– Pero no será así a menos que encontremos un nuevo invitado especial para el desfile -dijo ella con voz melancólica.

– ¿Un qué? ¿Para qué?

– Y me dices que te has dado cuenta de todo. El festival consta de tres eventos claramente diferenciados. El baile en la escuela la noche antes del festival ya está organizado. Luego está el desfile de la mañana siguiente. Y luego la fiesta en la playa con hogueras, que coincide con el momento en el que llegan los peces. Por supuesto que las tiendas y los restaurantes ya han empezado a publicitar sus ofertas, pero nuestro comité solo se responsabiliza de esos tres eventos.

– Y por lo que veo te falta un…

– Invitado especial para el desfile. Ya sabes, el dignatario que va a la cabeza el desfile. Estaba previsto que este año ocupara el puesto un primo segundo de Marlene, y hacía meses que había aceptado, pero acabo de descubrir que, por lo que se ve, ha decidido que irse de vacaciones con su nueva ayudante era más importante que presidir nuestro desfile.

Yeager rio.

– Menuda escoria. ¿Y quién era, por cierto? -El director del planetario de Los Ángeles.

Yeager rio de nuevo.

– Bueno, tampoco es que fuera un gran dignatario.

Zoe suspiró.

– Sí, en eso tienes razón, pero era lo mejor que hemos podido conseguir. Incluso hemos organizado el festival alrededor de un tema que tenía que ver con su puesto: «¡Los límites del espacio!». -Zoe suspiró de nuevo-. A Jerry le encanta todo lo que tiene que ver con el espacio. Pensaba que eso atraería la atención de mucha gente, aparte de lo que pasara (o no pasara) en el agua.

Yeager la estrechó suavemente entre sus brazos.

– No es el fin del mundo.

– Pero si esto no sale bien será el fin del mío.

Yeager sintió una punzada de culpabilidad. Recordó lo que Desirée le había explicado varias semanas antes. Si aquellos peces no se dejaban ver por la isla sería desastroso para el turismo y para la economía de Abrigo. Lo que Yeager no era capaz de entender era qué tenía que ver el dignatario que oficiaba de invitado especial en el éxito del festival, pero para Zoe parecía que había alguna relación.

Sintió un escalofrío de presentimiento que le recorrió la espalda de arriba abajo, pero lo ignoró y se arrimó más a Zoe respirando el cálido olor de su perfume.

– ¿«¡Los límites del espacio!»?

– Sí -contestó ella suspirando de nuevo.

– ¿Y qué te parecería un astronauta estropeado como invitado especial? ¿Crees que podría funcionar? -Las palabras casi se le escaparon de la boca sin darse cuenta.

Zoe se quedó en silencio, posiblemente sorprendida.

También él se había quedado perplejo. Nunca antes había querido jugar al buen ciudadano, pero había algo en Zoe y en la isla -y en todo lo que había vivido allí durante las últimas semanas- que sobrepasaba el hecho de que aquellos espectaculares peces visitaran una vez al año las aguas de Abrigo, y que era más importante para él que el ridículo de vestirse de uniforme y hacer el bobo en un desfile.

Para ser sincero, tenía que admitir que aquella isla lo había encantado, y no podía soportar la idea de que algo pudiera romper aquel hechizo.

– ¿Estarías dispuesto a hacerlo? -dijo ella en voz muy baja-. Pero decías que no querías publicidad. Tu situación…

Zoe tenía razón. Él no quería que el mundo se enterara de su ceguera ni de sus problemas. Pero a la vez pensaba en todas las cosas que Zoe había hecho y no había deseado hacer. Y en cómo se había dejado ver a sí misma calva y vulnerable con tal de poder ayudar a su hermana. Y él sabía que podía hacer aquello por Zoe.

– Si lo hago, será por ti, cariño -admitió Yeager con franqueza.

Ella emitió un gracioso ruidito gutural y le echó los brazos alrededor del cuello. Yeager sintió que su cuello se mojaba con lágrimas calientes, y un beso húmedo se posó en su boca. No titubeó en devolverle el beso.

Por primera vez en toda una vida llena de logros se sintió como el héroe que el resto del mundo siempre había creído que era.

Zoe se movía por la cocina dando saltitos; estaba radiante. Después de casi un año de preocupaciones, finalmente el festival marchaba por un camino seguro y tranquilo.

Marlene alzó la vista de la mesa, donde reposaba la pancarta que estaba acabando de pintar: una pancarta en la que se anunciaba que Yeager Gates sería el invitado especial del desfile del Festival del Gobio.

– ¿Por qué estás tan contenta? -preguntó Marlene lanzando una mirada preocupada en dirección a Yeager, quien estaba de pie a su lado apoyado en el mostrador de la cocina, donde reposaba un molde de pastel con la forma de la isla.

Zoe se contuvo de echarles por la cabeza a su amiga y a Yeager la jarra de té frío que tenía entre las manos.