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– Yo también te necesito, cariño -dijo Yeager.

Zoe cerró los ojos y le metió los dedos entre el pelo.

– Durante un ratito más -susurró ella.

Durante un ratito más él la necesitaría. Durante un poco más de tiempo ellos estarían juntos en la isla, y ese poco tendría que ser suficiente para ella.

Capítulo 16

Yeager estaba de pie al lado de las escaleras de Haven House, con las manos metidas en los bolsillos de los pantalones, esperando a Zoe. Deke, Lyssa, Zoe y él debían asistir aquella noche al acto inaugural del Festival del Gobio: el baile que se celebraría en el auditorio de la escuela. Deke y Lyssa esperaban afuera, en el coche de golf, y Yeager había sacado el palo corto mientras esperaba que Zoe bajara la escalera y se tranquilizaba para poder disfrutar de la velada.

Yeager habría preferido que se hubieran ido todos juntos a cualquier otra parte, pero Lyssa y Deke le habían pedido que asistiera al baile con ellos. Entre aquellos dos parecía que se estaba cociendo algo y parte de él había sentido la curiosidad suficiente para acceder. La otra parte deseaba estar donde se encontrara Zoe.

– ¡Va, que nos vamos! -gritó Yeager en dirección a la segunda planta.

Otra vez.

Como respuesta no le llegó más que un grito amortiguado.

Él meneó la cabeza. Durante los últimos días, conforme se acercaba la fecha del baile, ella había estado cada vez más tensa. Había empezado a llevar de un lado a otro una carpeta que se había convertido en una especie de armadura y que lo ponía cada vez más nervioso.

¿Que quería robarle un beso? Pues antes tenía que atravesar aquella barrera de plástico de un dedo de grosor llena de papeles.

Ella no había intentado volver a dormir sola, pensó. Yeager tenía sus propios límites y, por Dios, aquel era uno de ellos. No iba a quedarse mucho más tiempo en la isla y no pensaba negarse ni un solo momento de placer en brazos de Zoe. La noche anterior ella se había quedado dormida apoyada en la almohada -cuando él salió de la ducha-, pero aquello también había sido un placer para él. Tumbado a su lado, estuvo escuchando su respiración, y cuando Zoe se dio media vuelta para colocarse entre sus brazos, Yeager la abrazó con cariño, como si tuviera que defenderla de algo.

¿Defenderla de qué? De la decepción. Si aquellos malditos peces no se presentaban, Yeager no iba a saber qué hacer por ella. Y menos aún sabía qué podría llegar a hacer ella.

– Aquí estoy -dijo Zoe sin aliento mientras bajaba a paso rápido las escaleras.

Su perfume le llegó en oleadas y él lo absorbió bizqueando desde detrás de sus gafas oscuras, y deseando poder verla mejor. Como una Polaroid que se va revelando poco a poco, su visión había ido mejorando durante los últimos días. Había pasado de la completa oscuridad a ver perfiles y después unos primeros detalles borrosos. Ya podía ver lo suficientemente bien las formas de las cosas como para no darse con los árboles cuando paseaba, aunque todavía no era capaz de distinguir las hojas.

De manera que, aunque ya podía ver el contorno de Zoe, por el momento el resto de su cuerpo no era para él más que aquello que su mano había llegado a memorizar. Todavía no existían para él otros detalles como sus ojos y los demás rasgos de su rostro.

El trabajo de Deke en la casa de su tío iba viento en popa, y precisamente aquella misma mañana habían estado hablando de las posibles fechas de su partida. Yeager se preguntaba si podría llegar a ver a Zoe, a verla realmente, antes de abandonar la isla.

– ¿Qué problema tienes? -preguntó Zoe con perplejidad a la vez que le cogía de la mano.

Él disfrutó de aquel gesto posesivo.

– Ninguno -le aseguró él mientras tomaba su pequeña cara entre sus manos y le daba un beso-. Solo que te empezaba a echar de menos.

Ella le besó la barbilla.

– Deprisa, tenemos que irnos.

Él le dio una palmadita en el trasero empujándola en dirección a la puerta.

– Te estábamos esperando a ti.

– Lo sé, lo sé. Me he dado toda la prisa que he podido. Estoy hecha un flan por no haber podido pasar todo el día en el auditorio. ¿Cómo voy a estar segura de que todo se ha hecho como es debido?

Yeager meneó la cabeza.

– Porque si hubieran tenido algún problema te habrían llamado para que tú lo solucionaras.

La acompañó hasta la puerta y de allí al coche de golf, pero ella no dejó de preocuparse durante todo el camino hasta la escuela.

Se pasó el viaje preguntándose si todo estaría en orden, incluso mientras saludaba a los conocidos con los que se cruzaba en la carretera y a otros amigos que se acercaban a pie a la escuela.

Yeager se recostó en el respaldo de su asiento y la dejó hacer. Besarla de vez en cuando habría tenido algún efecto positivo en su nerviosismo, pero ella lo apartaba de su lado cada vez que estaban en presencia de otras personas. De modo que, en lugar de hacer eso, se dedicó a disfrutar de la fresca brisa marina, y de la emoción que podía olerse en el aire por la reunión de toda la comunidad de la isla para un evento anual, entre las frenéticas interferencias en su personal emisora de radio: RZPN, Radio Zoe Perdiendo los Nervios.

Hasta que no estuvieron dentro del auditorio, ella no cerró la boca.

– ¡Oh, Dios mío! -exclamó entonces, y luego se quedó en silencio.

Yeager se sintió atravesado por un escalofrío.

– ¿Qué pasa?

Lyssa se apiadó de él.

– Creo que está un poco disgustada por el pequeño cambio en el tema del festival. Hay un enorme cartel encima del escenario que lo anuncia.

– ¿Eso es todo? -preguntó Yeager sonriendo aliviado-. De todos modos «¡Los límites del Espacio!» no era una idea tan brillante, Gran Zeta.

Ella sacudió la cabeza, sorprendida por el nuevo apodo que Yeager le había puesto, tal y como él lo había esperado.

Yeager frunció el entrecejo.

– Bueno, ¿de qué se trata? No puede ser tan malo. ¿«La isla mágica»? ¿«La Fiesta del Gobio»?

Zoe consiguió por fin que le saliera la voz.

– Es… es «Lanzamiento del Millennium». Y es en tu honor, según dice el cartel.

Yeager se quedó de piedra. ¿«Lanzamiento del Millennium»? ¿Por él?

Cuando, por supuesto, no iba a ser él quien pilotara la nave Millennium.

– Me huelo que Jerry está detrás de esto -dijo Zoe con voz compungida-. Marlene tenía razón. Pretende sacarle todo el partido que pueda a tu fama.

«Lanzamiento del Millenniun», continuaba diciéndose Yeager a sí mismo, esperando empezar a sentir de un momento a otro una punzada de pena y decepción.

De repente la música llenó la sala. Sabía que habían contratado a un pinchadiscos para el acontecimiento, porque Zoe le había comentado que en la isla no disponían de toda la gente que necesitaban para llevar a cabo una fiesta como aquella. Las notas que oyó le resultaban conocidas.

– No me lo puedo creer -masculló Zoe-. Es la música de la película Apolo 13.

En aquel momento lo enfocó un reflector -ahora su vista era lo suficientemente clara como para poder darse cuenta de eso- y un murmullo se elevó entre el público por encima de la música.

– Jerry -refunfuñó Zoe-. Voy a matarlo.

Desde algún lugar en el escenario, Jerry se puso a hablar de su decisión de cambiar el tema del festival y luego presentó a Yeager como el honorable invitado especial del festival, recitando su catálogo de logros con tanto entusiasmo que acabó pareciendo un cruce entre John Glenn y John F. Kennedy.

La alocución terminó con una gran ovación de los asistentes al acto.

Yeager permaneció quieto durante todo el rato e incluso se las apañó para sonreír -eso esperaba que pareciera su mueca-, dolorosamente consciente de que la sarta de dotes que se le atribuían pertenecían ya al pasado. La cruda realidad volvió a asaltarlo una vez más. Para él ya no habría «Lanzamiento del Millennium».