Cuando Deke llegó a su lado, ella estaba lanzando una sarta de improperios a la maleta.
Se quedó parado a su lado, frotándose la barbilla y sin saber qué hacer o qué decir. De alguna manera había conseguido evitar tener una escena con ella la noche anterior. Por agradecido que estuviera por ello, casi lo hubiera preferido a tener que encontrarse de nuevo con ella así: con la luz del sol de la mañana jugueteando con su pelo y el rubor de algún tipo de emoción -¿decepción?, ¿irritación?- coloreando sus mejillas.
Maldita sea, la verdad era que su cama le había parecido demasiado grande y fría sin ella.
– ¿Qué estás mirando? -preguntó Lyssa enfadada.
Él parpadeó. Irritación sería una palabra demasiado suave para definir el estado de ella.
– Bueno, yo…
Ella lo miró fijamente entornando los ojos.
– ¿Piensas ayudarme o qué?
Deke no se movió.
– ¿Ayudarte? ¿Cómo exactamente?
– Ayudarme con la maleta, estúpido.
Él volvió a parpadear. Tuvo la sensación de que Lyssa estaba a punto de volver a perder su habitual serenidad, como aquel día en las colinas, cuando se cayó y se hizo una herida en la rodilla. Sin decir una palabra, Deke se agachó, agarró la pesada maleta y volvió a colocarla de pie sobre sus enclenques ruedas, al lado de Lyssa.
Ella se cruzó de brazos y golpeó el suelo con un pie, en un gesto de impaciencia.
Deke, consciente de que la situación estaba empezando a calentarse peligrosamente, pensó que lo mejor era que echara a andar. El barco zarparía en quince minutos. Dio un primer paso en dirección al puerto.
Pero Lyssa lo detuvo poniéndole la palma de una mano en el pecho, antes de que pudiera seguir avanzando.
– No tan rápido.
Deke se estremeció de placer al sentir el contacto de su mano, pero al momento suspiró profundamente intentando armarse de valor.
– Dejémoslo aquí, Lyssa; no tengo tiempo.
Ella abrió los ojos de par en par.
– Así que no tienes tiempo. Tú no tienes tiempo. Oh, esa sí que es buena. -Lyssa dio un paso al frente y se quedó mirándolo fijamente-. Soy yo la que se ha pasado toda la noche en vela, aterrorizada por si perdía el primer barco. Soy yo la que ha tenido que revisar las posesiones acumuladas durante veintitrés años (¡deberías ver mi habitación!) para embutirlas en una sola maleta. Y además ¡soy yo la que ha tenido que redactar una carta para su hermana, intentando encontrar las palabras adecuadas para explicarle qué demonios me ha hecho perder la cabeza para salir corriendo detrás de un hombre ingrato y anticuado como tú!
– ¿Ingrato? -repitió él en voz baja.
Ella se irguió.
– Exactamente. Deberías estar dándome las gracias por irme contigo.
– No te he pedido que vengas conmigo -matizó él.
– ¡Ah, esa es otra! -Lyssa apoyó los puños en las caderas mientras respiraba jadeante, con sus exuberantes y jóvenes pechos empujando hacia fuera, bajo la tela de algodón de su vestido-. He intentado encontrar las palabras apropiadas para decírtelo. Bueno, olvídalo. No sé cómo convencerte. Lo único que sé es que te quiero. De manera que no te va a quedar más remedio que vivir con eso y vivir conmigo. Allá adonde tú vayas, colega, yo voy contigo.
Deke tragó saliva sintiendo que de repente su boca se había quedado seca.
– ¿Vas a dejar la isla?
Lyssa alzó las manos con las palmas abiertas.
– ¿Ya estás empezando a tener problemas de oído? -De sus labios escapó un suspiro impaciente-. Te vas, ¿no es así?
Él se pasó una mano por le pelo.
– ¿Vas a alejarte de Zoe? ¿Y de todo esto?
– ¿No lo has pillado aún? ¿Es que no me estabas escuchando o qué? -Lyssa se inclinó para agarrar el asa de su maleta-. No estoy dispuesta a desperdiciar ni un solo minuto más de nuestras vidas. Me iré contigo, y no vas a poder…
– O sea: ¿o lo tomo o lo dejo? -preguntó Deke sintiendo que el corazón estaba a punto de salírsele del pecho.
Lyssa se quedó mirándolo como si de repente él se hubiera vuelto loco.
– No. La única opción es tomarlo. Tomarme a mí.
Deke empezó a oír un zumbido en los oídos.
– ¿Estás diciendo que tengo que quererte?
– Ya me quieres, ¿no es así? -Pero en la belleza cristalina de los ojos de Lyssa había un destello de incertidumbre-. Estoy diciendo que tienes que aceptarme.
– Tengo cuarenta y tres años -le dijo Deke casi teniendo que gritar para oírse por encima del zumbido de sus oídos.
– Bueno, y yo soy estéril.
Él alargó una mano y le acarició el cabello.
– No me importa.
Ella restregó la cabeza en la mano de él.
– Y a mí no me importa la edad que tengas.
– Yo tengo que volver a Houston y luego… -dijo Deke encogiéndose de hombros.
– Yo siempre quise ir a Texas -dijo Lyssa-. Y luego… -Imitó su manera de encogerse de hombros-. La verdad es que siempre quise visitar «y luego».
Inmóvil, Deke meneó la cabeza.
– Una hombre de mi edad y una mujer como tú. La gente va a hablar de nosotros.
– Sí, hablarán de lo felices que somos -dijo Lyssa acercándose más a él-. Por favor, Deke, no eches por la borda nuestro futuro por algo que pasó en el pasado.
Ella tenía mucha razón. Deke tomó aliento y al momento cesó el zumbido que tenía en los oídos. Lo único que Deke oía ahora era el latido de su corazón, aunque incluso este se había suavizado hasta convertirse en una palpitación tranquila y segura. Volvió a tomar aliento.
– ¿Querrás venir conmigo?
– Siempre.
– ¿Te quedarás conmigo?
Aquel era el quid de la cuestión.
– Siempre.
Deke miró hacia la maleta que estaba en el suelo.
– ¿Hasta que la muerte nos separe? -preguntó él intentando ponerla a prueba por última vez.
Lyssa sonrió con una expresión de certeza en los ojos.
– La muerte no se atreverá a separarnos.
A pesar de su edad, de su pasado y de su dolor, Deke se dio cuenta de que no podía dejar atrás aquella sonrisa, ni a la mujer que la esbozaba. La rodeó con sus brazos y la besó con pasión estrechándola contra su pecho.
– Te quiero -le dijo Deke.
Lyssa volvió a sonreír.
– Ya lo sabía.
Deke recordó la casa en el árbol y las iniciales que estaban grabadas en el tronco, dentro de un corazón. Él también lo había sabido desde el principio.
Pero estaba demasiado asustado.
– Vamos -dijo Deke pasándole un brazo por encima de los hombros y haciéndola girar en dirección a Haven House-. Vamos a romper esa carta. Puedes explicárselo todo a tu hermana en persona. -Él ladeó un poco la cabeza para besar la suave mejilla de aquélla mujer con la que iba a casarse-. Por cierto, ¿no me habías dicho que debería ver tu habitación?
Capítulo 17
Oh, cuan bajo han caído los poderosos, pensó Yeager, cambiando de postura para no perder el equilibrio en la carroza del desfile. Sí, como invitado especial, su vehículo era el escogido para abrir el desfile -un vehículo que consistía en un tractor que tiraba de un remolque de madera con ruedas, decorado con montones de algodón que se suponía representaban nubes-, pero tenía que compartir el estrecho espacio con otras dos «estrellas».
Otras dos grandes estrellas. No eran exactamente personajes famosos, por supuesto, sino dos residentes de Abrigo que lo flanqueaban vestidos con enormes disfraces que habrían hecho que el dinosaurio Barney se sonrojara de vergüenza. Uno de los disfraces era peludo y con dos pequeñas alas. El otro tenía una textura resbaladiza y escamosa, y de él colgaban unas aletas que tenían tendencia a menearse con frenesí a causa del viento, para acabar enrolladas alrededor del cuello y la cara de Yeager como si fueran los tentáculos de un pulpo.