Le gustaba Zoe, le gustaba de veras y lo último quw pretendía era hacerle daño. Desde detrás, la banda municipal volvió a empezar su estruendo musical y Yeager tomó la decisión de abandonar la isla, mientras pensaba que allí las únicas personas que estaban haciendo verdadero daño eran ella y su banda: a sus tímpanos.
Pronto.
Se alegró de que la comitiva llegara por fin de nuevo al aparcamiento de la escuela. Tenía que encontrar a Deke, hacer varias llamadas por teléfono y empezar a mover los hilos en dirección al Este. Por fin se detuvo la comitiva, e inmediatamente empezaron todos a desperdigarse. Los perros del club canino ladraban, las niñas boy scouts chillaban y hasta pudo oír los gritos de alguien que intentaba encontrar un zapato que se le había perdido.
Sin decir una palabra a sus disfrazados acompañantes, Yeager se puso a esperar impaciente la oportunidad de alejarse del grupo. Creía que con lo que podía ver sería capaz de encontrar el camino de vuelta a Haven House.
Sammy se bajó de su nube y Yeager echó a andar detrás de Flossie hacia la salida de aquel vehículo envuelto en algodón. Oyó la voz de Zoe cerca y se apresuró más, reacio a encontrarse con ella en aquel momento. Antes quería acabar con sus preparativos.
Con las prisas tropezó con el pez que iba delante de él. Su blanda espina dorsal le dio de lleno en la cara haciendo que se le cayeran las gafas de sol.
Yeager parpadeó al notar que la plena luz del sol le daba en los ojos. Aquellas gafas que llevaba puestas desde hacía meses estaban fabricadas de un material especial para proteger sus sensibles ojos de los rayos del sol. Pero ahora se daba cuenta de que, a la vez, también le habían estado oscureciendo la visión.
Con los ojos llorosos, volvió a parpadear, pero no fue capaz de ponerse de nuevo las gafas. Se acababa de dar cuenta de que podía ver.
Y justo delante de él estaba Zoe.
Tenía que ser ella.
Estaba agachada escuchando a una de las pequeñas niñas excursionistas que habían llevado la pancarta con su nombre. El contorno era el del Zoe. Yeager estaba familiarizado con su silueta como si la hubiera visto de tanto haberla acariciado, pero ahora podía ver sus facciones, el color de su pelo y la forma de sus ojos.
Notó que se secaba su boca.
Era rubia. Su cabello sedoso le llegaba hasta las orejas por delante, y era apenas unos dedos más largo por detrás. Eso, por supuesto ya lo sabía. Había tenido un contacto íntimo con todas las partes de su cuerpo durante las dos últimas semanas, metiendo los dedos por aquella sedosa mata de pelo, recorriendo con la lengua el perfil de sus pequeñas orejas, paseando los pulgares por sus mejillas y besándole la nariz.
Pero lo que no había podido ver era lo bien que encajaban juntas todas aquellas partes. Lo bien que encajaba aquella dorada mata de pelo con sus ojos azul oscuro rasgados por los extremos. De qué manera complementaba su pequeña nariz recta los huesos de las mandíbulas que daban forma a su barbilla.
Con su constitución pequeña, esbelta y juvenil, parecía un hada.
Un espíritu de la isla.
Paseó de nuevo la vista por ella: su pelo, sus ojos, sus mejillas, su nariz, su boca… Y entonces ella sonrió.
Yeager jamás habría podido imaginar aquella sonrisa. Se limpió las lágrimas de los irritados ojos y volvió a parpadear. Tenía unos labios gruesos que deberían estar en el número uno de los mejores diez labios para besar, pero cuando sonreía… Cuando sonreía, sus gruesos labios se alzaban por los extremos y aparecían entre ellos unos brillantes y perfectos dientes, a la vez que se le formaban dos menudos hoyuelos en las mejillas. Cuando ella abría la boca, parecía que el aire se llenaba de un hálito mágico.
Yeager se quedó como en trance. ¿Pronto? ¿Pensaba que iba a abandonar pronto algo como lo que acababa de vislumbrar?
– Comandante Gates.
Una voz que lo llamaba distrajo su atención hacia otro lado. Yeager giró la cabeza, reconoció la gangosa voz de Jerry y vio que este llevaba del brazo a una escultural mujer, que lucía una brillante corona en la cabeza. A su lado había tres hombres más: uno con una cámara de vídeo, otro con una de fotos y un tercero que blandía una libreta de notas.
Este último empezó a acribillarle con preguntas.
– ¡Comandante Gates! Para la revista Celeb! Le hemos estado buscando por todas partes. ¿Cómo se encuentra? ¿Es cierto que está pensando en demandar a la NASA por despido improcedente? ¿Y qué piensa de Márquez Herst como nuevo piloto del Millennium? ¿Qué hace el Capitán América en este aislado peñasco? ¿Es verdad que no puede soportar que alguien haya asumido su puesto? -El tipo sonrió enseñando todos sus dientes afilados como un gran tiburón-. ¿No es usted ya lo bastante hombre para presentarse en Cabo Cañaveral?
Yeager se colocó de nuevo las gafas delante de los ojos sintiendo que empezaba a arderle la nuca. Cielos, cuánto odiaba a la prensa. Abrió la boca para decir a aquel imbécil dónde podía meterse sus estúpidas preguntas y sus desagradables indirectas, pero en ese momento se presentó allí Deke y se colocó entre su amigo y aquel insolente periodista.
– Déjalo estar, colega -le dijo Deke tranquilo.
Yeager bajó del vehículo entre el zumbido de las cámaras de vídeo y los destellos de los flashes de las cámaras de fotos. Deke colocó a Yeager una gorra de béisbol en la cabeza y lo arrastró en dirección a donde tenía aparcado su coche de golf.
Aunque el reportero seguía acosándole con preguntas y los cámaras corrían tras él, Deke se las apañó para apartarlos del vehículo y luego salió a toda prisa con el coche del aparcamiento de la escuela.
Yeager miró hacia atrás bajándose un poco las gafas con el dedo índice y entornando los ojos ante la luz. Los periodistas de la revista Celeb! dirigían ahora sus cámaras hacia los demás participantes del desfile. Zoe estaba de pie, al lado de Jerry, y miraba hacia ellos como si se hubiera imaginado que había sido él quien había roto la baraja.
Se pasó las manos por su corto pelo y después dio un empujón a otro hombre con su pecho de senos apenas perceptibles. En su rostro no quedaba ni rastro de su mágica sonrisa.
Yeager se alejaba de ella con las palabras de aquel periodista resonando en su cabeza: «¿No puede soportar que alguien haya asumido su puesto? ¿No es usted ya lo bastante hombre para presentarse en Cabo Cañaveral?». Yeager dejó escapar un largo suspiro, pero aquello no fue suficiente para quitarse de encima una profunda y pesada sensación de inexorabilidad.
Volvió a suspirar.
– Se ha acabado, Deke -dijo Yeager-. Por mucho que odie admitirlo, ese periodista tenía razón. Tengo que irme de la isla. Tengo que estar presente en Cabo Cañaveral para el lanzamiento.
Yeager decidió dar la noticia a Zoe lo antes posible. Ella se presentó en su apartamento después de haber supervisado la limpieza tras el desfile y, aunque ya había concluido el evento de la mañana, no se podría decir que no tuviera aún los nervios a flor de piel.
– Solo faltan doce horas para que hagan su aparición los gobios -dijo ella.
Yeager abrió la boca, pero Zoe se puso a hablar deprisa pidiéndole disculpas por el ataque del periodista y los cámaras, como si hubiera notado lo que él estaba a punto de decirle. Yeager le contestó que no tenía importancia, pero le confesó que esperaba que llamaran a su puerta de un momento a otro.
Zoe negó con la cabeza y se quedó mirándolo fijamente, mientras le explicaba cómo habían dado largas a los molestos periodistas los habitantes de Abrigo.
– Pero todos ellos deben de saber dónde me alojo -dijo Yeager frunciendo el entrecejo.
– ¡Vaya, claro! -contestó Zoe caminando nerviosámente por la habitación-. Pero no se irán de la lengua. Ahora ya eres uno de los nuestros, señor «invitado especial». Incluso Jerry sabe que se pasaría de la raya si pretendiera darle más publicidad al asunto. Nosotros protegemos a nuestra gente.