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Si el barco estaba todavía en el embarcadero, entonces quería decir que debía regresar a Abrigo. Si no estaba allí, tendría que continuar su viaje hasta Cabo Cañaveral.

Yeager empezó a respirar jadeante mientras echaba a correr hacia el muelle. Por encima del techo de la taquilla podía verse aún el barco meciéndose sobre las olas. Con el corazón saliéndose del pecho, Yeager echó a correr más deprisa, dando codazos a la gente con la que se cruzaba para llegar hasta la taquilla.

Se metió en ella esperando poder conseguir un billete en cubierta mientras echaba una rápida ojeada afuera a través de la ventana, para comprobar que el barco seguía aún en el puerto.

Pero entonces se dio cuenta de que la nave empezaba a apartarse del muelle lentamente, dejando tras de si una muy gruesa y muy definitiva estela.

Capítulo 19

Zoe se sentó en el patio del que había sido el apartamento de Yeager, mirando hacia la bahía de Haven y hablando con su nueva amiga, Dolly.

– También te ha dejado a ti aquí, ¿eh? -Miró a la desnuda mujer de plástico, quien, además de las gafas de sol, un collar de conchas y unas chancletas, ahora llevaba también una gorra de marinero ladeada sobre la cabeza. Zoe colocó un pie encima de la mesa, al lado del de Dolly, y luego golpeó el tobillo de plástico de la muñeca con su sandalia-. Pero a ti no te importa, ¿verdad?

Zoe asintió con la cabeza como si la otra mujer le hubiera contestado afirmativamente.

– A mí tampoco. -Abrió los brazos señalando el sol, las aguas transparentes y los barcos de recreo anclados en la bahía-. Me gusta esto.

Aunque los gobios no habían regresado, no por eso a Zoe le gustaba menos la isla. No sabía lo que iba a pasar ahora, pero de una forma u otra podrían sobrevivir sin aquellos peces. Aunque aquel barco ya lo había perdido, pensó riendo entre dientes de su propio juego de palabras.

– Lo único que tenemos que hacer es esperar -le dijo a Dolly.

– Pero ¿esperar qué?

Zoe se sobresaltó y luego miró por encima de su hombro. Lyssa estaba de pie al lado de la puerta que separaba el dormitorio de Yeager del patio, con un aspecto tan joven y vulnerable que a Zoe se le encogió el estómago. Detrás de ella estaba Deke, al que Lyssa tenía agarrado por la mano, mirándola con unos ojos fríos.

– ¿Esperar qué? -preguntó de nuevo su hermana.

Zoe respiró hondo y se encogió de hombros. Tras haber pasado la noche despierta en la playa hasta el amanecer, ella y Lyssa habían regresado a casa caminando lentamente, sin decirse ni una palabra. Pero estaba claro que ahora había llegado el momento de las palabras, aunque no tenía ni idea de qué era lo que tenía que decir.

– ¿Cómo te encuentras? -preguntó Lyssa.

Zoe sonrió levemente.

– Aliviada por no haber oído todavía una docena de «ya te lo dije». ¿Puedes creerlo? Nadie, incluido Jerry, me ha llamado en toda la mañana.

– Todos querían que volvieran los peces tanto como tú, Zoe. -Lyssa se quedó en silencio un momento y luego se acercó hasta la mesa llevando a Deke de la mano-. Pero lo que quiero saber es cómo te sientes con respecto a mí.

Zoe se quedó mirando a su hermana, luego miró al mar, hacia aquellas aguas que siempre había considerado que eran su propio foso de protección.

– ¿No estarás intentando decirme otra vez que te vas de la isla? -le preguntó Zoe en un tono de voz algo severo.

Incluso desde donde estaba, Zoe podía sentir la corriente de emociones que fluía entre Deke y su hermana. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Su hermana nunca había tenido un aspecto tan feliz como ahora, y Deke parecía… de alguna manera mucho más joven y mucho menos desconfiado. Una cosa más que dejar en la puerta de Yeager.

– Zoe… -empezó a decir Lyssa.

Zoe cerró los ojos y los apretó con fuerza.

– Me siento aterrada por ti, Lyssa. No puedo evitarlo, así es como me siento.

Lyssa soltó la mano de Deke para ponerla en el hombro de su hermana.

– Lo sé -le dijo Lyssa-. Y lo entiendo. Pero ha llegado el momento de que abandone la isla y empiece a vivir mi vida.

– Parece que últimamente hay mucha gente haciendo lo mismo por aquí.

– ¿Por qué no te has ido con él, Zoe?

Ella meneó la cabeza.

– Estamos hablando de ti, no de mí -dijo Zoe cubriendo la mano de Lyssa con la suya-. ¿Estás segura? ¿Es que no has estado siempre bien aquí?

Lyssa sonrió amablemente.

– Siempre he estado bien aquí. Pero nunca me ha parecido que fuera, como piensas tú, el único lugar en el que podía estar segura.

Deke se había acercado a ella por detrás y ahora pasaba una mano posesiva y cariñosa por el pelo de su hermana.

– Yo la cuidaré -le dijo Deke a Zoe.

Lyssa se volvió hacia él con el ceño fruncido.

– ¿Cuántas veces más te lo tendré que decir? Ya no soy una niña. También puedo cuidarte yo a ti.

Zoe sonrió abriendo las palmas de las manos como si se estuviera rindiendo.

– Creo que los dos podréis cuidar el uno del otro -les dijo Zoe a los dos.

Observando la sensual y encantadora sonrisa de aquel hombre, Zoe pudo darse cuenta enseguida de qué era lo que había visto su hermana en él. La dureza de Deke era el apropiado contrapunto masculino a la dulce serenidad de Lyssa, pero cuando estaba junto a su hermana él tenía una mirada dulce y ella parecía satisfecha y confiada disfrutando de su amor. Ante aquella visión de los dos enamorados, Zoe no pudo por menos de sonreír, aunque se le partiera el corazón al pensar en perder a Lyssa.

Tragó saliva.

– ¿Cuando piensas marcharte? -le preguntó.

Un nuevo brillo apareció en los ojos de Lyssa.

– En cualquier momento después de la boda.

– ¡Una boda! -dijo Zoe saltando de la silla.

Abrazó a Lyssa, dio un beso a Deke en su curtida mejilla y hasta dio un apretón en el brazo a Dolly, quien dejó escapar un agasajador, si bien poco apropiado, chillido.

Dando un paso hacia atrás, Zoe se quedó mirando a la pareja de recién comprometidos. Por duro que resultara ver marcharse a Lyssa, tenía la extraña sensación de que así era como tenía que ser. Recordó el día en que Deke llegó a la isla y lo segura que había estado de haber encontrado las parejas adecuadas para sus dos nuevos huéspedes.

– Maldita sea si esto no me va a cualificar ahora como una casamentera de primera clase.

Lyssa rio.

– ¿A ti? Pero si tú no has tenido nada que ver con esto.

Zoe frunció el entrecejo mirando a su hermana con aire de reprimenda.

– ¿Podrías echarme una mano, ¿no te parece? Ya que vas a marcharte, lo mínimo que podrías hacer es dejarme con una reputación renovada.

Lyssa suspiró.

– Preferiría dejarte con una vida amorosa renovada. Si tú supieras… -dijo Lyssa apoyando la cabeza en el pecho de Deke con expresión soñadora.

Zoe sonrió tristemente.

– Lo sé, Lyssa. Y por eso puedo dejar que te marches con Deke.

Su hermana abrió los ojos de par en par.

– ¡Le quieres! Entonces ¿por qué no vas tras él? -le dijo Lyssa urgiéndola-. Nosotros podemos quedarnos aquí y hacernos cargo de todo durante un tiempo.

– No. -Zoe negó con la cabeza sin dejar de sonreír-. No voy a irme de aquí. Esta isla es mi hogar. Mi refugio.

Lyssa se mordió el labio inferior y luego meneó la cabeza lentamente.

– Si no puedes salir de ella -le dijo en voz baja-, entonces es una prisión.

«Si no puedes salir de ella, entonces es una prisión.»

Aquellas palabras siguieron resonando en la cabeza de Zoe mucho después de que Lyssa y Deke se hubieran marchado del apartamento.

Permaneció sentada en el patio, con la sola compañía de Dolly, observando el movimiento de los barcos en la bahía, los coches de golf que pasaban por las calles de Haven y los paseantes que caminaban por las aceras.