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El chico enrojeció y se acercó más a ella.

– Lo siento, pero a menos que tenga billete de ida y vuelta tendrá que desembarcar ahora.

La intervención del muchacho hizo que se relajara un poco su parálisis.

– Sí, claro, ahora mismo.

Zoe se dio la vuelta y se concentró en sus dedos, intentando que cada uno de ellos relajara la presión con la que estaba aferrado al pasamanos. A continuación ordenó a sus pies que se movieran, tres pasos, luego cuatro, después siete, y al final consiguió recorrer todo el camino que la separaba de la escalera.

Cuando se acercaba a la puerta de salida del barco, empezó a sentir el latido del corazón en sus oídos y notó que le faltaba el aire. Pero, así y todo, siguió avanzando, aferrada fuertemente a la idea de que podía hacerlo, de que tenía que hacerlo. Después de todo, como le había dicho el chico, no tenía billete de ida y vuelta.

Cuando le faltaba un solo paso para cruzar la puerta, Zoe notó que le flaqueaban las rodillas y las palmas de las manos le empezaron a sudar. Se detuvo, consciente de que algunos miembros de la tripulación estaban esperándola dispuestos a ayudarla a bajar del barco. Ya está -pensó con el corazón latiéndole con fuerza dentro del pecho-. Tampoco será peor que arriesgarse con Yeager.

Pero desde algún lugar de su interior le llegó una certeza que hizo que su corazón se relajara y que se aliviara la presión que sentía en el pecho. No estaba volviendo al continente solo por Yeager. Tanto si lo encontraba como si no, tanto si él la amaba como si no, volver allí era algo que se debía a sí misma.

Tomó aliento y, sin agarrarse a la mano que le tendía un tripulante, dio el paso que le faltaba, mirándose los pies mientras estos la llevaban hasta el suelo de un continente que no había pisado en tres años.

No vio lucecitas de colores ni oyó un coro de ángeles cantando. En lugar de eso, alguien que pasaba a su lado murmuró una disculpa al tropezar con ella; la normalidad de aquella escena dio a Zoe el valor que le faltaba. Sin dejar de mirar al suelo, siguió caminando lentamente hacia delante, sintiendo que su corazón se relajaba y su espíritu iba curándose a cada paso que daba en aquel suelo. Sin darse cuenta empezó a sonreír. En aquel momento una mano la agarró por el brazo haciendo que se detuviera, y tiró de ella con fuerza hasta estrecharla contra un pecho fornido y familiar. Sorprendida, Zoe alzó la vista.

– ¡Yeager!

El sol le daba por la espalda haciendo que su perfil pareciera arder, y cuando él agachó la cabeza y le rozó la boca con los labios, aquel fuego la hizo arder también a ella.

Yeager volvió a levantar la cabeza separándose de su boca.

– ¿Zoe? -dijo él, y a continuación la apretó con tanta fuerza contra su cuerpo que a ella volvió a faltarle el aire-. Has salido. Has salido de la isla.

El corazón de Zoe volvío a acelerarse. Notaba un calambre en la nuca, y al apartarse de Yeager vio que este llevaba un billete en la mano. Un billete de color rojo que significaba que iba a tomar el barco hacia Abrigo.

Zoe tragó saliva.

– ¿Ibas a volver? -susurró ella.

Yeager se quitó las gafas de sol y se quedó mirándola con unos ojos negros que apuntaban directamente al corazón.

– Iba a dejar que el destino tomara la decisión -admitió él con una ligera sonrisa en los labios-. No sabía qué hacer. Me dije a mí mismo que si llegaba a alcanzar el barco de regreso entonces significaba que tenía que volver. Y si no… -Se encogió de hombros.

Zoe frunció el entrecejo.

– Pero no volviste en el barco de regreso.

La sonrisa de él se hizo más ancha, pero esta vez no era su característica sonrisa seductora, sino una mueca llena de ternura y de algo más que ella no supo definir.

– Como no me gustó la respuesta del destino -dijo él deslizando sus nudillos por debajo de la barbilla de ella-, decidí tomar yo los mandos.

Zoe volvió a fruncir el entrecejo.

– Decidí esperar a que llegara el siguiente barco. -Yeager dejó de sonreír y luego tomó el rostro de Zoe entre sus manos-. Tenía que volver. Me había dejado algo allí.

Zoe sintió las manos frías de Yeager rodeando sus mejillas ardientes y apenas si pudo oír lo que él le decía por encima del zumbido que sentía en los oídos.

– ¿Te habías olvidado algo? -murmuró ella.

– Mi corazón -contestó él asintiendo con la cabeza-. Sé que suena bastante trillado, Zoe, pero me había olvidado el corazón en la isla, y también unas cuantas cosas más.

– ¿Olvidado? -dijo ella haciéndose eco de sus palabras.

– Decirte que te quiero. Y preguntarte si quieres casarte conmigo.

El zumbido que Zoe sentía en los oídos se transformó en un repique de campanas, más fuerte y alegre que el que solía oír en la isla.

– ¿Quieres casarte conmigo?

¿Apolo iba a subirla a ella, Zoe Cash, en su carro dorado? ¿Para toda la vida?

Yeager rio.

– Si eres capaz de olvidar todas las cosas malas que conoces de mí y decirme que sí.

Zoe no sabía si reír o llorar o chillar o llamar a todos los habitantes de Abrigo para darles la noticia. ¡Se iba a casar! ¡Se iba a casar con Yeager!

Pero una extraña expresión cruzó la cara de Yeager mientras daba un paso hacia atrás.

– ¿Zoe? -dijo él con un tono de duda en la voz.

Ella parpadeó y pudo leer una mueca de preocupación en su rostro. Se le hizo un nudo en la garganta y sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas. Amaba aún más, si cabía, a su grande, confiado y dorado dios, porque parecía no estar seguro de que ella lo amara.

Cuando una mujer se casa con un hombre como aquel nunca sabe cómo lo ha conseguido.

Pero ella le hizo salir de dudas metiéndole las manos entre su dorado y brillante cabello y haciendo que bajara la cabeza para tomar su boca.

– La respuesta es sí.

La fría arena de Abrigo crujía bajo los pies desnudos de Yeager. Caminaba por el rompiente de las olas con Zoe a su lado, acurrucada bajo su brazo.

Yeager alzó la cabeza sonriendo para mirar la luna. Estaba contento de haber convencido a Zoe para que regresaran a la isla enseguida. Cuando al día siguiente viera el lanzamiento del Millennium en televisión, sabría que quería estar allí, en el lugar donde había empezado su nueva vida.

Ella siguió la mirada de él, con su rostro de hada alzándose para atrapar la luz de la luna.

– Puede que… -empezó a decir Zoe.

– No -la interrumpió Yeager colocándola delante de él y rodeándola con los brazos por la cintura-. Yo quería regresar aquí y empezar a hacer planes para el futuro de inmediato.

Ella se apoyó en su hombro.

– Unos planes que hasta ahora habías tenido muy callados.

Él frotó su barbilla contra la cabeza de ella y aquel olor especial de Zoe lo llenó de satisfacción.

– Como si me hubieras dejado mucho tiempo para hablar de eso, señorita Siempre Estoy Ocupada.

– Ahora ya casi señora Siempre Estoy Ocupada.

Él rio dulcemente.

– Me gusta cómo suena. ¿Y qué te parece a ti cómo suena esto otro? -Yeager respiró lenta y cautelosamente-: ¿Y si… y si le compráramos la casa a Deke? Puedes seguir con Haven House, pero me gusta la idea de que mi esposa y yo tengamos un poco más de intimidad… y también el resto de la familia, cuando la tengamos.

Ella se quedó inmóvil entre sus brazos.

– Oh, Yeager -dijo Zoe, y en su voz se mezclaron las lágrimas y la alegría-. Pero ¿qué hay de ti? Yo estoy dispuesta a ir…

– Yo no -la interrumpió él-. Estoy ya harto de ir y venir en ese barco y, además, estoy seguro de que habrá un montón de gente que piense lo mismo que yo. De hecho estoy pensando en abrir un negocio, una compañía de aviación en la isla. Puede que si el acceso a la isla es un poco más fácil podamos mantener este lugar vivo sin la necesidad de los gobios.

Zoe se dio la vuelta en sus brazos y, demonios, lo que Yeager vio en su rostro casi estuvo a punto de hacer que se pusiera a llorar. Ella estaba sonriendo a través de un pequeño reguero de lágrimas que le mojaba las mejillas.