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¿O sí?

La ternura era una cualidad desconocida para ella. Quizá porque no dejaba que nadie se acercara demasiado. Nunca.

– No tiene que lamentarlo. No es culpa suya.

– No, pero…

– Tengo que irme a dormir -lo interrumpió Tammy. Necesitaba estar sola. Desesperadamente. Si no se iba, podría caer en sus brazos y no moverse nunca de allí. La tentación era casi irresistible.

Pero absurda. Su hermana se había casado con un hombre como él y ¿qué pasó? Que había muerto.

Ese pensamiento le hizo dar un paso atrás.

– Márchese.

– ¿Estás bien?

– Sí, pero márchese. Y Marc… Alteza… no sé cómo llamarlo.

– Marc -contestó él.

– Marc, no vuelvas a besarme.

– ¿Por qué no?

– Porque no quiero.

– ¿Estás segura?

Menudo arrogante. Era un príncipe, claro. Realeza. Y ella, una arboricultora que iba descalza.

– Completamente -contestó por fin, acercándose a la puerta-. Y ahora, o te vas o tendré que llamar a mis amigos, los de seguridad.62

– Me voy, me voy.

– Bien.

– Buenas noches.

Marc pasó a su lado, pero antes de irse acarició su cara.

– Siento haber sido yo quien te diera la noticia. Que duermas bien, Tammy Dexter. Mañana empieza nuestro futuro.

Entonces acarició sus labios con un dedo… un beso que no era un beso.

Y luego se marchó.

¿Qué había dicho? «Mañana empieza nuestro futuro».

Su futuro.

Hasta aquel día su futuro estaba cuidadosamente planeado, pero ahora… se iba de Australia para vivir en un país que no conocía, lleno de castillos y princesas

El príncipe Marc de Broitenburg le ofrecía un futuro que no podría controlar.

– Ten cuidado, Tammy -murmuró, cerrando la puerta-. Ten mucho cuidado.

Quizá no debería ir. Quizá no tenía elección. Y quizá se alegraba de ello.

El recuerdo de aquel beso había cambiado algo más que el futuro. Había destrozado la confianza que tenía en su autocontrol.

¿Debería pedir ayuda?

Los dos días siguientes fueron de locos. Afortunadamente, tenía el pasaporte en regla y conseguir el visado no fue un problema

– Charles tiene que servir de algo, además de para gastarse el dinero de los contribuyentes.

El jefe de Tammy se enteró de inmediato. Y su respuesta fue:

– Puedes volver aquí cuando quieras. Yo cuidaré del niño si así consigo que vuelvas a trabajar para mí.

Eso la reconfortó. Llevaba tres años trabajando para Doug y eran como una familia. La idea de que el equipo la echase de menos, que alguien la echase de menos… era inexplicablemente consoladora.

Nadie más la echaría de menos. Nadie se daría cuenta de que se había ido de Australia.

Pero tenía que llamar a su madre.

– ¿Por qué iba a decirte que Lara había muerto? -replicó Isobelle cuando Tammy le pidió explicaciones-. Nunca te has preocupado de ella.

«Qué sabrás tú», pensó Tammy, pero se mordió la lengua.

– Voy a llevarme a Henry a Broitenburg.

Al otro lado del hilo hubo un silencio.

– ¿Con el príncipe regente… cómo se llama?

– Marc.

– Vaya, vaya -replicó su madre, irónica. Y ella se preguntó por enésima vez por qué Isobelle la odiaba tanto-. No lo conseguirás.

– ¿Perdona?

– Es un buen partido, pero no se casará contigo.

– No sé de qué estás hablando.

Pero lo sabía. Lo sabía perfectamente. Para su madre, los hombres siempre habían sido un medio para llegar a un fin.

– No eres suficientemente guapa.

– Yo no…

– He oído hablar de tu precioso príncipe Marc. Es un mujeriego y, además, es riquísimo. ¿Crees que alguien como él miraría dos veces a una chica como tú?

Muy bien. Ya estaba harta. Había llamado para pedirle explicaciones, pero no pensaba decirle una palabra más. De modo que colgó el teléfono.

Tenía otras cosas de qué preocuparse.

Ropa, por ejemplo. Tenía vaqueros, camisetas, cazadoras… no precisamente un vestuario como para vivir en un palacio.

– Puedo enviar a alguien a tu casa para que embale tus cosas. Las enviaremos a Broitenburg en un container -dijo Marc la última tarde.

– ¿Un container?

– Si piensas quedarte en Broitenburg…

– Mi «casa» es un estudio de alquiler y los muebles no son míos. Pero no te preocupes, en Broitenburg compraré unos vaqueros nuevos. Si hay pantalones vaqueros en tu país, claro.

– Sí, pero…

Marc había arrugado el ceño, pero Tammy estaba meciendo a Henry y no se dio cuenta.

– ¿Pero qué?

– En el palacio hay cenas formales, cenas de galas y cosas así.

– Tú tienes cenas de gala -lo corrigió ella-. Yo no. Nunca he estado en una cena de gala. Me contento con un microondas.

– Quiero que seas parte de la familia real, no una criada.

– Pues yo no quiero ser parte de la familia real, muchas gracias.

– Henry será educado como heredero.

– ¿Sabes una cosa? Creo que, ahora mismo, Henry no está interesado en cenas de gala.

– Mira, Tammy, tenemos que dejar algo claro -empezó a decir Marc-. Vas a Broitenburg como miembro de la familia. Y como tal tendrás que soportar ciertas formalidades.

– ¿Quieres decir que debo comprarme zapatos? Muy bien, me compraré unas zapatillas de deporte.

– Ah, estupendo -suspiró Marc.

– Gracias, Alteza.

– No funcionará.

– ¿Qué quieres, que me compre una tiara antes de ir a Broitenburg?

– Una tiara no, pero algo un poco más formal…

– No -contestó Tammy-. La princesa de Broitenburg fue Lara, no yo.

Al final, Charles los llevó al aeropuerto con una enorme maleta de cuero en la que estaban las cosas de Marc, otra con las cosas de Henry… y una vieja mochila que contenía todas las posesiones de Tammy Dexter

Capítulo 6

TODO le parecía raro.

Para empezar, iban en primera clase, cuando Tammy sólo había viajado en turista.

Delante de sus asientos había un moisés para cuando Henry tuviera sueño y las azafatas estaban pendientes de él.

Pero desde que entró en el avión, Tammy se sentía como si estuviera en la película equivocada.

– ¿Puedo ir a sentarme en turista? No me parece que esté volando a menos que me dé con las rodillas en la frente.

– Ponte las rodillas en la frente si quieres -sonrió Marc-. Pero quédate aquí. Si me dejas solo con Henry me darán espasmos.

Ella soltó una risita. El pobre miraba al niño como si fuera a morderlo.

– Los niños no son lo tuyo, ¿eh?

– No.

Su madre le había dicho que era un mujeriego, pero no se lo parecía. Allí, en un avión, con veinticuatro horas de vuelo por delante, era el momento de hacer preguntas. Después de todo, ¿qué podría hacer Marc si se sentía ofendido? ¿Echarla del avión?

De modo que podía permitirse el lujo de hacer un par de preguntas impertinentes.

– ¿Estás casado?

– No.

– ¿Tienes pareja?

Él levantó una ceja, incómodo.

– Tengo… novia.

– Ah, ya veo.

Tenía novia. Entonces, ¿por qué la había besado? A lo mejor su madre tenía razón y era un mujeriego.

– ¿Y tú? -le preguntó Marc-. El detective me ha dicho que no tienes novio.

– Esto no es justo. Yo tengo que creer lo que me digas, pero tú me has investigado.

– No tendrás que contratar a un detective, tranquila. Cualquier revista europea te dirá todo lo que quieras saber sobre mí… Por cierto, si has estado en Europa deberías haber leído algo sobre Lara. Salía continuamente en las revistas… las fotos de la boda salieron en todas las portadas.

– Estaba en Australia cuando se casó -suspiró Tammy-. Subida a un árbol.

– ¿Tu lugar favorito?

– Sí.

– ¿Y eso?

– Porque la gente me hace daño -contestó ella, con toda sinceridad-. Atarte a alguien hace daño. Lo intenté con Lara y mira lo que pasó.