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Y si eso significaba dejarlo…

Marc estaba esperando. ¿Qué le había dicho, que lo sentía? Pues no era así.

– En realidad, no lo siento -se corrigió a sí misma-. No lo siento. Dormir pocas horas es algo muy normal cuando uno cuida de un niño. Esta noche me toca a mí.

– Llévatelo ahora -sonrió Marc-. Yo lo he cuidado toda la noche, ahora te toca a ti.

Tammy negó con la cabeza.

– No.

– ¿Cómo que no?

– Cada turno dura veinticuatro horas. Tú cuidas de Henry durante veinticuatro horas y yo haré lo mismo.

– Pero…

– ¿Pero qué?

Marc se pasó una mano por el pelo.

– Le diré a la señora Burchett que se encargue de él.

– Claro, al fin y al cabo eres un príncipe -replicó Tammy, irónica-. Los criados se responsabilizarán de todo, ¿no?

– Henry no es mi responsabilidad, Tammy.

– ¿Y de quién es entonces?

– Tuya.

– No. Yo he venido a Broitenburg para asegurarme que está bien cuidado, pero no soy su niñera. Así que toma tu desayuno, mi trabajo aquí ya está hecho.

– ¿Qué quieres decir? ¿Cómo que ya has hecho tu trabajo?

– Deja a Henry con la señora Burchett si te parece. Pero debes saber que el niño quiere estar contigo.

– Tammy…

– Me voy a curar algún árbol. Ése es mi trabajo -lo interrumpió ella-. Tú tienes tu trabajo y yo tengo el mío. Por cierto, ése parece un interesante sistema de riego -añadió, señalando el ordenador-. Puede que no se me dé bien la geografía, pero el agua parece estar subiendo por la montaña. ¡Menudo ingeniero!

Y antes de que Marc pudiera decir nada, Tammy salió de la habitación, dejándolo perplejo.

Marc tomó el té y las tostadas mientras observaba a Tammy por la ventana adentrándose en el bosque. Llevaba en la mano lo que desde arriba parecía una sierra eléctrica. Era una máquina demasiado grande para una chica tan delgada, pensó. Entonces se imaginó a Ingrid con una sierra eléctrica y le dio la risa. La imagen era inverosímil.

Tammy caminaba contenta, feliz. No parecía alguien que acaba de abandonar a un niño. De verdad parecía decidida a no volver a pensar en Henry.

Él no estaba acostumbrado a que las mujeres lo trataran así. Mujeres con sierras eléctricas, además. Mujeres que lo dejaban solo con niños de diez meses.

Mujeres que le hacían sonreír.

No estaba acostumbrado a mujeres como Tammy.

A lo mejor no había mujeres como Tammy…

Quizá podría bajar para ver qué estaba haciendo. No, él se iba a casa.

¿O no?

A su lado, Henry dormía como un bendito. Y era lógico. Por primera vez en su vida era tratado con amor… Cuando Marc tocó la manita del niño se le hizo un nudo en la garganta.

Pero tenía que marcharse, tenía que volver a su casa.

Podría llamar a la señora Burchett. Henry estaría de maravilla con Madge.

Pero Henry no era familia de Madge, era su familia. Y el niño parecía feliz estando con él.

¡Pero Marc no quería eso!

¿Qué quería? A Tammy.

Aquello era una locura.

Debería meterse en la cama, se dijo. Sólo había dormido dos horas y no había razón para levantarse tan temprano.

Pero Tammy estaba en el bosque, jugando con una sierra eléctrica…

No pensaba acercarse a ella. Se iría a casa.

Pero cuando miró la manita de Henry rozando la suya supo que no iba a hacerlo; no podía hacerlo. Y tampoco iba a bajar para hablar con Tammy. Era un hombre y tenía su orgullo. Y si ella pensaba…

Ella no pensaba nada, no quería saber nada de él, no se vestía para agradarlo, nunca se maquillaba…

¿Se habría dado cuenta de que era un hombre?

Claro que se había dado cuenta. Si no fuera así, no le habría devuelto el beso como lo hizo. Y el recuerdo de ese beso lo hacía desear ponerse la almohada sobre la cabeza. Él no había sentido eso jamás.

Cuidaría de Henry, le daría de comer y después hablaría con Tammy. Tenían que llegar a un acuerdo de una vez por todas. Debía aceptar que su trabajo consistía en cuidar del niño de forma permanente.

Y él tenía que salir de allí antes de que se volviera loco.

El día le estaba pareciendo largísimo. Más de una vez Marc miró por la ventana para ver si veía aparecer a Tammy, pero no la vio. Y más de una vez miró el timbre para llamar a la señora Burchett, pero tampoco lo hizo. Quizá porque le gustaban las risas de Henry o quizá porque tenía miedo al desprecio de Tammy si volvía y encontraba a Henry con la gobernanta.

Pero no era sólo ella, reconoció. No quería que Henry sufriera. El niño se le había metido en el corazón y no sabía qué hacer con ese sentimiento.

Cuidaría de Henry durante el día, pero por la noche se lo daría a Tammy y escaparía de allí. De inmediato. Si a él le resultaba difícil dejar al niño con lo criados, a ella le resultaría imposible.

De modo que se quedaría hasta la hora de la cena y después… adiós.

Era un día interminable.

Tammy no volvió a palacio para comer. Según la señora Burchett, se había llevado con ella unos bocadillos. Y el deseo de bajar con Henry al jardín para ver lo que estaba haciendo era abrumador

Al niño le encantaba el jardín y, asombrado, Marc se descubrió a sí mismo hablando con él, como si pudiera entenderlo.

– Esto es lo que heredarás algún día. Será tu alegría y tu responsabilidad.

Y había alegría en el palacio. A él siempre le había parecido opresivo, pero en aquel momento era diferente. El lago, los jardines, el estanque, las flores, todo le parecía diferente. Seguramente lo estaba mirando con los ojos de Tammy.

Tammy haría maravillas con aquel sitio.

– Tu tía está allí… -dijo, señalando con la mano.

Pero se detuvo, no siguió adelante. En lugar de ir a verla, Marc volvió a palacio. Un par de cuentos, una buena cena y Henry se quedó dormido como un angelito.

Por fin. Quizá entonces podría marcharse.

Eran las cinco de la tarde y el niño estaba dormido. El turno de Tammy empezaba esa noche y sería un milagro que Henry despertara antes de las ocho. La señora Burchett se encargaría de él si ocurriera algo, de modo que podía marcharse…

Pero su ordenador seguía encendido y le resultó más fácil sentarse frente a la pantalla para hacer un plan de irrigación… con tuberías que no subieran por la montaña, y echar un vistazo a Henry de vez en cuando. Después de todo, si despertaba y se veía solo…

O podía mirarlo y pensar en Tammy.

– La cena estará lista dentro de diez minutos, señor -le avisó Dominic-. La señorita Dexter está esperando en el salón y he encendido la chimenea.

Sonaba de maravilla. Además, marcharse en aquel momento sería una grosería. ¿No?

Tammy iba en vaqueros.

Marc iba vestido como solía vestir para cenar en palacio: con traje y corbata. Y, al verla, se sorprendió. Los vaqueros estaban limpios, naturalmente, pero le resultaba extraño.

– No soy una princesa -dijo ella, levantando la barbilla.

¿Cómo sabía lo que estaba pensando?

– No sé de qué hablas -replicó Marc.

– Yo creo que sí -contestó Tammy-. No te has vuelto a dormir, ¿eh?

– No.

– Hay que dormir para poder cuidar de un niño.

– Mira, Tammy…

– ¿Cenamos?

– ¡No! Este plan tuyo es absurdo.

– ¿Qué es absurdo? Es el único plan posible en nuestras circunstancias.

– Tú viniste aquí para cuidar de tu sobrino.

– Ya te he dicho para lo que vine: para comprobar que estaba bien cuidado… y para saber si alguien lo quería. Tú lo quieres.

– No lo quiero.

– ¿Ah, no? -sonrió ella-. A lo mejor no… todavía. Pero te he visto con él, Marc. Y puede que no haya estado en palacio en todo el día, pero tengo espías.