– No has podido dejar a Henry solo ni siquiera cuando estaba dormido. -Yo no…
– ¿No lo quieres? Eso dices, pero no me lo creo -lo interrumpió Tammy-. Henry no es una mujer a la que puedas abandonar, Marc. No has querido a nadie desde que murió tu madre, pero Henry te curará de eso.
Marc se quedó boquiabierto. -¿Cuándo te vas a meter en la cabeza que no quiero curarme de nada?
– ¿No quieres que te quieran? -¡No!
– ¿Y no crees que quieres a Henry? -¡No!
– Mentiroso. Yo cuidé de mi hermana cuando era pequeña y luego me rompió el corazón. Si me dejas a cargo de Henry podría pasarme lo mismo… pero no voy a dejarte. Necesito ayuda y tú vas a ayudarme.
Marc la fulminó con la mirada. -Tienes miedo.
– Sí -asintió ella-. Tengo miedo, pero al menos lo reconozco.
– Y me extorsionas.
– Nadie te extorsiona más que tu propio corazón. Podrías haber dejado a Henry con la señora Burchett. ¿Por qué no lo has hecho? -Por tu culpa -contestó Marc. -¿Por mi culpa?
– Eres la mujer más irritante que he conocido en mi vida. La más grosera, la que peor viste…
– ¡Oye!
– ¿Qué?
– No visto tan mal. Visto como lo hago en mí casa… que no es ésta.
– Sí lo es.
– No.
– ¿Crees que porque tienes acento australiano, vas en vaqueros y usas una sierra eléctrica…?
– ¿No puedo ser parte de esta familia? Claro que no.
– Pues te equivocas.
– Si quieres una princesa, llama a Ingrid. Ella está deseando…
– ¡No me interesa Ingrid! -exclamó Marc, tomándola por los hombros.
Al otro lado de la puerta estaba Dominic, con la bandeja de la cena. Él era un mayordomo profesional, de modo que no quería poner la oreja en la puerta, pero tenía que esperar una pausa en la conversación… y su oreja estaba peligrosamente cerca.
Tammy fulminó a Marc con la mirada. No había nada más que decir. Llevaban días dándole vueltas a la misma conversación.
Se miraban a los ojos como dos púgiles, sin querer dar un paso atrás. Él seguía sujetando sus hombros y Tammy no se apartó.
Pero la línea entre la rabia y el deseo empezó a hacerse brumosa. Después de todo, Marc era humano…
Y, de nuevo, la estrechó entre sus brazos.
Capítulo 10
LA LÍNEA entre el amor y el odio también era muy difusa. Si le hubieran preguntado aquella mañana qué sentía por Tammy, se habría reído, pero…
Estaba tan fuera de control que no sabía lo que hacía y cuando la apretó contra sí, cuando buscó su boca, estaba furioso, cegado de rabia. Era rabia.
Por supuesto que lo era. Quería castigarla. Quería hacerla ver lo imposible que era. Cómo lo volvía loco, cómo su cuerpo la reclamaba de una forma desconocida. Cuando sonreía, se le hacía un nudo dentro. Su olor, su proximidad… era como una encantadora criatura a la que no podía llegar. Y tan deseable.
¿Por qué no se apartaba? Debería darle una patada y salir corriendo.
Quizá debería marcharse de Broitenburg. No había sitio allí para ella. Tammy era de otro mundo. Su primo debía quedarse en el palacio con los criados y él en su chateau…
No. Nada estaba como debía estar. Nada ocurría como debiera. Su mundo estaba patas arriba y sólo podía pensar en Tammy, en su calor, en su pelo, en cómo sus pechos se apretaban contra su torso, en cómo la deseaba.
¡La deseaba!
Aquella mujer estaba destrozando su vida. Era tan encantadora. Su boca se plegaba ante el ataque de sus labios y se agarraba a él…
¿Cómo podía responder? ¿Cómo podía sentir lo que él sentía? Allí estaba aquello de lo que siempre había querido escapar. Era su mujer, su otra mitad. Nunca había sabido que estaba incompleto y, sin embargo, se sentía como si le hubieran arrancado algo.
No podía apartarse. Sólo podía abrazarla, besarla.
Tammy…
¿Y Tammy?
Como Marc, parecía incapaz de parar. ¿Cómo iba a hacerlo? Nunca había pensado que algo podría ser tan dulce y tan excitante a la vez.
Marc no era el hombre de su vida, desde luego. Su sentido común se lo decía a gritos. Pero en aquel momento no quería saber nada del sentido común. No podía comparar lo que sentía en aquel momento con nada que hubiera sentido antes. Era como si fuera otra persona.
Era como… como una consumación.
Eso era. Una consumación. Fueran más lejos o no, era como si hubiera esperado a aquel hombre toda su vida.
Pero Marc era un mujeriego. Eso era lo que su madre le había llamado. Y la señora Burchett estaba de acuerdo
Se iría al día siguiente, decidió Tammy. Al día siguiente empezaba su yermo y solitario futuro.
Pero aquella noche era suya. Para sentirlo, para desearlo, para besarlo, para amarlo.
De modo que sus labios le dieron la bienvenida y sintió que se incendiaba.
Marc…
– ¿Marc?
Había pronunciado su nombre sin darse cuenta y él se apartó para mirarla a los ojos. Tammy no estaba jugando. Las mujeres como Ingrid jugaban con los hombres, pero ella no. Seguramente no sabría cómo hacerlo.
En sus ojos vio algo que no había visto antes.
Estaba mirándolo con una ternura increíble, con…
Y entonces lo supo. Si la tomaba en brazos y la subía a su habitación, se entregaría a él con toda su alma.
Lo miraba como esperando… ¿un compromiso?
No. Esperando lo que él quisiera darle, porque el compromiso ya estaba allí. Podía leerlo en sus ojos.
Lo único que tenía que hacer era estrecharla en sus brazos y sería suya… durante el tiempo que quisiera.
Pero ¿cómo podía hacerla suya y olvidarla después? Si la tomaba ahora, la tomaría para siempre. Y no podía hacer eso.
El no sabía amar.
O quizá sí.
Pero no tenía derecho a aceptar el amor de Tammy. Era un hombre con defectos. Toda su familia era un defecto. El palacio, su título… todo era una pecera. Llevar a una mujer a ese mundo, una mujer tan inocente además, obligarla a quedarse…
Y ella se ofrecía a sí misma, le ofrecía la devoción que su madre le dio a su padre.
Una devoción que su padre destruyó.
– No puedo.
– ¿No puedes?
– No puedo hacer esto, Tammy. No soy… yo no…
¿Qué estaba diciendo?
– Marc, no te estoy pidiendo…
– No me estás pidiendo nada -la interrumpió él-. Tú das y das y das. Pero no yo no quiero tomarlo. No pienso destruirte.
– No sé a qué te refieres.
– Eres maravillosa, Tammy -suspiró Marc-. Eres la mujer más bella que he visto en mi vida. Eres una delicia de persona y no quiero hacerte daño.
– ¿Qué quieres decir?
– El principado, la corte, las obligaciones…
– Ya estoy metida hasta las cejas -lo interrumpió Tammy.
– Pero tú… si yo quisiera…
– Soy mayorcita, Alteza, y sé lo que quiero. Y te quiero a ti -dijo ella entonces.
¿Cómo iba a responder a eso? Sólo había una forma, le decía su cuerpo. Subir con ella a la habitación y… ¡No! No podía hacer eso. No estaba en sus cabales.
– Tengo que… tengo que irme.
– ¿Mañana?
– No, ahora. Lo siento, Tammy. Tengo que irme.
– Pero…
– Lo siento mucho -insistió él, abriendo la puerta de un tirón. Al otro lado estaba el mayordomo, escuchando evidentemente, pero Marc no se dio cuenta-. Sirve la cena a la señorita Dexter. Hoy no ceno aquí, Dominic. Y cuida de Tammy por mí, ¿de acuerdo?
Sin decir otra palabra, Marc subió las escaleras de dos en dos.
¿Cómo iba a comer después de eso?
Tammy se sentía ridícula en aquella mesa enorme, sola. Dominic la servía en silencio, mirándola con cierta preocupación.
Después del postre, oyeron el ruido de! coche desapareciendo por el camino.