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Tammy se puso tan pálida que Dominic tocó su brazo.

– Gracias -murmuró ella-. Lo siento… no he comido mucho porque no tengo hambre. Pero dígale a la cocinera que la cena estaba deliciosa.

– Entiendo, señorita.

– ¿Cree que volverá? -preguntó Tammy.

– Tendrá que animarlo un poco…

– No le entiendo.

– Se ha ido porque está asustado.

– ¿De mí?

– ¿Qué cree que pasaría si el príncipe Henry volviera a Australia?

– Marc me dijo que la monarquía podría estar en peligro…

– Eso no es cierto del todo. La corona pasaría al príncipe regente.

– Pero él me dijo que si Henry no la heredaba, la dinastía moriría.

– Sólo si el príncipe Marc se niega a aceptar la corona. Él odia a su familia y todo lo que representa, pero…

El mayordomo dejó escapar un suspiro. Seguramente no debería contarle aquello, pero todos estaban encariñados con aquella chica australiana que cuidaba tan bien del pequeño Henry. Y la situación era desesperada.

– El padre de Marc tuvo una aventura con la mujer de su tío… y las consecuencias fueron desastrosas. Su madre se suicidó.

– Dios mío…

– Luego esa chica de la que Marc estuvo enamorado… necesitaba el consentimiento de su tío para casarse, de modo que la trajo aquí. Franz, su primo mayor, se encaprichó de ella y… la joven decidió que ser princesa era más emocionante.

– Oh, no.

– Así fue, señorita Dexter. Pero aún hay más. Franz no deseaba casarse con ella y cuando quedó embarazada la abandonó. Murió de una sobredosis de droga y aún no se sabe si fue un suicidio o un accidente.

– Yo no sabía…

– La familia se convirtió en un veneno para el príncipe Marc. Y cuando Franz y Jean Paul murieron, él se vio obligado a aceptar la corona. La única forma de escapar era traer de vuelta al príncipe Henry.

– De modo que me mintió.

– En realidad, no. Si el príncipe Marc no aceptase la corona, nadie podría heredarla.

– Pero si me llevo a Henry a casa…

– ¿A Australia? Si lo hiciera, lo obligaría a aceptar. Siempre ha dicho que no aceptaría, pero es un hombre responsable y quiere mucho a su país. Lo que odia es este palacio.

– No es el palacio, es la gente que vivía en él -suspiró Tammy-. Y esa gente ha muerto.

– Sí, señorita, ¿pero cómo va a hacerle entender eso?

– Usted lo quiere, ¿verdad?

– Mucho, señorita Dexter. Siempre he trabajado para su familia. El príncipe Marc me trajo aquí cuando Jean Paul murió. Yo jugaba con él de pequeño, lloré con él la muerte de su madre y fui yo quien tuvo que decirle que su ex prometida había muerto… No quiero verlo sufrir de nuevo.

– Entiendo, pero…

– Creo que está enamorado de usted -la interrumpió Dominic-. Por eso le habló de esta forma.

– ¿Enamorado de mí? -repitió Tammy, atónita.

– Sí, señorita.

– Pero si apenas me conoce.

– La conoce. La conocemos todos. No era posible. ¿Marc enamorado de ella? -¿Por qué cree que se ha ido? -preguntó Dominic.

Tammy lo pensó, pero lo único que veía era que debía marcharse… a Australia.

– No puedo quedarme aquí.

– Usted también lo quiere.

– No. Sí. ¡No lo sé! No sé qué hacer. Estamos esperando un milagro y…

– ¿Y?

Ella dejó escapar un suspiro.

– Y creo que sólo usted puede ayudarme -dijo finalmente.

Aquella noche no durmió bien. Después de jugar hasta las tantas con Henry, el niño se quedó dormido, pero ella no podía pegar ojo. Estuvo paseando por la habitación, pensando, dándole vueltas al asunto…

¿Qué podía hacer?

¿Marcharse, llevarse a Henry? ¿Quedarse con Marc? ¿Verlo todos los días? ¿Esperar que Dominic tuviera razón?

Pero no podía ser. ¿Cómo iba a amarla un hombre como Marc?

Tammy no pudo pegar ojo en toda la noche.

Al día siguiente, trabajó un poco en los jardines mientras Henry dormía la siesta, pero durante el resto del día jugó con él, habló con él e intentó no pensar en Marc.

En su amor.

Lo amaba. Lo veía con una claridad que la dejaba sorprendida. Se había enamorado de su sobrino y luego se enamoró de Marc.

La situación era absurda. De ella dependía que Marc fuera el príncipe regente de Broitenburg o que lo tirase todo por la borda.

Si volvía a Australia, Marc tendría que ser el príncipe, quisiera o no. Un príncipe solitario en aquel enorme palacio. Un hombre solo con sus sombras.

Y también podía quedarse allí, mirándolo, deseándolo, soñando con él… con un hombre que no podría ser suyo.

Y se volvería loca.

Pero había una alternativa. Y Tammy sabía que era la decisión más importante de su vida.

Eran las siete. Marc estaba frente a su escritorio en el cháteau de Renouys. Era una habitación magnífica, dentro de una casa magnífica. Su casa.

No el palacio. El palacio de Broitenburg era la casa de Henry. Y la de Tammy. No era sitio para él. El ya había cumplido con su país llevando a Henry de vuelta a Broitenburg.

Sin embargo, ¿por qué su casa, que siempre le había gustado tanto, le parecía fría y solitaria?

Debería llamar a sus amigos. No a Ingrid. Otros amigos. Él tenía un estupendo círculo de amigos. Podría ir al teatro, cenar en el nuevo restaurante del que hablaba todo el mundo…

Pero no le apetecía nada. Tenía trabajo, además. Encendió el ordenador y un diseño apareció en pantalla. Era el «diseño» que había hecho Henry. Marc sonrió. Le gustaba mucho jugar con su primo.

Y seguiría jugando con él, pero cuando quisiera, no cuando Tammy lo ordenase. Entonces miró su reloj: las siete. ¡Ja! Según Tammy, él debería encargarse de Henry a partir de aquel momento.

Ridículo.

Tenía que trabajar, se dijo. Pero entonces oyó el ruido de un coche. No sería nada, pensó, algún envío, algún recado. El cháteau era una granja y siempre había gente yendo y viniendo.

Pero entonces oyó voces… la de André, el capataz de la granja.

– Por ahí, señorita. La primera puerta a la izquierda.

Marc se quedó helado.

Tammy.

Tenía que hacerlo. Tenía que decirle lo que había ido a decir y luego se marcharía. Y no quería tener a Henry en brazos más tiempo del necesario para no ponerse a llorar.

No podía creer que fuese capaz de hacerlo, que hubiera tomado aquella terrible decisión.

Pero era lo mejor. Aquél no era su sitio. Era el sitio de Henry y de Marc.

– Tammy.

Marc estaba en el pasillo cuando Tammy entró en la casa.138

Iba en vaqueros, como siempre. Y estaba tan guapa como siempre.

– Es la hora -dijo ella, poniendo al niño en sus brazos. Henry, que parecía encantado de verlo, empezó a tirarle del pelo. Pero Marc sólo podía mirarla a ella.

– ¿Qué estás haciendo?

Tammy acababa de dejar en el suelo una bolsa con las cosas del niño y en su mirada había un dolor que no podía disimular.

– Ya te dije que yo no era una niñera. Mi misión era comprobar que alguien cuidaría a Henry con cariño y ahora sé que lo harás.

– Pero…

– Henry te quiere tanto como a mí.

– Pero yo no…

– ¿No lo quieres? Claro que lo quieres -suspiró Tammy-. Eres capaz de amar, Marc, pero te da miedo reconocerlo. Yo puedo soportarlo, pero Henry no. El niño te necesita y tú lo necesitas a él. Seas príncipe regente o no…

– ¿Porqué dices…?

– Has salido corriendo, Marc. Yo también lo he hecho muchas veces, pero ha pasado algo… Lo que hay entre tú y yo me ha hecho ver que el mundo es lo que hagamos de él. Y me temo que me he enamorado de ti, Marc.

– ¿Qué?

– No, no debería haber dicho eso. No es justo decírtelo. Además, no espero nada de ti. He vivido muchos años sin amor y no me pasará nada por seguir así. Y a ti tampoco. Pero el importante es Henry. Es un niño especial y necesita un papá. Te necesita, Marc.