– ¿Te vas? -preguntó él, intentando disimular la angustia que sentía-. ¿Lo dejas aquí hasta mañana?
– Lo dejo aquí… hasta que me necesite -contestó Tammy.
Después se dio la vuelta y bajó los escalones corriendo.
Antes de que Marc pudiera ver sus lágrimas.
Unas lágrimas de despedida.
¿Qué había dicho?
«Me temo que me he enamorado de ti».
Marc pensó que había oído mal. ¿Cómo podía amarlo? Si apenas se conocían.
¿No sabía que podría destruirla? Su familia contaminaba todo lo que tocaba.
¿Amaba él a Tammy?
No, él no amaba a nadie.
Pero tenía a Henry en brazos y lo que sentía por el niño hacía que tuviera que replantearse muchas cosas.
¿Replantearse el amor? Imposible.
Mientras le daba la cena a Henry, intentó no pensar en la mirada dolorida de Tammy. ¿Cómo podían traer y llevar al niño de una casa a otra cada veinticuatro horas? Era absurdo.
Quizá ella tenía razón. Quizá debería vivir en el palacio.140
No. Eso era imposible. Él quería ser independiente, quería vivir en su casa.
Y lo del amor…
No quería ni pensar en ello. La había besado demasiadas veces.
– Tu tía no se da cuenta de que esto es imposible -le dijo a Henry-. Ella debería cuidar de ti a diario y yo podría hacerlo durante los fines de semana. A veces.
Pero incluso eso era demasiado. Cuanto más tiempo pasaba con Henry, más se le metía el niño en el corazón.
Lo dejaría con los criados.
No, no podía hacer eso.
– Te llevaré a casa mañana e intentaré que Tammy entre en razón.
Pero…
¿Ella lo quería?
No era su imaginación, Tammy lo había dicho. Esas palabras se repetían en su cabeza una y otra vez. Pero no tenía sentido.
El no sabía amar.
Henry tiró su tostada sin querer y el anciano collie que dormía junto a la chimenea se levantó para merendársela de un bocado. El alarido indignado del niño casi levantó el techo.
– No te preocupes, haremos más tostadas -intentó calmarlo Marc. Pero Henry seguía llorando a pleno pulmón-. Te haré todas las tostadas que quieras, ¿de acuerdo? Podrás comer todas las que quieras.
Por fin, el niño dejó de llorar.
– Muy bien, estoy enganchado contigo. Pero sólo por hoy. Después… ya veremos. Yo preferiría mantener las distancias.
¿Las distancias? Sin saberlo, lo estaba consiguiendo.
Media hora después, cuando Henry se había comido dos tostadas y Marc se devanaba los sesos intentando encontrar la forma de dormirlo, Tammy tomaba un avión que la llevaría a Australia.
– ¿Cómo que se ha ido?
– Se marchó anoche, señor -contestó Dominic-. Imagino que ya casi habrá llegado a Sidney.
– No puede ser.
Eran las siete de la tarde. Tammy tenía que quedarse con el niño. Marc había ido a palacio dispuesto a convencerla de que una persona con sus responsabilidades de estado no podía hacerse cargo de un niño.
– Lo siento, señor, pero se ha ido. Después de dejar al príncipe Henry con usted, fue directamente al aeropuerto.
– ¿Tú sabías que se marchaba? -exclamó Marc.
– Sí, señor.
– ¿Y no me lo dijiste? ¿No me llamaste por teléfono?
– La señorita nos pidió que no lo hiciéramos, señor. Y no vi la necesidad.
– ¡Que no viste la necesidad!
– No, señor.
– Pero…
No podía ser. Aquello no podía ser. Tammy en Australia, él solo con el niño…
– ¿Quién va a cuidar de Henry ahora?
– Creo que la señorita Dexter pensó que lo haría usted, señor.
Marc lo miró, suspicaz.
– ¡Estás compinchado con ella!
– No sé a qué se refiere -replicó el mayordomo, impasible.
– ¡Es un complot!
– ¿Va a fusilarme al amanecer, señor?
– Debería. ¿Qué demonios está pasando aquí, Dominic?
– Creo que la señorita lo ha hecho con buena intención, señor. ¿Quiere que le lea su nota?
– ¿Ha dejado una nota?
– Sí, señor.
– Dámela.
La nota era muy simple, muy directa:
Querido Marc,
No debería haber venido a Broitenburg. Cuando me dijiste que mi hermana había muerto sólo pude pensar en Henry. Pensé que me necesitaba y, si quieres que sea sincera, yo lo necesitaba también. La soledad es así. Y no imaginé que a ti te importaría tanto, pero ahora te conozco mejor.
Lo suficiente como para saber que cuidarás de Henry tan bien que no tendré que preocuparme.
Sería mejor que nos tuviera a los dos, pero ir de un pariente a otro no podría funcionar. Porque así no te comprometerías nunca.
Marc, sé que esto no es asunto mío, pero creo que has estado huyendo desde que murió tu madre. Te da miedo comprometerte con alguien, amar a alguien… pero te has enamorado de Henry.
Vine aquí porque pensé que el niño estaría solo, pero cuando el avión aterrizó en Broitenburg supe que cuidarías de él y me di cuenta también de que lo necesitabas tanto como él a ti. Tienes que quitarte la coraza, Marc, y cuidar de Henry es la única forma de conseguirlo.
Quizá soy ingenua, pero que me besaras… lo cambió todo. Eso significa que no puedo estar a tu lado. Amarte es absurdo.
Es terrible, pero ésta es la única solución.
Me voy a casa
Capítulo 11
FUE EL mes más largo de su vida. Durante la primera semana, Marc se quedó en el cháteau de Renouys. Contrató una niñera que duró dos días… lo suficiente para que se diera cuenta de que no quería dejar a Henry en manos de una extraña.
Intentó trabajar, pero cada vez que el niño lloraba… o estaba particularmente silencioso, tenía que levantarse para ver qué le pasaba.
El rostro de Henry, duro e indiferente cuando estaba con la niñera, se iluminaba estando con él. Alargaba los bracitos y Marc estaba perdido.
De modo que la niñera se fue y, después, empezaron a establecer una rutina diaria. Henry se despertaba temprano, jugaba durante un par de horas, dormía hasta media mañana, jugaba de nuevo, cenaba y dormía a partir de las siete.
De modo que para Marc era relativamente fácil. Podía trabajar mientras el niño estaba dormido.
No podía tener una vida social, pero curiosamente no le interesaba. La idea de salir y tomar copas no le interesaba en absoluto.
Pero quedarse encerrado en casa el resto de su vida tampoco parecía lógico.
Entonces, ¿qué era lo que quería?
Tammy.
Quería que volviese, quería volver a verla, quería que cuidase de Henry para volver a ser una persona normal.
Pero… él ya no quería su antigua vida. Ingrid había llamado un par de veces y lo dejaba frío.
De modo que trabajaba, jugaba con Henry y pensaba en Tammy.
Tenía que volver.
Pero no lo haría. De eso estaba seguro. Quizá si abandonaba al niño, volvería para llevárselo a Australia.
– ¿Qué hacemos? -le preguntó a Henry una mañana.
Como respuesta, Henry soltó una de sus risitas. Genial. Además, lo presionaban para que volviese al palacio…
– Su sitio está aquí, señor -le dijo Dominic por teléfono-. Sabe que los ciudadanos de Broitenburg quieren que la familia viva en el palacio real. Usted es el jefe del estado y debería vivir aquí.
– Henry es el jefe del estado, en realidad. Y a él no le gusta el palacio.
– Usted es el príncipe regente, señor. Los ciudadanos lo quieren aquí… con una familia propia.
– Estoy muy bien en mi casa, con Henry.
– No me refería a eso.
– Tú sabes que no tengo intención de casarme, Dominic. Ni de vivir en palacio… -Lo que usted diga, señor.
Se estaba volviendo loco, pero debía reconocer que su nueva vida con Henry estaba llena de satisfacciones.
Pasó una semana y otra… La prensa exigía una fotografía de ambos príncipes en los jardines de palacio. Marc lo retrasó todo lo que pudo, pero al final tuvo que acceder.