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De modo que estaban en los jardines del palacio real de Broitenburg. Henry sonreía a las cámaras y les ofrecía su osito como si llevara posando toda la vida.

– ¿Podría dejarlo en la hierba? -preguntó un fotógrafo.

Marc lo hizo y Henry intentó levantarse agarrándose a la pernera de su pantalón.

– Podría ser su hijo -dijo alguien-. Se parecen mucho.

– Es un niño estupendo -contestó Marc mirándolo.

– Hemos oído que ha solicitado los papeles de adopción.

– Así es -contestó Marc, orgulloso.

– Ahora sólo necesitamos una madre… -intervino otro de los periodistas.

Marc apretó los labios. Entonces Henry se soltó, miró hacia arriba como para comprobar que lo estaba mirando y dio su primer paso.

Allí mismo, delante de todo el mundo, dio su primer pasito. Después se dejó caer sobre la hierba, satisfecho.

¡Menudo momento! Los fotógrafos se volvieron locos y Marc miraba al crío, estupefacto.

Tammy debería haber estado allí para verlo. Que se lo hubiera perdido lo enfurecía. Aunque todo aquello era gracias a ella.

Ella le dio a Henry. Se lo dio para que fuera feliz con el niño…

Y él había sido un idiota.

Tammy no quería marcharse. Lo hizo porque sabía que, algún día, se sentiría orgulloso de Henry. Que llegaría a un compromiso con él, que reconocería su amor por el niño.

Era un regalo tan precioso, tan valioso. Hasta entonces Marc había jurado no amar a nadie… porque no sabía lo que era el amor.

Tammy sí lo sabía porque había criado a su hermana. ¿Y qué manera más profunda de demostrar el amor que sentía por él que marcharse dejándole aquel regalo?

Tammy…

– ¿Tammy?

– ¿Madre?

Tammy llevaba un mes en Australia. Un mes interminable. Broitenburg había quedado al otro lado del mundo y ella estaba de vuelta bajo las estrellas, sus estrellas, en el campo… Y el sonido del móvil la sobresaltó.148

– Tengo que hablar contigo -dijo Isobelle.

– ¿Ocurre algo?

– ¿Sabes lo que he tardado en conseguir tu número de teléfono?

– Te di este número hace años y nunca lo has usado hasta ahora. Ni siquiera cuando murió Lara.

– Lo perdí. Pero ahora…

– ¿Ahora qué? -repitió Tammy con el corazón acelerado. ¿Le habría pasado algo a Henry? ¿A Marc?

– ¿Has leído los periódicos?

– ¿Qué periódicos?

– Marc piensa adoptar a Henry.

– ¿Qué?

– Marc, el príncipe de Broitenburg. Quiere adoptar a Henry y ni siquiera nos ha pedido permiso. Yo soy su abuela -dijo Isobelle-. Está en todos los periódicos… Me han llamado varios periodistas para que comente la noticia… ¡Comentarla! He llamado a un abogado, pero me ha dicho que no puedo hacer nada. Aunque yo creo que si quiere adoptar al niño tendrá que dar algo a cambio.

– ¿Cómo?

– El abogado me ha dicho que tú eres su tutora legal. Si Marc quiere adoptarlo, tendrá que enviarte los papeles para que los firmes y…

– ¿Y qué?

– Puedes exigir tus derechos.

– ¿Te refieres a dinero?

– Por supuesto.

– Soy la tutora legal de Henry, pero lo dejé en manos de Marc sabiendo lo que hacía. Y no quiero dinero.

Al otro lado del hilo hubo un silencio.

– Estás loca.

– Siempre me has dicho eso, madre.

– Si jugaras bien tus cartas…

– Podría haberme quedado en el palacio de Broitenburg sin hacer nada el resto de mi vida.

«Amando a Marc en silencio», pensó.

– Ya veo que esta llamada es una pérdida de tiempo. Mereces seguir siendo una solterona toda la vida…

Tammy colgó sin decir una palabra más.

Pero no pudo volver a dormirse.

Media hora después, subió a su furgoneta y fue al pueblo más cercano para comprar los periódicos. Quería ver si había una fotografía…

Y allí estaba, en primera página, una preciosa fotografía de Marc con un sonriente Henry en los brazos. Parecían muy felices.

– He hecho lo que tenía que hacer -se dijo con tristeza.

Sus ojos se llenaron de lágrimas al pensar en todo lo que había dejado atrás.

– Al menos Henry está bien. Y Marc parece contento. Se ve que está loco por el niño.

Había tomado una decisión. Y fue lo mejor… pero nunca se había sentido tan sola en toda su vida.

Marc…

Tammy estaba subida a un árbol cuando llegó la realeza.

No era el mismo árbol que la primera vez, pero podría haberlo sido. En aquella ocasión era un magnífico eucalipto.

Y debajo estaba Doug, su jefe, con Marc y Henry.

– Tam, tienes visita -gritó el capataz antes de desaparecer.

Seguramente sospechaba que podría perder de nuevo a su mejor arboricultora, pero Tammy no había sido la misma desde que volvió de Europa.

– Hola -dijo Marc.

– ¿Qué haces aquí? -preguntó ella, con voz temblorosa.

– Buscándote.

– Pues ya me has encontrado.

– Sí -murmuró Marc, dejando a Henry en el suelo, sobre la hierba-. Henry, tengo que hablar con tu tía. ¿Me perdonas un momento?

El niño sonrió, encantado. Y entonces Marc se agarró a la primera rama y empezó a subir al árbol.

– ¿Qué haces? -exclamó Tammy.

– Quiero hablar contigo.

– Pero no tienes arnés. Te vas a caer.

– Me he caído muchas veces, porque antes estaba ciego -contestó él, sin dejar de subir.

– ¿A qué te refieres?

– He estado ciego contigo.

Tammy lo miró, atónita. Debería pensar, pero el mecanismo no funcionaba. Su cerebro sólo servía en aquel momento para observar al hombre que subía por las ramas.

Debajo de ellos, Henry observaba atentamente toda la operación.

– Deberías estar en Broitenburg.

– Sí, lo sé. Voy a adoptar a Henry -dijo Marc-. Si tú estás de acuerdo, claro. He traído los papeles. Si es mi hijo oficialmente, heredará la corona…

– No creo que herede nada si te caes del árbol -lo interrumpió Tammy-. Necesitas un arnés.

– No necesito nada -sonrió él, sentándose a horcajadas sobre una gruesa rama-. Bueno, no ha sido tan difícil.

– Pero…

– Tammy…

La miraba con una expresión desconocida, llena de ternura. Y ella no podía ni respirar. Pero en la vida hay cosas mucho más interesantes que respirar.

– ¿Me has echado de menos?

Era preciosa. La imaginaba día y noche, pero al tenerla tan cerca… era tan bonita que su corazón se desbocó.

Su Tammy.

– Yo… ¿has venido para que firme los papeles de adopción?

– No.

– ¿Entonces?

– He venido porque no me había dado cuenta.

– ¿De qué?

– De todo lo que me has dado.

– No te entiendo.

– Yo tampoco lo he entendido hasta hace poco -suspiró Marc, soltando una mano para apretar la de Tammy-. Quiero a Henry.

– Ya lo sabía -dijo ella

– Pero yo no me había dado cuenta. Tú quisiste a Henry casi desde el primer día porque sabías querer a alguien.

– Sí, pero…

– Pero lo dejaste escapar. Lo dejaste en Broitenburg para que yo aprendiese a amarlo, para que me librase de mi coraza. Me has dado un regalo precioso, Tammy. Me has dado el amor.

– Yo…

– Es un regalo que no tiene precio -sonrió Marc-. ¿Sabes que Henry ha dado sus primeros pasos?

– ¿En serio?

– Desde luego que sí. Lo hizo delante de los fotógrafos, en los jardines de palacio. Deberías haber estado allí, Tammy.

– Marc, no puedo…

– Yo he aceptado la responsabilidad de gobernar mi país, he aceptado la responsabilidad de adoptar un niño. Cuando Jean Paul murió, pensé que era mi final. Pensé que el título de príncipe era una trampa… pero es una responsabilidad importante. Puedo cuidar de mi gente, puede contribuir a que mi país prospere cada día más. Y puedo cuidar de ti.