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Saxon le separó las piernas y se le arrodilló entre ellas. Visualmente, se dio un festín de lo que tenía ante los ojos. Entonces, comenzó a desabrocharse el cinturón y la bragueta. A continuación, se bajó los pantalones lo justo para liberarse. Entonces, miró a Anna a los ojos.

– Si no deseas que esto ocurra, dilo ahora.

Ella no podía negarle a él y a sí misma lo que ambos tanto deseaban. Levantó los brazos a modo de invitación y Saxon se inclinó sobre ella, aceptándola, hundiéndose en ella y en sus brazos con un único movimiento. Lanzó un gruñido no sólo ante el increíble placer que experimentó sino también al notar que el dolor cesaba en su cuerpo.

Anna se movió debajo de él, gozando con el intenso placer sexual que le proporcionaba. El contacto de las ropas húmedas y frías de Saxon contra la piel la hacía sentirse más desnuda que nunca. El único punto de contacto entre las pieles desnudas de ambos estaba entre las piernas de Anna, lo que la hacía sentirse aún más excitada y más consciente de la potente masculinidad de Saxon. No tardó mucho en alcanzar el clímax y se lamentó por ello porque le habría gustado que las sensaciones que estaba experimentando duraran para siempre.

Saxon se detuvo sin salir de ella. Le agarró el rostro entre las manos y se lo llenó de besos.

– No llores -murmuró. Hasta aquel momento Anna no se había dado cuenta de que los ojos se le habían llenado de lágrimas-. No llores. No tiene por qué terminar ahora.

Saxon echó mano del conocimiento y de las habilidades puestas a prueba durante dos años de intimidad y encontró perfectamente el ritmo que logró despertar de nuevo el deseo en Anna. Se tomaron su tiempo, porque ninguno de los dos quería que el placer terminara nunca y el contacto que se produjo entre los cuerpos les procuró una satisfacción muy diferente. Ninguno de los dos quería que aquello terminara nunca, porque, mientras estuvieran así, no tendrían que volver a enfrentarse con el espectro de la separación.

De repente, las ropas de Saxon pasaron de ser un placer muy sensual para convertirse en una barrera intolerable. Anna le desgarró los botones de la camisa, desesperada por encontrar el contacto de la piel de Saxon contra la suya. El se levantó lo suficiente para despojarse de la prenda y tirarla al suelo. Entonces, volvió a apretarse contra ella, haciendo que Anna gimiera de placer al sentir el duro vello contra los pezones.

Saxon le cubrió los senos con ambas manos y los apretó. A continuación, bajó la cabeza para besarle los pezones. Notó que estaban un poco más oscuros y que los pechos estaban algo hinchados, señales inequívocas del bebé que estaba creciendo en el vientre de Anna. Sin poder evitarlo, se echó a temblar de excitación ante aquella perspectiva, al darse cuenta de que el mismo acto que estaba realizando en aquellos instantes había tenido como resultado una pequeña vida.

Tuvo que apretar los dientes para no alcanzar el clímax en aquel mismo instante. Su hijo… Aquel pequeño ser era suyo, formaba parte de él y compartía sus mismos genes. Sangre de su sangre, carne de su carne, mezclados inseparablemente con los de Anna, un ser vivo que era parte de los dos. Sintió una oleada de posesión física que jamás había conocido antes, que jamás se había imaginado siquiera que pudiera existir. ¡Su hijo! Y su mujer. La dulce Anna, la de la suave y cálida piel, la de los plácidos y cálidos ojos oscuros.

Llevaba negando demasiado tiempo la cima del placer como para poder seguir posponiéndola. La escalaron juntos, dejando que los envolviera, primero a ella y luego a él, temblando ambos de una manera que resultaba casi imposible de soportar. Gozaron juntos presos de un paroxismo de placer, gritando de puro gozo y dejándose llevar por las maravillosas sensaciones posteriores.

Permanecieron unidos. Ninguno de los dos deseaba ser el primero que se moviera y que rompiera el vínculo que se había establecido entre ambos. Anna deslizó los dedos entre el húmedo cabello de Saxon. Le encantaba sentir el cráneo bajo las yemas.

– ¿Por qué has regresado? -susurró-. Ya fue bastante duro ver cómo te marchabas la primera vez. ¿Por qué tienes que volver a hacerme pasar por ello?

Sintió que Saxon se tensaba sobre su cuerpo. Antes, jamás le había confesado sus sentimientos. Se había limitado a sonreír y a dejarse llevar por su papel de perfecta amante. Jamás le había pedido nada. Sin embargo, había perdido su escudo de protección al declararle su amor y no había vuelta atrás. No iba a negar que estaba enamorada de él.

Saxon se tumbó de costado, agarrándola por la cintura y arrastrándola consigo. Ella se movió automáticamente, levantando la pierna y colocándola por encima de él para estar más cómoda. Saxon se acercó un poco más para mantener aquella ligera penetración y los dos lanzaron suaves suspiros de alivio.

– ¿Tienes que marcharte? -le preguntó por fin-. ¿Por qué no puedes quedarte?

– Sin ti no podría soportarlo…

– ¿Y si… y si yo me quedara también? -sugirió él, con un gran esfuerzo-. ¿Y si siguiéramos como antes?

Anna levantó la cabeza para mirarlo. Era consciente de lo mucho que le había costado realizar aquella oferta. Saxon siempre se había cuidado mucho de no mostrar sus sentimientos en forma alguna, pero, en aquellos momentos, estaba ofreciéndose a ella, pidiendo unos vínculos que jamás habían existido entre ellos. Saxon necesitaba ser amado más que ningún otro hombre que ella hubiera conocido jamás, pero Anna no sabía si él sería capaz de tolerarlo. El amor suponía responsabilidades, obligaciones. No era gratis, requería un alto precio que se pagaba en la forma del compromiso.

¿Podrías hacerlo? -le preguntó, con la tristeza reflejada en los ojos y en el tono de su voz. No dudo que lo intentarías, pero ¿podrías quedarte? No hay vuelta atrás. Las cosas han cambiado y jamás volverán a ser las mismas.

Lo sé respondió él. La mirada que había en sus ojos le hizo mucho daño a Anna. En ellos había visto que Saxon no estaba seguro de poder salir airoso de aquel trance.

Nunca antes había husmeado en su pasado, igual que jamás le había dicho que lo amaba, pero su pequeño mundo se había revolucionado con tremenda rapidez y se había puesto patas arriba. A veces, para ganar, había que perder primero.

– ¿Por qué me preguntaste si yo podría deshacerme de nuestro hijo?

La pregunta se interpuso entre ambos como si fuera una espada. Anna sintió que él se encogía y que las pupilas se le contraían de la sorpresa. Saxon podría haberse apartado de ella en aquel mismo instante, pero Anna lo enganchó con fuerza con la pierna y lo agarró con fuerza por el hombro. Saxon podría haberse soltado si hubiera querido, pero no podía perder el contacto con ella. Anna lo envolvía en una ternura que ninguna fuerza era capaz de contener.

Cerró los ojos instintivamente para apartar los recuerdos, pero éstos no se marcharon. No podían hacerlo si no respondía a la pregunta de Anna. Nunca antes había hablado de aquel tema con nadie ni deseaba hacerlo. La herida era demasiado profunda y demasiado dolorosa. Llevaba toda su vida cargando con aquel peso y había hecho todo lo que había podido para sobrevivir. Había encerrado aquella parte de su vida, por lo que responder a Anna era como desgarrarse por dentro. Sin embargo, ella se merecía la verdad.

– Mi madre se deshizo de mí -dijo por fin.

De repente, fue como si la garganta se le cerrara y le impidiera pronunciar una palabra más. Sacudió la cabeza y cerró los ojos, por lo que no vio el gesto de profundo terror que se dibujó en el rostro de Anna. Los ojos de ella se llenaron de lágrimas, pero no se atrevió a desmoronarse y a ponerse a llorar para no interrumpir aquella confesión. En vez de eso, comenzó a acariciarle suavemente el torso, consolándole táctilmente en vez de con palabras. Presentía que las palabras no serían adecuadas y sabía que, aunque tratara de hablar, perdería la batalla con las lágrimas.