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No obstante, cuando el silencio duraba ya algunos minutos, Anna comprendió que él no iba a seguir hablando, que tal vez no podía seguir sin que ella lo animara. Tragó saliva y se esforzó por recuperar la compostura. Por fin consiguió hablar con una voz que, aunque no fuera del todo normal, estaba plena del amor que sentía por él.

– ¿Cómo se deshizo de ti? ¿Te abandonó, te dio en adopción…? ¿Qué?

– Ninguna de las dos cosas.

Saxon se apartó de ella en aquel momento y se tumbó sobre la espalda. A continuación, se cubrió los ojos con el brazo. Anna sufrió con él, pero decidió que era mucho mejor darle la distancia que necesitaba.

– Me tiró a la basura cuando nací. No me dejó sobre los escalones de una iglesia o en un orfanato para que pudiera inventarme pequeñas historias de que mi madre realmente me quería, pero que se había puesto muy enferma o algo así y que había tenido que renunciar a mí para que pudieran cuidarme. El resto de los niños podían inventarse historias de ese tipo y creérselas, pero mi madre se aseguró de que yo nunca fuera un estúpido. Me arrojó a un cubo de basura cuando yo contaba con sólo unas pocas horas de vida. Realmente no se puede confundir un acto como ése con amor maternal.

Anna se acurrucó a su lado y se tapó la boca con la mano para ahogar los sollozos que la atenazaban. Entonces, lo miró al rostro. Saxon había hablado por fin y, aunque ella había querido saberlo todo sobre su pasado, sintió deseos de colocarle la mano sobre la boca para silenciarlo. Nadie debería haber crecido conociendo unos detalles tan sórdidos.

– No trató simplemente de librarse de mí -añadió él, con voz que no expresaba emoción alguna-. Trató de matarme. Me arrojó en pleno invierno y ni siquiera se molestó en envolverme con nada. No sé exactamente cuándo es mi cumpleaños, si el tres o el cuatro de enero, porque me encontraron a las tres y media de la mañana. Yo podría haber nacido o a última hora del día tres o ya en el día cuatro. De todos modos, estuve a punto de morir de congelación y me pasé casi un año en un hospital con un problema tras de otro. Cuando me metieron en un orfanato, ya había visto tantos desconocidos que no quería tener nada que ver con nadie. Supongo que por eso no me adoptaron. La gente quiere bebés, recién nacidos aún envueltos en mantillas, no un niño delgado y enfermo que empieza a chillar si alguien trata de tocarlo.

Saxon tragó saliva y se apartó el brazo de los ojos. Entonces, empezó a mirar el techo.

– No tengo ni idea de quiénes son mis padres. A mi madre no lograron encontrarla nunca. Me pusieron el nombre de la ciudad y del condado en el que me encontraron, Saxon City, condado de Malone. Menudo orgullo. Después de unos años, me entregaron a una serie de familias de acogida, la mayoría de las cuales no eran muy buenas. No hacían más que darme patadas como si fuera un perro callejero.

»Los servicios sociales tenían tal desesperación por encontrarme un hogar que me dejaron con una familia en particular, a pesar de que yo estaba siempre cubierto de hematomas cuando venía a verme la asistenta social. Hasta que el hombre me rompió un par de costillas de una patada no decidieron sacarme de allí. Creo que entonces tenía unos diez años. Al final, terminaron por encontrarme una familia de acogida bastante buena. Se trataba de una pareja cuyo hijo había muerto. No sé por qué… Tal vez pensaron que yo sería capaz de ocupar el lugar de su hijo, pero no salió bien ni para ellos ni para mí. Eran muy amables, pero cada vez que me miraban yo notaba que ellos pensaban que yo no era su Kenny. Sin embargo, era un lugar en el que poder vivir, que era lo único que quería ya por aquel entonces. Cuando terminé mis estudios, me marché de allí sin mirar atrás.

Capítulo Cinco

Lo que Saxon acababa de contarle explicaba perfectamente la clase de hombre en la que él se había convertido y en por qué le resultaba tan difícil aceptar cualquier sentimiento parecido al cariño y al amor. Si algo había aprendido en los primeros dieciocho años de su vida era que no podía depender de lo que el resto de la gente llamaba «amor» dado que era algo que nunca había conocido. No podía engañarse inventando historias sobre el amor de su madre, dado que los actos de ésta reflejaban claramente no sólo que el niño no le había importado nada, sino que había tratado de asesinarlo deliberadamente. Jamás había recibido afecto alguno de los empleados de las diferentes instituciones en las que había estado. Como los niños aprenden muy deprisa, cuando por fin lo dejaron en un orfanato ya sabía perfectamente que no podía confiar en que nadie se ocupara de él. Por lo tanto, se había refugiado en sí mismo. Se había dado cuenta de que no podía confiar en nadie más que en sí mismo para todo.

Al ir pasando de una familia de acogida a otra, esta creencia se había ido reforzando poco a poco a lo largo de su infancia. Por una razón u otra, no había encajado en ninguno de aquellos hogares. ¿Cómo es posible que un niño así aprenda a ser amado y a amar? De ninguna manera.

Cuando Anna pensaba en lo que Saxon había logrado hacer de su vida, sentía una profunda admiración por la inmensa fuerza de voluntad que él había demostrado. Se había tenido que esforzar mucho para conseguir ir a la universidad, para lograr sacarse no sólo un título en ingeniería si no también para conseguir terminar la carrera como uno de los primeros de su clase. Este hecho le procuró una amplia selección de empleos al terminar y de ahí, pasó a fundar su propia empresa.

Después de aquella desgarradora confesión, ninguno de los dos había podido pronunciar palabra. Se levantaron y empezaron a realizar las rutinas de un día corriente, aunque aquél distaba mucho de serlo. Las últimas veinticuatro horas les habían pasado factura a ambos y los había obligado a retirarse a un largo periodo de silencio, que se veía roto tan sólo por asuntos domésticos como qué era lo que iban a comer.

Sin embargo, Saxon estaba allí. No mostraba indicación alguna de marcharse. Anna se tomó este detalle como una pequeña señal de esperanza y decidió no seguir recogiendo sus cosas. En aquellos momentos, lo único que necesitaba era la presencia de Saxon.

A última hora de aquel lluvioso día, él le preguntó:

– Jamás respondiste a mi pregunta de esta mañana. ¿Podemos seguir como antes?

Ella lo miró y vio que el estrés aún era evidente en el rostro de Saxon. Sin embargo, parecía haber asimilado muy bien todo lo ocurrido aquel día. Anna, por el contrario, no estaba tan segura de su propia reacción. A pesar de todo, prefería soportar ella toda la tensión que correr el riesgo de molestarlo a él en un momento que podría ser suficiente para alejarlo de nuevo de su lado y, aquella vez, definitivamente.

Se sentó frente a él y trató de ordenar sus pensamientos.

– Por mí misma -dijo por fin-, nada me gustaría más. Perderte estuvo a punto de costarme la vida y no estoy segura de que pudiera volver a soportarlo. Sin embargo, no puedo pensar sólo en mí. No podemos pensar sólo en nuestro acuerdo. ¿Y el niño? Al principio, no le importará nada más que su mamá y su papá, pero, asumiendo que permanezcamos juntos durante años, ¿qué ocurrirá cuando empiece el colegio y descubra que las mamas y los papas de otros niños están casados? Estamos en Denver, no en Hollywood y, aunque nadie pone mala cara porque una pareja viva junta sin casarse, las circunstancias cambian cuando se ve implicado un niño.