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– ¿Una familia? ¿Tú crees? -Georgia lo miró a los ojos y sostuvo su mirada-. Sí, he dicho «repentina preocupación». No te preocupaste tanto cuando… -titubeó antes de continuar-…, cuando estuviste en el extranjero.

– Isabel me mantenía informado -dijo él, en tono mate.

Georgia soltó una carcajada.

– ¿La tía Isabel? La vemos una vez cada tres meses y para ella ya es un exceso. Ni siquiera coincidimos cuando voy a ver a tu padre. Pasa la mayoría del tiempo en Gold Coast. ¿Qué te ha podido contar sobre nosotros? Nunca le hemos interesado.

«Sólo le interesabas tú, J», hubiera querido gritar. «¿No lo recuerdas?».

Georgia siempre había creído que la relación entre Isabel y Jarrod no era fácil y que con la edad se iba deteriorando. Pero estaba equivocada. Su ingenuidad le había hecho interpretar erróneamente las señales, hasta la noche en que todo se había aclarado con un resultado tan espantoso.

El coche se llenó de electricidad. Hablar con Jarrod de su tía producía un efecto tan doloroso en Georgia que tuvo que cortar la conversación antes de que la angustia la partiera en dos.

– También me he mantenido en contacto con Peter -dijo Jarrod, secamente-. Siempre me comentaba cuánto disfrutaba con tus visitas -continuó, dulcificando el tono pero con el rostro crispado.

– También a mí me gustaba visitarlo -admitió Georgia, preguntándose qué le habría contado Peter a Jarrod en esos cuatro años, en los que habían hablado de todo menos de su hijo.

– Pero estamos alejándonos del tema -Jarrod interrumpió los pensamientos de Georgia.

Georgia miró el reloj.

– Jarrod, no tenemos tiempo para… -comenzó Georgia, pero Jarrod la interrumpió con un ademán de la mano.

– Unos minutos no van a retrasar el espectáculo. Sólo quiero que seas consciente de los peligros de la industria musical, y sé de qué estoy hablando.

Georgia invocó una imagen de Jarrod vestido de roquero, y su antiguo sentido del humor renació, haciendo que sus labios se curvaran en una sonrisa y de su garganta brotara una risa profunda.

Los ojos de Jarrod estaba fijos en la boca de Georgia y los músculos de su garganta se contrajeron como si tuviera dificultades para respirar. Georgia dejó de sonreír.

Jarrod se movió para ajustarse el cinturón de seguridad, llamando la atención de Georgia sobre sus muslos fuertes enfundados en los vaqueros gastados, y fue ella quien sintió que se le cortaba la respiración.

– ¿Qué te hace tanta gracia? -preguntó Jarrod, aparentemente ajeno al efecto que ejercía sobre Georgia, por lo que ésta dedujo que debía haber imaginado la reacción que ella había despertado en él hacía unos instantes.

– Has dicho que hablabas por experiencia. ¿Por qué no nos has dicho que cantabas? -preguntó Georgia, arqueando las cejas-. ¿Te has teñido el pelo de morado y te has maquillado?

Jarrod hizo una mueca.

– No me refería a que tuviera experiencia directa, si no a través de una amiga.

Un dolor punzante atravesó a Georgia, y su sentido del humor se diluyó. ¿Cómo podía ser tan inocente como para pensar que no había habido otras mujeres, sabiendo, por propia experiencia, lo masculino que Jarrod era? Claro que habría tenido a otras mujeres.

– Era la hermana de uno de nuestros ingenieros -Jarrod miró a la distancia-. Su disco tuvo éxito y no pudo soportar la presión. Comenzó a consumir drogas y alcohol.

– ¿Drogas? -dijo Georgia, incrédula-. ¿No crees que exageras? No sé nada de drogas ni de dónde encontrarlas.

– Pero ellas pueden encontrarte a ti, Georgia. Eso fue lo que le pasó a Ginny.

– Está no es la Ciudad del Crimen, Jarrod. Y deberías tener más confianza en mí. Jamás recurriría a las drogas por muy bajo que cayera.

«Y ya he caído tan bajo como puedo caer», continuó Georgia, para sí. «Me perdí cuando tú me empujaste al vacío, Jarrod Maclean, pero me recuperé sin ayuda».

– Estoy seguro de que Ginny pensó lo mismo. Fue increíble ser testigo del proceso.

– Y por lo que dices debiste presenciarlo desde muy cerca -dijo Georgia, con sarcasmo, rechazando la imagen de Jarrod con esa mujer.

Jarrod alzó la cabeza con gesto enfadado.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó en tono mate.

Georgia se encogió de hombros.

– Sólo que debías tener una relación muy íntima con ella.

– Trabajaba con su hermano.

Georgia volvió a encogerse de hombros.

– Era una niña de dieciocho años -dijo Jarrod.

«Y yo sólo tenía diecisiete cuando me enamoré de ti, Jarrod, ¿o acaso lo has olvidado?», le dijo Georgia en silencio, mirándolo a la cara.

– Sólo la conocía por su hermano -dijo él, apretando los labios.

Georgia continuó mirándolo con expresión acusadora, y Jarrod dejó escapar una exclamación al tiempo que se pasaba los dedos por el cabello. Un mechón le cayó sobre la frente y Georgia sintió el impulso de alargar la mano y colocárselo detrás de la oreja para sentir su suave textura.

– ¡Por Dios, Georgia!, ¿por qué me molesto en darte explicaciones? -dijo él, mordiendo las palabras.

– Eso mismo me pregunto yo -Georgia lo estaba provocando, llevándolo al límite, arrastrada por una fuerza que no podía contener.

– Escucha, sólo quería darte un ejemplo de lo que puede pasar en el mundo de la música, y el que me acostara o no con esa chica no tiene nada que ver.

– ¿Y te acostaste con ella?

Jarrod la miró furioso.

– ¿Qué importancia tiene eso?

Georgia agachó la cabeza y bajó la mirada, ocultando el dolor que sus ojos podían mostrar. Tal vez para él no tenía ninguna importancia, pero para ella, toda la del mundo.

Jarrod suspiró y soltó una imprecación.

– Mi relación con Ginny es irrelevante. Y esta conversación está comenzando a cansarme. Lo único que quería decir, Georgia, era que puede que el sueño de Lockie no coincida con lo que tú quieres hacer en la vida.

– ¿No crees que estás asumiendo demasiadas cosas, Jarrod? ¿Cómo sabes lo que quiero y lo que no quiero?

– Porque te conozco, Georgia, y…

– ¿De verdad me conoces? -le cortó Georgia, con una risa forzada-. ¿No será que crees conocerme? ¿O en qué sentido dices que «me conoces»? -añadió, provocativa, experimentando una extraña sensación de triunfo al ver que Jarrod se sonrojaba. Sabía que estaba consiguiendo irritarlo aunque no estuviera segura de por qué lo hacía.

– Antes no eras así, Georgia -dijo él, bajando la voz.

Georgia se dijo que debía acabar la conversación antes de comenzar a decir cosas de las que se arrepentiría. Pero había perdido el control y las palabras brotaban de su boca como un torrente.

– ¿Cómo? -gritó.

– Amarga y hostil.

«Oh, Jarrod», hubiera querido exclamar su corazón destrozado. Claro que actuaba con amargura y hostilidad. Porque todavía sufría, y la culpa la tenía él.

– Será que estoy envejeciendo -dijo en alto, con tono de resignación-. Estaré volviéndome más cínica. La vida nos cambia a todos, así que no te preocupes, Jarrod. No pienso entrar en el camino de la perdición como tu novia de los Estados Unidos.

– Ginny no era mi novia -dijo Jarrod, exasperado y con todo el cuerpo en tensión.

– Eso dices -dijo Georgia, en contra de su voluntad.

– Y nunca fuiste vengativa.

– Tal vez la experiencia me haya enseñado a serlo -dijo Georgia, apretándose lo más posible contra la puerta para dejar de sentir la proximidad asfixiante de Jarrod.

Pero, espantada, vio cómo su mano se movía sin que le diera la orden de hacerlo y se posaba sobre el brazo de Jarrod. El placer de sentir el calor de su piel a través de la camisa fue superior al dolor que le producía. Se quedó sin respiración. Sus pulmones dejaron de funcionar al tiempo que los latidos de su corazón se aceleraban hasta ensordecerla.