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«Pero nunca vas a ser tan joven ni estar tan llena de vida y amor. Olvídalo», se reprochó Georgia. «Olvida a Jarrod y lo que hizo. Está aquí sólo para visitar a su padre. Y cuando el tío Peter muera, Jarrod se marchará. Limítate a mantenerte alejada de él y a no pensar.»

Además, aparte de unos segundos en el coche, Jarrod no había dado ninguna señal de recordar la intimidad que habían compartido. Lo más seguro era que sólo ella tuviera recuerdos.

Y Jarrod no había dado la impresión de querer retomar la relación donde la dejaron. Claro que Georgia tampoco lo deseaba. Era absurdo pensarlo. Tal vez seguía encontrándolo físicamente atractivo. Pero como hombre lo odiaba y jamás podría perdonarlo.

Aun así, sus ojos lo buscaron sin que ella se lo ordenara. Estaba inclinado hacia Morgan, intentando escuchar lo que ella le decía.

¿Qué estaría diciendo? Fuera lo que fuera, Jarrod sonrió divertido, con la misma sonrisa que solía dedicarle a Georgia en el pasado. Pero Jarrod no podía estar interesado en Morgan. Georgia sintió que la sangre se le congelaba. ¡No! ¡Morgan sólo tenía diecisiete años, no era más que una niña! Jarrod no… Georgia se obligó a apartar la mirada.

Las horas pasaron y el público no quería que el concierto acabara. Aplaudieron canción tras canción y cuando Georgia por fin bajó del escenario, corrió al camerino y se dejó caer sobre una silla, exhausta.

La diminuta habitación se llenó de gente dándole la enhorabuena con ojos brillantes. Lockie y los chicos la besaban, Morgan no dejaba de sonreír. Y entre las caras de los chicos, Georgia vio a Jarrod apoyado en el marco de la puerta.

Georgia lo miró con ojos brillantes y él le dedicó una sonrisa forzada, inclinando la cabeza a modo de saludo.

«¡Qué magnánimo!», pensó Georgia, con amargura. Si creía que necesitaba su aprobación, estaba muy equivocado. Con un movimiento brusco, Georgia apartó la mirada.

Cuando el último cliente salió del club y, tras recoger sus instrumentos, todo el grupo se sentó a tomar un café.

Georgia se había cambiado y retirado el maquillaje, pero se dejó el cabello suelto, inconsciente del aire virginal y etéreo que le proporcionaba.

Jarrod se sentaba en otra mesa y bebía su café lentamente. Tras dedicar una furtiva mirada a Georgia cuando se unió a ellos, mantuvo los ojos fijos en su bebida.

– Aquí viene nuestra estrella -dijo Lockie.

– No seas bobo. Una noche de éxito no me convierte en una estrella -respondió Georgia. La euforia inicial había desaparecido y sólo sentía cansancio.

– Como quieras -dijo su hermano-, pero te alegrará saber que el dueño del club está encantado con la actuación.

Georgia arqueó las cejas.

– Y -continuó Lockie- me ha dicho que esta noche había gente importante de la industria musical entre el público y que están gratamente sorprendidos -se puso en pie y dio unos pasos de baile-. ¡Lo hemos conseguido! Después de tantos años. ¿No te dije siempre que algún día lo lograría, Jarrod? -dijo, volviéndose hacia él.

– Al menos una vez a la semana -dijo Jarrod, sonriendo.

Lockie dio un puñetazo al aire y, sentándose sobre una mesa, elevó la mirada al techo.

– ¡No puedo esperar a hablar con Mandy el domingo! ¿No es este el día con el que todos habíamos soñado?

– ¿Y tú, Georgia? -preguntó Evan Green, el guitarrista, después de reír el comentario de Lockie-. ¿Esta noche ha convertido tus sueños en realidad?

Georgia se tensó. ¿Sueños? ¿Qué significaba esa palabra? En el mejor de los casos, eran algo pasajero, en el peor, se convertían en una pesadilla. Todos sus sueños habían estado relacionados con el amor, con tener hijos, con envejecer…, siempre con Jarrod. Y esos sueños se habían roto en mil añicos. Jarrod los había destrozado y, desde entonces, había dejado de formar parte de su vida: soñar era un lujo que no podía permitirse.

Se encogió de hombros.

– No nos entusiasmemos por el éxito de una noche -dijo, en tono neutral.

– ¡Por Dios, Georgia, qué aburrida eres! -exclamó Morgan, sentándose en la misma mesa que Jarrod-. No intentes hacernos creer que no te lo has pasado bien. He visto cómo te brillaban los ojos. Debía ser por la cara de admiración con la que te contemplaban los hombres.

– ¿Admiración?-Andy pasó el brazo por los hombros de Georgia-. ¿Ahora se le llama así? Ya verás cuando se corra la voz. Mañana vamos a tener que espantarlos como moscas.

Georgia se ruborizó y se separó suavemente de Andy.

– ¿Y quién dice que quiera que los espantéis?

– ¿No es hora de que volvamos a casa? -preguntó Jarrod, interrumpiendo las exclamaciones de los demás.

Georgia se volvió hacia él. Estaba de pie, mirándola fijamente y la imagen la devolvió una vez más al pasado con una nitidez perturbadora.

Georgia había cantado con el grupo de Lockie en la fiesta de final de curso del colegio. Todo había ido magníficamente y al acabar el concierto, todo el mundo la había felicitado. Excepto Jarrod. Hasta que llegaron a casa.

– Lo hemos pasado muy bien, ¿verdad? -dijo Georgia, mirando a Jarrod con gesto inseguro, al tiempo que intentaba encontrar una justificación a su silencio-. ¿No es increíble que el señor y la señora Kruger se matricularan en el colegio hace setenta y cinco años? No parecen tan mayores -Georgia se deslizó en el asiento hasta pegarse a Jarrod-. ¿Crees que también nosotros volveremos después de tantos años.

Jarrod sonrió a medias.

– Seguro que tú sí, Georgia, pero yo no creo que dure tanto. Tú eres más joven que yo.

El rostro de Georgia se ensombreció.

– No mucho más joven. Y quiero envejecer contigo -dijo, con dulzura.

Jarrod entrelazó sus dedos con los de ella y cantó una estrofa de la canción de los Beatles, When I'm sixtyfour, que hizo reír a Georgia.

– Vas a ser la mujer de sesenta y cuatro años más preciosa del mundo -dijo él, llevándose la mano de Georgia a los labios y besándola.

– Oh, Jarrod -Georgia apoyó la cabeza en su hombro-. Me alegro de que estés de buen humor. ¿Por qué has estado tan callado?

– ¿Callado?

– Lo sabes perfectamente. ¿Qué te pasa?

Jarrod suspiró.

– Todo: el día de hoy, el pasado. Me he sentido viejo. Y al verte cantar sobre el escenario y observando cómo te miraba el público, me he dado cuenta de cuánto talento tienes. Supongo que he sentido celos.

– ¿Celos? -dijo Georgia, con una sonrisa.

– No me ha gustado tener que compartirte con el público y mucho menos, con los hombres -dijo él, avergonzado.

– Pero yo he cantado para ti -dijo Georgia, dulcemente, sintiendo una profunda emoción.

Jarrod la estrechó en sus brazos.

– Todas mis canciones son para ti -susurró, alzando el rostro para que Jarrod la besara.

– Y yo soy lo bastante egoísta como para quererte sólo para mí -dijo él, yendo al encuentro de su boca.

Georgia pestañeó para borrar la escena de su mente. Podía haber sido ese mismo día. La situación era muy similar. Ella subida al escenario y Jarrod entre el público. Georgia había cantado canciones de amor para él y el rostro de Jarrod se había ensombrecido por los celos. Igual que se había ensombrecido ahora.

Una vez más, la esperanza irrumpió en su corazón y por unos segundos sintió la aceleración de saber que Jarrod estaba celoso, tal y como lo había estado tantos años atrás. Pero otro recuerdo se interpuso, devolviéndola al abatimiento inicial y a la desasosegante sensación de abandono. Sintió una presión en el pecho y, sin darse cuenta, apretó el brazo de Andy con fuerza.

– ¿Georgia? -preguntó él, mirándola con expresión preocupada-. ¿Te pasa algo?