– No. Perdona -tomó aire para recuperar el dominio de sí misma-. Estoy cansada. He pasado mucha tensión y el cuerpo me está pidiendo un poco de descanso.
Lockie miró a su hermana y a Jarrod alternativamente.
– Será mejor que nos marchemos. Todos necesitamos dormir -le dio una palmada en la espalda a Andy-. Unos más que otros.
– ¡Qué gracioso! -dijo Andy.
– ¿Cómo vas a volver a casa, Lockie? -preguntó Ken-. Creía que no tenías rueda de repuesto.
– Voy a dejar aquí la furgoneta. Tú puedes llevar a Andy y a Evan. Nosotros iremos con Jarrod -dijo Lockie, sonriendo a su amigo-. No te importa, ¿verdad?
Jarrod sacudió la cabeza y Morgan le dio una palmada en el brazo.
– ¡Otra vez! Si sigues así vas a entrar en el sindicato de taxistas, Jarrod -lo miró-. ¿Cómo nos las arreglábamos antes de que volvieras?
«Sin problemas», respondió Georgia, mentalmente. «Y podríamos seguir siendo independientes si llamáramos a un taxi». No necesitaban a Jarrod.
Pero sus ojos lo buscaron y se quedaron fijos en él, admirando su perfil, el cabello recortado por delante y un poco largo por detrás, su ancho torso rematado en la cintura y las estrechas caderas, los vaqueros que se ajustaban a sus muslos, resaltando su músculos…
«¡Por Dios», se reprendió a sí misma. Parecía haber desarrollado una fijación con el cuerpo de Jarrod. Le resultaba imposible no devorarlo con la mirada. ¿Sería el efecto de no poder tocarlo?
«¡Contrólate, Georgia Grayson!», se ordenó, despreciándose así misma. Si seguía así, Jarrod acabaría por darse cuneta. Y se preguntaría…
– Vamos, Georgia, ¿te has quedado dormida? -la llamó Lockie, sacándola de su ensimismamiento, y haciendo una señal para que los siguiera.
Georgia entró en la cocina después de tender la ropa. Con el viento que hacía, se secaría en un par de horas.
Morgan tenía pensado ir al centro a ver a sus amigos, pero Lockie seguían durmiendo cuando las dos chicas desayunaron.
– ¿Lockie sigue en la cama? -preguntó Georgia de nuevo, cuando Morgan le sirvió otro café.
– Lo he llamado hace media hora, pero no ha dado señales de vida.
Georgia sacudió la cabeza.
– Debería ir a recoger la furgoneta lo antes posible.
– Es un desastre, ¿no te parece? -Morgan hizo una mueca-. ¡De no ser por Jarrod, no sé cómo hubiéramos vuelto anoche a casa!
– Habríamos tomado un taxi -dijo Georgia, cortante-. Por cierto Morgan, respecto a Jarrod…
Morgan la miró con una sonrisa resplandeciente.
– ¿Qué? ¿No te parece guapísimo? Podría enamorarme de él.
– Tiene edad como para ser tu padre -las palabras escaparon de la boca de Georgia antes de que pudiera contenerlas.
– ¡No sabes cuánto me alegro de que no lo sea! -rió Morgan.
– Tiene demasiada edad y experiencia para ti.
– ¡Qué va! -dijo Morgan-. Y no me des lecciones, Georgia -puso los brazos en jarras-. Tú tuviste una oportunidad con él y la perdiste, así que no puedes entrometerte.
Georgia se mordió el labio con un espanto que no pudo disimular.
– No pretendía…
– Da lo mismo, Georgia. Déjalo -al ver que Georgia enrojecía, Morgan levantó los brazos-. ¿Quién ha dicho que me interese en serio? Sólo quiero divertirme, y ya soy mayorcita como para que tengas que protegerme del Lobo Feroz.
– No iba a… Lo que quiero decir…
– ¡Ya basta! -dijo Morgan, airada-. No te humilles de esta manera. De todas formas, Jarrod no está interesado en mí. Es todo tuyo, hermana mayor, pero escucha un consejo: no le hagas esperar demasiado tiempo. Hay un montón de mujeres al acecho.
– Morgan, no tengo la menor intención de conquistarlo.
Morgan puso los ojos en blanco.
– Empiezas a preocuparme, Georgia. Cada día eres más aburrida y más crédula.
– No pienso… -Georgia se contuvo y tomó aire. ¿Por qué tenía Morgan la habilidad de sacarla de sus casillas?-. Será mejor que cambiemos de tema. ¿Te ha hablado Jarrod del trabajo en Ipswich?
– Sí.
– ¿Te interesa?
– Supongo que sí -dijo Morgan, encogiéndose de hombros-. Jarrod dice que tendría que hacer un curso de procesador de textos y otro de secretariado.
– Suena bien -comentó Georgia, intentando animar a su hermana.
– Me lo voy a pensar -fue todo lo que dijo Morgan.
– ¡Aaaay! -un quejido las interrumpió, seguido de la aparición de Lockie con aspecto soñoliento-. ¿Quién me ha metido una ametralladora en la cabeza?
Morgan se volvió hacia él.
– No te quejes. Nadie te obligó a beber champán cuando llegamos a casa. Sabes perfectamente cómo te sienta así que no pretendas que te compadezcamos.
– Necesito tomar una piscina de café -dijo, sentándose lentamente-. Tú si te apiadarás de mí, ¿verdad, Georgia?
Georgia le colocó delante una taza de café fuerte.
– ¡Auh! -exclamó Lockie al oír el roce de la taza con la mesa-. ¿Qué ha sido esa explosión? Se me va a caer la cabeza.
– Con lo vacía que la tienes lo más normal sería que se te volara -comentó Morgan.
Georgia rió quedamente y dio una palmadita en la espalda a Lockie.
– Tienes que pagar por tus pecados, Lockie Grayson.
Él dio un sorbo al café.
– Al menos espero alcanzar la salvación.
– Pues ya puedes empezar a redimirte. El garaje va a cerrar en un par de horas -le recordó Georgia.
– Sí, y Jarrod debe estar preguntándose dónde te has metido -añadió Morgan-. Le dijiste que irías a por su coche a primera hora.
Lockie miró el reloj de pared con ojos vidriosos.
– ¿Ya es esa hora? Necesito darme una ducha para poder conducir. ¿Por qué no vas tú a por el coche de Jarrod, Morgan?
– Ni hablar, querido hermano. Estoy a punto de marcharme -tomó el bolso-. Tendrás que ir tú mismo o chantajear a Georgia para que lo haga.
Lockie miró a su otra hermana.
– ¿Qué te parece, Georgia?
– ¡De verdad, Lockie, ya es hora de que te responsabilices de algo! -dijo Georgia, malhumorada.
– Amén -remató Morgan.
– ¿Vais a ensañaros con un hombre enfermo?
– Es tu culpa -dijo Morgan, antes de salir.
Lockie miró a Georgia con expresión suplicante.
– ¿Te importa recoger el coche mientras me ducho y me visto?
– Pero Lockie… -empezó Georgia. No quería ver a Jarrod tan pronto. Su rostro la había perseguido durante horas la noche anterior, impidiéndola dormir.
– Seguro que ni siquiera está, Georgia -dijo Lockie, dulcemente, como si adivinara sus pensamientos-. Me dijo que tenía que ir a la oficina.
Georgia fue hasta el fregadero y se puso a fregar para disimular su inquietud. En el fondo no sabía que era peor, si ver a Jarrod o no verlo.
Lockie suspiró a su espalda.
– Está bien, Georgia. Ya voy yo -dijo, poniéndose en pie.
– No, dúchate -Georgia fue hacia la puerta-. Voy yo. El paseo me sentará bien. No tardaré.
– ¡Eres una verdadera amiga, Georgia! -dijo Lockie, con una sonrisa resplandeciente a la que ella respondió haciendo una mueca.
Georgia cruzó la verja principal. Podía haber tomado el atajo de la parte de atrás, pero hacía años que no lo usaba.
Caminó con paso decidido, entornando los ojos para protegerse del viento. Llevaba unos vaqueros gastados, una camiseta y zapatillas deportivas. Ni siquiera se había recogido el cabello, así que llegaría a casa de los Maclean completamente desaliñada.
La tía Isabel, que siempre tenía un aspecto inmaculado, la miraría con desaprobación. Morgan tenía razón: costaba imaginar que Isabel y su madre fueran hermanas. La risa de su madre siempre había resonado en el hogar de los Grayson, mientras que la tía Isabel apenas sonreía.
¿Tendría razón Morgan cuando la comparaba con su tía? No era posible. Y sin embargo, era inevitable que lo que le había ocurrido la hubiera marcado. Cualquier otra persona habría perdido también la alegría de vivir.