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Georgia desaceleró el paso. Quizá todo había comenzado siete años atrás, con la muerte de su madre. Su padre no pudo superar el dolor y comenzó a beber para olvidar la tristeza y protegerse de la soledad. Georgia había temido que llegara a convertirse en un alcohólico. Quizá fue ese temor lo que la lanzó a la seguridad que representaban los brazos de Jarrod.

Durante tres años, Georgia había observado a su padre beberse la vida. Geoff Grayson estaba bebido aquella aciaga noche, cuatro años atrás, pero lo que Georgia le contó le hizo recuperar la sobriedad bruscamente y, que Georgia supiera, desde ese día no había probado una gota de alcohol.

En el horizonte apareció la casa de los Maclean y Georgia titubeó. Era un edificio colonial, construido a finales del siglo diecinueve, mantenido en un magnífico estado.

Decidida a mantener la frialdad y la calma como sólo sabía hacer la tía Isabel, Georgia avanzó con mayor decisión. Tal y como le había dicho Lockie, Jarrod estaría en la oficina. Podía acusársele de muchas cosas, pero nunca de pereza. Al menos, no en el pasado.

– ¿Y si Lockie estropea el coche? -preguntó Isabel Maclean.

– Lo repararemos -dijo Jarrod, indiferente.

Georgia le había contado a Isabel el acuerdo con Jarrod al que había llegado, pero su tía había insistido en avisarlo.

– Georgia -Jarrod se volvió hacia ella-, ¿tienes mucha prisa?

– Lockie está esperando el coche -dijo ella, irritada consigo misma por la manera en que la sola presencia de Jarrod aceleraba su corazón.

– Cuanto antes reparen la furgoneta, antes devolverán el coche -intervino Isabel-. Jarrod, no entretengas a Georgia.

– Diez minutos -dijo Jarrod, ignorando a su madrastra.

Georgia vaciló al darse cuenta de que el rostro de su tía reflejaba un sentimiento más complejo que su acostumbrada irritación, pero que no supo interpretar.

– Peter… -Jarrod se interrumpió-. Mi padre está un poco mejor. ¿Quieres pasar a verlo? Sé que le encantaría.

– No me parece una buena idea, Jarrod -intervino Isabel-. No le conviene hablar.

– Ya lo sé, Isabel -Jarrod frunció el ceño-. Hablaremos nosotros.

– Aún así, se cansará demasiado -insistió Isabel.

– Le gusta ver a gente; estaremos poco rato -Jarrod miró a Georgia-. ¿Vienes?

– No te olvides de que tu padre está muy enfermo -Isabel lo miró con el cuerpo en tensión-. Y Jarrod -sus ojos buscaron los de Jarrod con frialdad-, no le des ningún disgusto.

Cruzaron en silencio un mensaje cifrado que alteró a Jarrod. Tomó a Georgia del brazo y, sin darse cuenta, hundió los dedos en su piel. Pero en cuanto salieron de la habitación, la soltó y avanzaron hacia el dormitorio de su padre en silencio.

Georgia resistió la tentación de frotarse el brazo dolorido en el que Jarrod había dejado la marca de sus cálidos dedos. El contacto de su mano había puesto todos su sentidos en marcha y una voz interior le exigía que se arrimara a él, le pidiera que volviera a tocarla, la abrazara y la estrechara contra sí.

¡No! ¡Jamás! «Eres estúpida, Georgia Grayson», se dijo. «Él no te desea, te lo dijo hace cuatro años. ¿Es que tu estúpido corazón no es capaz de asimilarlo?».

El dormitorio de Peter estaba en la parte de atrás de la casa. Isabel había hecho las reformas necesarias después de que su marido sufriera su primer ataque. Una enfermera se ocupaba de él todo el día y la cama estaba rodeada del instrumental médico más sofisticado.

Peter descansaba en su inmaculada cama en el centro de la habitación y Georgia se dio cuenta de inmediato de cuánto había desmejorado desde su última visita. Había perdido peso y las venas le sobresalían de la piel. Cuando los oyó entrar, abrió los párpados con dificultad y alzó una mano pesadamente a modo de saludo.

– Georgia -susurró, con una leve sonrisa.

– Hola, tío Peter -Georgia le tomó la mano-. Jarrod dice que te encuentras mejor.

– Seguro que mañana estoy en pie -bromeó él, sin aliento-. Voy a perseguir a la enfermera Neal en cuanto pueda.

Georgia rió quedamente.

– Llevas prometiéndome eso desde hace varias semanas.

– Así se anda con cuidado -Peter apretó la mano de Georgia-. Hace días que no te veo.

– Lo siento, pero pensaba que… -Georgia, dominada por la culpabilidad, hizo una pausa-. Como ha venido Jarrod…

– ¿Has decidido abandonarme?

– Claro que no, pero…

Peter volvió a sonreír.

– Jarrod no está mal pero tú eres mucho más guapa -Peter miró a su hijo-. Tráele algo de beber a Georgia.

– No, gracias, tío Peter -se apresuró a decir ella-. No puedo quedarme mucho tiempo.

Peter volvió a apretarle la mano.

– Quiero hablar… -respiró con dificultad-… contigo.

Jarrod dio un paso hacia adelante y Georgia lo miró, preguntándose si no sería mejor que su padre descansara. Pero la mirada de dolor que vio en los ojos de Jarrod la tomó por sorpresa.

– Será mejor que descanses, Peter -sugirió él, con dulzura.

– Descansaré más tarde -dijo Peter, en tono irritado-. Trae algo de beber a Georgia -dijo, quedándose sin aliento.

Jarrod vaciló antes de asentir y volverse hacia Georgia.

– ¿Té?

– Sí, gracias -Georgia intentó poner en orden sus confusos pensamientos.

¿Qué estaba sucediendo? Tenía la sospecha de que ocurría algo de lo que ella no sabía nada. Jarrod parecía temer dejarla a solas con su padre.

Peter Maclean tardó en hablar después de que Jarrod dejara la habitación.

– Quiero hablar… de Jarrod. Tengo la sensación… -hizo una pausa para tomar aire-. Siempre pensé que tú y mi hijo… Nunca te lo he preguntado… ¿Qué sucedió, Georgia?

El pecho de Peter ascendió y descendió rápidamente por el esfuerzo y Georgia lo miró alarmada.

– No hables, tío Peter -dijo, pero su tío le apretó la mano con una fuerza sorprendente.

– Todavía no me muero, Georgia. Pero…, pero tú debías darme este capricho -respiró entrecortadamente y forzó una tímida sonrisa.

– Tío Peter -Georgia le dio una palmadita en la mano-, no debes hacer tanto esfuerzo.

– No te salgas por la tangente. ¿Qué sucedió…, con mi hijo? -repitió él.

Georgia se encogió de hombros con tanta indiferencia como pudo, bloqueando el dolor que sentía cada vez que se mencionaba ese tema. ¿Cuándo lograría olvidarlo?

¿Quería contarle al padre de Jarrod la verdad: que su adorado hijo había despreciado el amor inocente que ella le había entregado, que aceptó su adoración pero no quería atarse a ella; que no le seducía la idea de casarse con ella cuando tenía a su disposición a mujeres más experimentadas, como, por ejemplo, su propia madrastra?

En su momento, Jarrod negó la evidencia, pero para Georgia era irrefutable. De hecho, la tía Isabel se había limitado a sonreír al ser interrogada por Georgia, y, como siempre que lo recordaba, ésta sintió que se ahogaba. Ella había adorado a Jarrod, mientras que él se había limitado a usar su cuerpo y su alma.

«Tu adorado hijo me rompió el corazón, Peter Maclean», hubiera querido gritar. «Y si supieras la verdad, también rompería el tuyo».

Pero Peter era un anciano frágil y moribundo.

– No funcionó -dijo, en tono mate, obligando a las palabras a salir de su agarrotada garganta.

Peter le dirigió una mirada penetrante.

– Eso mismo dijo Jarrod. ¿Por qué?

– Decidimos que…, que no nos amábamos lo suficiente como para comprometernos -balbuceó Georgia, esquivando la mirada de Peter.

– ¿Fue de mutuo acuerdo?

– Por supuesto -mintió Georgia.

El anciano guardó silencio unos instantes para tomar aire.

– Y…, ¿no has cambiado de idea?

Georgia sacudió la cabeza. Sentía una punzada en el corazón.