Выбрать главу

– Pues Jarrod sí.

Las palabras de Peter hicieron que Georgia levantara la cabeza bruscamente.

Capítulo 7

– ¿Qué quieres decir? -dijo Georgia, con dificultad.

– Creo que mi hijo… todavía te ama.

– Te equivocas, tío Peter. Lo siento pero… -Georgia no supo cómo continuar.

– ¿Y tú? ¿Todavía… lo… amas?

– ¡No! -exclamó Georgia.

El anciano la observó en silencio.

– No… te creo -susurró.

Georgia le sostuvo la mirada.

– Alguien… tiene que dar… el primer paso. Olvida el orgullo. Es… un triste compañero de cama… Te lo aseguro.

Cerró los ojos y aflojó la presión con la que sujetaba la mano de Georgia. Ella lo miró con ansiedad, pero al oírle respirar, se tranquilizó. Un sonido a su espalda le anunció que Jarrod acababa de entrar. Él le dio una taza de té al tiempo que estudiaba su rostro con expresión preocupada.

– Está durmiendo -dijo ella, en un susurro.

En ese momento, Peter se movió y, abriendo los ojos de par en par, miró a Georgia con una sorprendente nitidez.

– ¿Jennifer? Querida Jennifer -una suave sonrisa curvó la comisura de sus labios-. Siempre fuiste la mujer más hermosa.

Y tras esas palabras, volvió a quedarse dormido, al tiempo que Georgia se volvía hacia Jarrod con expresión atónita.

¿Jennifer? Ése era el nombre de su madre.

– No me lo puedo creer -Lockie entró en la cocina y, dando la vuelta a una silla, se sentó a horcajadas sobre ella, apoyando los codos sobre el respaldo-. ¿Cómo se puede tener tan mala suerte?

Georgia acabó de doblar la ropa limpia. No podía dejar de pensar que Peter Maclean la había confundido con su madre. Aunque hasta cierto punto era lógico, dado que todo el mundo decía que eran muy parecidas. La única diferencia, de acuerdo con su padre, era el color de sus ojos. Los de su madre eran verdes, mientras que Georgia los tenía marrones, como los de su abuela paterna.

«Querida Jennifer». ¿Había dicho eso Peter realmente? Lo importante no era lo que hubiera dicho si no cómo lo había dicho. «Querida Jennifer» ¿Habrían tenido una relación su madre y Peter antes de que ella se casara? No. Georgia no podía creer que su madre hubiera amado a otro hombre que no fuera su padre.

Georgia había sido incapaz de mirar a Jarrod a los ojos cuando volvió con el té. «Jarrod todavía te ama», había dicho Peter. ¿Sería verdad? ¿Le importaba a ella?

Jarrod y ella se habían marchado tras asegurarse de que Peter se quedaba dormido y en cuanto llegaron al vestíbulo, Jarrod, como si quisiera perder de vista a Georgia lo antes posible, se había dado prisa en acompañarla al coche.

– Lockie te devolverá el coche en cuanto pueda -dijo ella fríamente, cuando Jarrod le abrió la puerta.

– No importa. Tengo la furgoneta -cerró la puerta y Georgia puso el coche en marcha-. Y, Georgia… -Jarrod apoyó las manos en la ventanilla antes de que arrancara-, Peter entra en estados de semi-inconsciencia a menudo, así que no prestes atención a nada de lo que diga.

Georgia bajó la mirada.

¿Por qué tenía la sensación de que Jarrod hubiera querido decir más? Sus dedos apretaban el borde del cristal con fuerza y parecía estar paralizado.

– Crecieron juntos -dijo ella, finalmente-. Me refiero a mi madre, la tía Isabel y tu padre, así que -se encogió de hombros-, supongo que tu padre conocía a mi madre desde pequeña.

Jarrod asintió con seriedad y dio un paso atrás para dejarla marchar.

– Eso sí, la vida nunca es predecible -estaba diciendo Lockie.

– Y ahora, ¿qué pasa? -Georgia se obligó a concentrarse en lo que le decía su hermano.

– Andy ha llamado mientras estabas fuera. Algunos inquilinos de la casa a la que se ha mudado han protestado por sus ensayos. Y ni siquiera lleva una semana -alzó las manos-. ¿Te lo puedes creer? ¿Verdad que no pueden volver a echarlo?

– Depende de a qué horas haya estado tocando la batería -respondió Georgia, compadeciéndose de los vecinos de Andy.

– Casi siempre durante el día -Lockie sacudió la cabeza-. El casero le ha dado una semana para que encuentre otra casa.

– Qué poco tiempo.

– Es prácticamente imposible. Así que le he dicho que, mientras tanto, puede venir aquí.

– ¿Cómo? -Georgia miró atónita a su hermano.

– Le he dicho que puede quedarse con nosotros -repitió Lockie con expresión inocente-. ¿Qué podía hacer? Andy estaba agobiado. ¿Para qué están los amigos?

– Pero, Lockie, no tenemos espacio.

– Puede compartir mi dormitorio. No le importa.

Georgia suspiró exasperada.

– ¿Y qué hay de todos sus muebles?

– Podemos guardarlos en el sótano. Papá siempre me pide que lo ordene, así que voy a hacerle espacio a Andy. De hecho, ya he empezado. Sólo serán unas semanas. Así podremos ensayar aquí. No hay vecinos a los que podamos molestar.

En eso Lockie tenía razón. El vecino más próximo era el tío Peter y los separaba de él un riachuelo y varios cientos de metros.

– ¿Verdad que no te importa, Georgia? -preguntó Lockie-. Andy no te dará trabajo, te lo prometo.

Georgia sacudió la cabeza.

– Si estás dispuesto a compartir la habitación con él, ¿qué puedo decir? ¿Cuándo viene?

Lockie sonrió y le dio un abrazo.

– Gracias, Georgia. Traeremos casi todas sus cosas por la mañana. Evan va a recoger la furgoneta en cuanto le cambie la rueda para ayudar a Andy mientras yo sigo ordenando el sótano. Está todo planeado.

– Eso parece -comentó Georgia, secamente-. Papá va a pensar que hemos transformado la casa en un hotel.

– Le llamaré antes de ir al club. Ahora será mejor que cambie la rueda. Hasta luego.

Después de comer, Georgia volvió a sus estudios con determinación. Los chicos estaban en el sótano, limpiando y guardando las cosas de Andy. En cierto momento, creyó oír el rasgueo de la guitarra, pero después sólo hubo silencio, y Georgia después de mirar el reloj, dejó a un lado los libros y fue a la cocina a preparar el té. Eso era lo que necesitaba.

– ¿Georgia? -Lockie subió ruidosamente por la escaleras e irrumpió en la cocina seguido de Andy, Evan y Ken.

– Estoy preparando un té. ¿Queréis una taza? -preguntó Georgia.

– Más tarde -dijo Lockie, con gesto de concentración-. Mira lo que he encontrado -añadió, mostrando un libro de música viejo y arrugado.

– ¿Mi libro de canciones? Creía que lo había tirado a la basura hace años. ¿Dónde lo has encontrado?

– En el sótano, entre un montón de partituras -Lockie ojeó el cuaderno-. ¿De dónde sacaste estas canciones? Están escritas a mano. ¿Te acuerdas de dónde las copiaste?

Georgia le quitó el cuaderno y rió tímidamente.

– No son canciones profesionales, sólo unos temitas que escribí cuando pensé que quería ser cantautora.

– ¿Las escribiste tú? -preguntó Ken, admirado.

– ¿«Temitas»? ¿Estás loca, Georgia? -exclamó Andy al mismo tiempo-. Son fabulosas. Queremos cantarlas en la actuación.

Georgia trasladó su mirada de Andy a su hermano.

– No estáis hablando en serio. No son más que unas anotaciones.

– Ojalá las canciones de algunos profesionales fueran tan buenas como éstas. Me encantaría haberlas escrito yo.

– Queremos registrarlas e incorporarlas a nuestro repertorio -Lockie tomó el libro de las manos de Georgia y lo abrió en la primera página.

El agua rompió a hervir y Georgia la apagó mecánicamente.

– Lockie, no creo que… -comenzó, pero Lockie alzó una mano para hacerla callar.

– Espera un momento, Georgia. Ken, toca unos acordes.

Georgia los escuchó abrumada. Cuando acabaron hubo un silencio.

– Esto no es un «temita» -dijo Andy, en tono solemne.