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– Tengo que admitir que no ha sonado mal -dijo Georgia, sorprendida de la versión que Lockie acababa de producir de una canción que apenas recordaba haber escrito.

Su período de cantautora había durado sólo hasta que el dolor acabó con eso y con todo lo demás. Sus labios se fruncieron. El dolor que Jarrod Maclean le había causado.

– Entonces, ¿estás de acuerdo? -dijo Lockie, suplicante-. La siguiente la hemos acelerado -añadió, pasando la hoja.

Ken tocó unos acordes.

– Canta con nosotros, Georgia.

Georgia se unió a ellos, tarareando antes de comenzar a cantar la letra.

– Aquí hay ocho magníficas canciones -dijo Lockie cuando acabaron, al tiempo que pasaba las páginas-. Pero ésta es la mejor.

La hoja se salió del cuaderno y Lockie la dejó sobre la mesa.

El título, escrito a mano por Georgia, la sacudió como una bofetada. Sintió que palidecía primero e inmediatamente se ruborizaba.

– ¡No! -exclamó-. Esa no. Es demasiado personal -hizo ademán de tomarla para romperla, pero Lockie la rescató a tiempo-. ¡Lockie, por favor! Tírala. No pensaba haberla guardado. No quiero… Debería haberla quemado -dijo agitadamente.

– ¡Ni hablar! -exclamó Ken.

– De eso nada -dijo Andy.

– Yo hubiera dado cualquier cosa por escribir algo así -dijo Ken, solemnemente-. Y no pienso dejar que la destruyas mientras yo esté aquí.

– Tampoco es tan buena -dijo Georgia-. Ni siquiera la corregí.

– No necesita ningún trabajo. Y tienes razón en una cosa, Georgia -dijo Lockie-. No es buena, es sensacional.

Georgia se ruborizó.

– No podría… No puedo… -respiró profundamente-. Lo que quiero decir es que no la escribí para que la escucharan otros.

Ken dejó escapar una risita.

– Te entiendo. Es una canción muy sensual para una chica tan inocente como tú.

Georgia se sonrojó aún más intensamente y los chicos rieron.

– ¿Vas a contarnos la experiencia que te la inspiró, Georgia? -bromeó Evan.

– Hay que ver lo que da de sí la imaginación, ¿verdad, Georgia? -Ken le guiñó un ojo.

– Acude al rescate de tu hermana -dijo Andy, dándole una palmada en la espalda a Lockie-. Georgia, sólo están bromeando. Pero te aseguro que esa canción puede ser todo un éxito. En eso estamos todos de acuerdo.

– ¿Un éxito? ¿Qué quieres decir? -balbuceó Georgia, al tiempo que combatía los dolorosos recuerdos que la asaltaban-. ¿Lockie?

– Lo que quiere decir Andy es que hemos decidido…

– Unánimemente -intervino Andy.

– Hemos decidido -repitió Lockie-, que es la canción que necesitamos para hacer una grabación. Buscábamos hace tiempo una lo suficientemente fuerte como para hacer un disco. Y ésta es la mejor.

– Pero Lockie, te he dicho que es muy personal. No quiero que nadie la toque. Es… Bueno, me daría vergüenza -concluyó Georgia, abatida.

– Vamos, Georgia, préstanos atención. ¿No quieres ser una autora famosa? -bromeó Lockie.

– Pero Lockie… -comenzó Georgia, pero Andy rió.

– Es una de las canciones más sensuales que he oído en mi vida y hemos pensado tocarla esta noche para ponerla a prueba. Estamos seguros de que va a dar el golpe.

– ¿Queréis que la cante esta noche? -gritó Georgia-. ¡Ni hablar! Sabéis que sólo estoy echándoos una mano hasta que vuelva Mandy. Sólo dos noches. Y no quiero tener que aprender más temas.

Lockie dirigió a los otros una mirada de advertencia y se volvió hacia su hermana.

– Georgia, ya conoces la canción y podemos practicarla ahora mismo -dijo, con dulzura. Georgia se quedó mirándolo fijamente.

– Supongo que estás bromeando. Las canciones nuevas pueden esperar a que vuelva Mandy -dijo, con firmeza.

– Georgia… -comenzó Andy, pero Lockie lo hizo callar con un ademán.

– Sabemos que D.J. Delaney va a venir al club esta noche seguro. Ésa canción -Lockie señaló la partitura-, podría ser un número uno y con el resto de tus canciones, el disco se vendería como rosquillas. Te aseguro que es una gran canción.

– ¡Por Dios, Lockie! -Georgia sacudió la cabeza-. ¿No te das cuenta de que sería un milagro que grabarais un disco? ¿Cuántos grupos locales se hacen famosos? Te aseguro que las estadísticas se inclinan hacia el lado de los que no lo consiguen -Georgia ignoró el hecho de que estaba usando los mismos argumentos que Jarrod había usado con ella-. Y no veo por qué éste va a ser diferente. Tendrías que tener un golpe de suerte descomunal.

– ¿Es que estás sorda? -exclamó Lockie-. ¿No te estamos diciendo que suena fenomenal? Sólo necesitamos esa canción para arrasar -apretó los labios-. Escucha, no te estamos pidiendo que grabes el disco, Georgia. Mandy habrá vuelto para entonces. Pero necesitamos que cantes esta noche.

– No eres una cantante cualquiera -intervino Andy-. Eres de las mejores, como Mandy. ¿Por qué no la cantas una vez con nosotros para ver cómo suena?

Georgia los miró de uno en uno y suspiró.

– De acuerdo. Pero me parece que exageráis.

Ken tocó un acorde y Georgia comenzó a cantar. Los chicos la siguieron y en unos instantes la melodía llenó la cocina. Georgia ni siquiera necesitaba leer la letra. Se dio cuenta de que recordaba cada palabra. Como los chicos la estaban observando, consiguió mantener la compostura y sólo una parte de ella volvió a sentirse como la jovencita enamorada que había escrito la canción.

– ¿Qué te había dicho, hermana? -exclamó Lockie después de un rato de practicarla-. Es pura dinamita. A Mandy le va a encantar.

– Sigo sin querer cantarla, Lockie -dijo Georgia.

Los muchachos protestaron.

– Tienes que hacerlo, Georgia -dijo Andy, suplicante-. Tenemos que aprovechar esta oportunidad.

– Todo depende de ti, hermana -dijo Lockie, retirándose el cabello de la cara.

– No quiero asumir esa responsabilidad, Lockie.

– Georgia…

– No puedo soportarlo más -Georgia se giró bruscamente-. Voy a dar un paseo. Necesito pensar.

Georgia salió por la puerta trasera sin saber muy bien qué iba a hacer. Abrió la verja, y tras cerrarla a su espalda, tomó el sendero y comenzó a caminar entre los matorrales.

Con un sentimiento entre expectante y apesadumbrado de haber vivido aquella escena con anterioridad, recorrió el camino que recordaba de memoria, deteniéndose al llegar al riachuelo.

Buscó con la mirada el banco de arena que constituía su refugio. Sus labios se torcieron en un gesto cínico, pero sus pies la llevaron hacia allí. Miró en torno: el riachuelo, los parches de hierba, el ganado en la distancia. Y el sendero que conducía hacia los Maclean. Hacia Jarrod.

Jarrod. Su dolor escapó en un suspiro tembloroso y se sentó lentamente en la arena. Un frío doloroso se asentó en la boca de su estómago. Para protegerse, dobló las rodillas y se las abrazó.

Hacía años que no iba a ese lugar. No había querido visitarlo para evitar recordar. Y sin embargo, en un principio, convencida de que Jarrod volvería, apenas se alejaba de él.

Pero se había equivocado y, finalmente, Georgia aceptó la cruda realidad; como en las letras de las canciones de country: «él le había hecho daño y ya no volvería».

Pero Georgia seguía sin comprender por qué Jarrod había actuado como lo había hecho, después de todo lo que habían compartido, especialmente la noche en que Georgia escribió la canción.

Cuando la escribió, escapó de su boca como un torrente, como una prolongación de la nebulosa en la que se había quedado sumida tras hacer el amor con Jarrod, recordando sus manos sobre su cuerpo, sus labios…

Tal vez lo que debía hacer era cantarla para exorcizar los fantasmas que la asaltaban. Se puso en pie. Comportarse como una doncella victoriana no iba a servirle de nada. Y eso era lo que había hecho desde que Jarrod volvió a casa.

Había consentido que su presencia la abatiera y alimentara sus inseguridades. Pero había llegado la hora de enfrentarse a sí misma o acabaría odiándose.