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– ¿Qué tipo de ultimátum? ¿Ha roto el compromiso?

– No exactamente. Ya sabes que no está contenta con cómo están las cosas. Quiere que haya algún cambio.

– Cuando dices «cosas», supongo que te refieres al grupo.

Lockie asintió, sin dejar de moverse arriba y abajo.

– Mandy dice que no tenemos rumbo y que está harta del tipo de conciertos que conseguimos. Quiere que me organice y prepare un plan para el grupo. Si no… -Lockie apretó los labios.

– ¿Si no? -le animó Georgia.

– Si no, dejará Country Blues y aceptará la oferta de un grupo de Sydney. Tiene un mes para contestarles y va a tomar la decisión cuando vuelva de Nueva Zelanda.

– ¿Y si acepta el trabajo en Sydney?

– Se acabará todo: el grupo, porque nos quedaremos sin cantante, y Mandy y yo… -Lockie bajó la mirada.

– ¿Quieres romper tu compromiso con ella?

Lockie se sentó.

– ¿Tú qué crees, Georgia? Sabes lo que siento por Mandy. Quiero casarme con ella y si tuviera dinero lo haría mañana mismo. Lo sabes.

– Entonces haz algo al respecto. No puedes sentarte a esperar a que pase algo, Lockie. Entiendo cómo se siente Mandy. La arrastras por el país en esa furgoneta destartalada para ganar una miseria. Tienes que comprender que esto no puede seguir así.

– Pero en este negocio hay que pasar muchas pruebas y sabes que no podría hacer ninguna otra cosa. La música es mi vida.

– Y Mandy lo sabe, pero eso no significa que ella tenga que renunciar a lo que quiere. Tenéis que llegar a un acuerdo.

– Supongo. Creo que he esperado demasiado de ella. Creía que no estaba preparado para casarme, pero no concibo mi vida sin ella. No quiero renunciar a Mandy, Georgia -Lockie la miró a los ojos.

– ¿Y qué piensas hacer?

Él se encogió de hombros.

– No lo sé.

– ¿Qué hay de la grabación de la que me hablaste la semana pasada?

– ¿Con J.D. Delaney y Skyrocket Records? No fueron más que palabras, hermanita. Para tener una oportunidad así tendríamos que poder tocar en algún sitio famoso. No pódennos llegar y decir: aquí estamos. No nos dejarían pasar de la recepción -Lockie se levantó de nuevo y fue hasta la ventana-. Necesitamos tocar en un sitio como el Country Music Club, en Ipswich -su rostro se iluminó-. Pero si consiguiéramos tocar allí, sería un trampolín para la televisión, grabar un disco o cualquier otra cosa.

– Pues inténtalo, Lockie -le animó Georgia.

Él rió secamente.

– Sí, claro. ¿Qué quieres, que entre y diga que somos los Country Blues para que me contesten: los Country qué?

– ¿Y por qué no? -Georgia se rió de sí misma. ¿Quién era ella para dar un consejo así cuando no era capaz de poner en orden su propia vida? Con una seguridad nacida de la costumbre, añadió-. ¿Qué otra alternativa te queda?

– Ninguna.

Antes de que pudiera decir más, sonó el teléfono. Georgia lo contestó.

– ¿Hola? -dijo, en tono apagado.

– ¿Georgia? Menos mal que estás en casa. ¿Puedes venir a recogerme?

– ¡Morgan! -Georgia percibió el tono de agitación de su hermana-. ¿Qué te pasa?

– ¿Tengo que explicártelo ahora? Quiero volver a casa -Morgan elevó la voz-. ¿Está Lockie? ¿Podéis venir en la furgoneta?

– Claro, pero, ¿por qué? ¿Dónde está Steve?

– Ha salido y no quiero estar en casa cuando vuelva. Nos hemos peleado.

– ¿Por qué? -Georgia se masajeó la sien. Comenzaba a sentir el dolor de cabeza que llevaba amenazando con estallar todo el día.

– ¡Por Dios, Georgia! -exclamó Morgan en tono agudo-. No ha sido más que una pelea, ¿necesitas más explicaciones? -suspiró profundamente-. Steve me ha pegado y no pienso pasar con él ni un día más.

– ¿Steve qué? -preguntó Georgia, atónita.

– Si no vienes a por mí, me iré andando.

– No puedes hacer eso a esta hora de la noche -dijo Georgia.

– Pues ven a por mí.

– De acuerdo. Espéranos. Llegaremos en media hora. Y por favor…

– ¡Ahora no, Georgia! -interrumpió Morgan-. Te lo explicaré más tarde. Sólo quiero irme de aquí, así que date prisa -y colgó.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Lockie.

– Morgan quiere volver a casa -explicó Georgia.

– ¡Lo que nos faltaba! -Lockie levantó los brazos exasperado.

– Dice que se ha peleado con Steve y que él la ha pegado.

– ¿Steve? No me lo creo -exclamó Lockie-. Seguro que Morgan le pegó primero a él.

– ¡Por favor, Lockie! -Georgia se pasó la mano por la frente-. Tenemos que ir a por ella. Voy a cerrar mientras tú vas a por la furgoneta.

– La furgoneta no está aquí.

Georgia se paró en seco.

– ¿Dónde está?

– La tienen Andy y Ken. Ya te dije que el casero de Andy se había quejado de sus ensayos con la batería. Se ha mudado y les he dejado la furgoneta para que llevaran las cosas. No sé cuándo me la devolverán.

Georgia sintió una punzada en el estómago y olvidó su cansancio.

– Tendremos que llamar a un taxi -se volvió hacia el teléfono, calculando mentalmente el dinero que le quedaba para llegar a fin de mes.

Lockie la detuvo.

– No hace falta, Georgia.

Georgia arqueó las cejas y él tosió con nerviosismo.

– Jarrod va a pasar por aquí. Él puede llevarnos.

Georgia se quedó paralizada. Volvió la cabeza lentamente hacia su hermano.

– ¿Por qué va a…? -no pudo concluir la frase.

– ¿Y por qué no? -Lockie preguntó, mirándola fijamente-. Es mi mejor amigo y acaba de volver de los Estados Unidos.

Georgia hizo un esfuerzo para sobreponerse externamente aunque su pulso se hubiera acelerado y el nudo que se le había formado en el pecho amenazara con ahogarla.

– Jarrod no te ha visto todavía -continuó Lockie-, y cuando le dije que volverías sobre las nueve y media me dijo que pasaría a verte.

– ¿Y no se te ha ocurrido pensar que yo no quisiera verlo? -dijo Georgia.

– No puedes vivir en el pasado, hermanita. Cuatro años son mucho tiempo. Algún día tendrás que verlo.

Cuatro años atrás, Georgia juró que jamás volvería a verlo.

– Ha cambiado -continuó Lockie-. Parece mayor.

En ese momento oyeron el sonido de las ruedas de un coche sobre la gravilla del camino que accedía a la casa.

¡Georgia no podía soportar la idea de verlo! Una voz interior le dijo que había tenido cuatro años para recuperarse de su engaño y de su crueldad. Tomó aire.

– Aquí está -dijo Lockie, apretándole el brazo-. El pasado es el pasado, Georgia.

Ella asintió con resignación. Ojalá las palabras de Lockie fueran verdad.

– Supongo que tienes razón -accedió-. Y tenemos que recoger a Morgan. Ha sido una suerte que… Jarrod… -el nombre estuvo a punto de atragantársele-… estuviera de camino -concluyó, casi sin respiración.

Jarrod. Había dicho su nombre. Era la primera vez en cuatro años. Le sonaba extraño y sin embargo, era el nombre que mejor conocía.

¿Mejor? Georgia estuvo a punto de dejar escapar una carcajada. ¿En qué sentido lo conocía mejor? En todos, se dijo con dureza. ¿Cómo iba a olvidar el nombre, o a él? Jarrod. Jarrod Peter Maclean. El único hijo del tío Peter Maclean.

– ¿Georgia? -Lockie le tocó el hombro, sacándola de su estupor con un sobresalto.

– Sí. Vamos -dijo ella con suavidad, avanzando hacia el vestíbulo.

– Vamos -repitió Lockie, aliviado, abriendo la puerta al tiempo que una figura alta y corpulenta subía las escaleras de dos en dos.

– Hola, Lockie -saludó Jarrod con una sonrisa, sin darse cuenta de que Georgia estaba detrás de su hermano, como una estatua.

Georgia quiso moverse y enfrentarse a él, pero su cuerpo no respondió hasta que decidió hacerlo por su cuenta. Sus latidos se aceleraron, la sangre discurrió ardiendo por sus venas, sus manos ansiaron tocar a Jarrod, dibujar el perfil de su mentón, sentir la suavidad de su mejilla afeitada. Y sus labios quisieron probar una vez más los de él.