– Por lo que veo, tú no. ¿No quieres convertirte en una cantante famosa?
– La verdad es que no -dijo Georgia, riendo con sarcasmo-. Tal y como tú mismo dijiste: no encajaría en mi carrera.
– ¿De verdad prefieres tu carrera a la fama?
– Es más segura. Incluso puede que algún día tenga mi propia librería.
– Nunca creí que te convirtieras en una mujer de carrera.
«Porque no me conocías de verdad», hubiera querido decirle Georgia. «O nunca me habrías hecho tanto daño».
– ¿Y por qué no iba a querer tener una librería? La semana pasada me decías que debía hacer algo así.
– Pero te recuerdo como alguien con un espíritu romántico. Te iría más ser poeta, o compositora.
«O madre y esposa», quiso gritar Georgia. ¿No era eso también romanticismo? «Díselo, Georgia, díselo, a ver cómo reacciona el impasible Jarrod Maclean».
Jarrod se volvió para mirarla de lado, como si percibiera un cambio en su actitud, pero antes de que dijera nada, Georgia continuó:
– ¿Poeta, compositora, esposa y madre? -se escuchó decir.
Una emoción que Georgia no hubiera sabido definir cruzó el rostro de Jarrod por unos segundos, pero logró recobrar su impenetrabilidad habitual en unos segundos.
¿Acaso no lo tenía todo tan bajo control como aparentaba y como le había hecho creer a Georgia?
– Siempre tan romántica, ¿verdad, Jarrod? -a Georgia le admiró la calma que trasmitía su voz cuando en su interior se sentía hervir de rabia y desesperación.
Jarrod se estremeció imperceptiblemente y palideció, como si Georgia hubiera dicho algo que lo perturbaba.
Saber que le había hecho daño le produjo una sensación de triunfo. Si conseguía herirlo era porque, en algún momento, Jarrod debía haber sentido algo por ella y tal vez se arrepentía de lo que había hecho.
La esperanza creció en su interior, pero ella misma la apagó con la maestría que le proporcionaba la experiencia. Estaba siendo más estúpida que nunca si olvidaba que Jarrod no hubiera actuado como lo hizo de haberla amado.
Entonces, ¿por qué se sentía culpable por hacerle daño? Era él quien había actuado mal. Ella no le había roto el corazón ni lo había abandonado. Ni pretendía ser amiga suya y charlar como si nada hubiera pasado, como si nunca se hubieran conocido íntimamente.
Pero si lo tenía todo tan claro, ¿por qué sentía tanto dolor?
– La verdad es que pensaba que te habrías casado -dijo Jarrod en tono mate-. En parte creía que te encontraría establecida y con un par de niños.
Algo se removió en el interior de Georgia, un recuerdo doloroso de los momentos más difíciles, y, para ocultar la verdad que sabía estaba escrita con toda nitidez en su rostro, miró en otra dirección.
– ¿De verdad? ¿Por qué? -en cuanto recuperó el dominio de sí misma se volvió a mirarlo.
Jarrod se encogió de hombros.
– No lo sé. Eres una mujer atractiva y estoy seguro de que eso mismo piensan los hombres que te rodean -hizo una pausa-. ¿Hay alguien especial en tu vida?
– Tal vez -mintió Georgia. ¡Qué absurdo! Ni siquiera había mirado a otro hombre desde que Jarrod se marchó.
– ¿Andy? -Jarrod hizo girar la lata de cerveza en sus manos.
– Andy es un buen amigo -fue todo lo que Georgia dijo.
– ¿No estás enamorada de él? -preguntó Jarrod, mirando a un punto indeterminado con los ojos entornados.
¿Cómo se atrevía a pronunciar esa palabra? Si conociera su significado no se atrevería a hacerlo.
– ¿Enamorada? -Georgia se obligó a sonreír-. No creo que el amor… -hizo una pausa-… tenga nada que ver con esto.
Jarrod apretaba la mandíbula y un nervio le tembló en la sien, pero no se volvió a mirar a Georgia.
– Prefiero estar disponible -dijo, para provocarlo.
Entonces Jarrod sí se volvió y ella le sostuvo la mirada con expresión altanera.
– No me lo creo, Georgia -dijo, sacudiendo la cabeza e incorporándose para apoyarse en la barandilla, a poca distancia de ella. Demasiado cerca.
– ¿Por qué no? Ya no soy la adolescente que tú conociste.
– Supongo que no -dijo él.
– Y puede que haya decidido que lo quiero todo: una carrera, relaciones…
– ¿Relaciones? ¿En plural?
La tristeza que tiñó la pregunta de Jarrod hizo que las emociones afloraran a la piel de Georgia. Clavó la mirada en él en el momento en que Jarrod deslizaba la suya por sus senos, y Georgia sintió la piel arder bajó el fuego de sus ojos con la misma violencia que si la hubiera tocado. Exactamente igual que en el pasado.
La tensión en Jarrod era evidente y Georgia, expectante, anhelante, contuvo la respiración. Pero Jarrod pareció relajarse y el instante mágico pasó, dejando a Georgia con una familiar sensación de pérdida y abandono.
– La verdad es que tienes razón -dijo ella, cruzándose de brazos para ocultar sus senos-. No necesito ningún hombre a mi lado. Lo intenté en una ocasión y te aseguro que no me salió bien.
– Georgia…
Georgia no necesitó oír la emoción contenida en la voz de Jarrod para saber que había vuelto a tocar un punto vulnerable. Y de pronto se dio cuenta de que en su intento de provocarlo, estaba desnudando su alma sin ningún pudor.
Intentó reír con indiferencia.
– Amor, no. ¿Sexo? Eso ya es otra cosa. Quizá la mejor lección que aprendí fue a no intentar combinar las dos. ¿No te parece que es complicar las cosas?
– ¿Qué quieres que responda a eso, Georgia? -preguntó Jarrod, apagado, sin mirarla.
– Nada, Jarrod -Georgia se encogió de hombros, cansada de la conversación pero incapaz de darla por terminada-. Pero lo que está bien para un hombre también debe estarlo para una mujer. ¿No crees que es justo? La ciencia ha hecho libres a las mujeres. Y estarás de acuerdo conmigo en que «la práctica hace al maestro».
Jarrod dio un paso hacia ella, la sujetó con firmeza, clavándole los dedos en la piel de sus brazos y atrayéndola bruscamente hacia sí. Georgia sintió el cuerpo de Jarrod en tensión y respondió espontáneamente a su reclamo.
Él agachó la cabeza y con su boca selló la de ella, besándola con una violencia muy distinta a las tiernas caricias que habían compartido en el pasado. Su lengua se entrelazó con la de ella en un baile frenético. Y Georgia reaccionó a su pesar, estrechándose contra él, amoldando su cuerpo al de Jarrod.
Había pasado mucho tiempo. Intentó justificar su comportamiento para acallar el único resquicio de racionalidad que le quedaba. Llevaba esperando ese momento cuatro años, al despertar de una sensualidad que se había quedado adormecida.
El beso también excitó a Jarrod. Georgia podía sentir su sexo presionándola y sus manos abiertas sujetándola con firmeza por las nalgas.
Se separaron sin aliento. Georgia podía oír los latidos de su corazón golpearle los oídos. Alzó la mirada y encontró los ojos velados de Jarrod. Georgia se pasó la lengua por los labios y Jarrod tensó los muslos.
Siguieron así, de pie, inmóviles, hasta que Jarrod suspiró profundamente. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, recuperó el dominio de sí mismo y soltó a Georgia.
– Lo siento -dijo, con voz grave-. No pretendía hacerlo. No quería hacerte daño.
Georgia se frotó los brazos. Pero no era el dolor físico lo que la preocupaba.
– Creo que estoy un poco alterado estos días, entre lo de Peter… -Jarrod tomó aire y se sentó mecánicamente, como si se estuviera obligando a adoptar una actitud natural-. No debía haberte besado.
– No. Tú… -Georgia carraspeó y se alejó de él-. No debíamos haberlo hecho.
Hubo un tenso silencio.
– Como hemos crecido juntos, sigo viéndome como un hermano mayor que debe cuidar de ti.
– Ese no ha sido un beso de hermano mayor -dijo Georgia.
– Lo siento, Georgia. Pero no te preocupes, no volverá a pasar.
– No. No volverá a pasar -dijo, con tanta convicción como pudo reunir.