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– No era mi papel chismorrear.

– ¡Chismorrear! ¿Quieres decir que mi padre todavía no lo sabe?

– Puede que lo sospeche. Escucha, ¿no podemos dejarlo? Siento haber tenido que decírtelo -la voz de Isabel sonó con más emoción de la que Georgia le había escuchado nunca.

– ¡Estoy seguro! -dijo Jarrod, ásperamente.

– Pero he creído que debías saberlo antes de que… -Isabel hizo una pausa-… las cosas fueran demasiado lejos.

– ¿Demasiado lejos? -Jarrod habló con tanta amargura que Georgia entró en el vestíbulo, pero antes de que pasara al salón, su tía volvió a hablar en un tono tan provocativo, que Georgia se quedó una vez más paralizada.

– ¿Jarrod? -lo llamó Isabel, casi en un ronroneo-. Lo mejor es que lo resuelvas lo antes posible. Puedes decirle que se acabó, que has cambiado de opinión. Georgia es joven. No tardará en encontrar a otro.

– ¿A otro? -repitió Jarrod, quedamente.

– Sí. Y tú también. Conozco un montón de jóvenes que estarían dispuestas a ocupar su lugar. Eres muy atractivo… -Isabel intentó animarlo, pero Jarrod la interrumpió con una carcajada llena de sarcasmo.

– Y esa otra persona a la que voy a encontrar… -dijo, con amargura-. Estoy seguro de que piensas ponerte al principio de la cola, ¿no es así, Isabel? Siempre lo has deseado. Desde que volví de la facultad.

Georgia dio un paso adelante al tiempo que Jarrod se acercaba a su madrastra, la atraía hacía sí bruscamente y la besaba con violencia. Cuando concluyó el beso, se quedaron uno junto al otro como dos estatuas de mármol.

Capítulo 9

– ¿Jarrod? -Georgia contempló la expresión torturada de su rostro-. ¿Tía Isabel? ¿Qué…? -tragó saliva-. ¿Jarrod? -se asió al marco de la puerta.

Isabel palideció, pero no tanto como Jarrod.

– Georgia -dijo, en un hilo de voz-. ¿Desde cuándo estás ahí?

– La verdad, Georgia -dijo Isabel-. No deberías escuchar las conversaciones privadas de los demás.

– Necesito un trago -exclamó Jarrod.

Se acercó al bar y, sirviéndose una copa con manos temblorosas, la bebió de un trago. Georgia e Isabel lo observaron en silencio llenar de nuevo el vaso. Pero Jarrod, en lugar de beberlo, lo tiró contra la chimenea.

Georgia se estremeció. El ruido del cristal haciéndose añicos la sacó de su inmovilidad. Jarrod había besado a la tía Isabel, a su madrastra.

– Georgia, será mejor que te vayas a casa -dijo Isabel-. Estamos tratando un asunto familiar.

Georgia ni siquiera la miró. Sus ojos estaban pegados a Jarrod. Vio una multitud de emociones cruzar su rostro, algunas a tal velocidad que le resultó imposible descifrarlas. Pero descubrió la incredulidad, el dolor, la pena… Una pena profunda y desolada que subyacía a su ira. De pronto, la batalla interior que parecía estar lidiando concluyó, y sus ojos quedaron vacíos de emoción.

– ¿Un asunto familiar? -Jarrod miró a Isabel con frialdad-. ¿Y Georgia no es un miembro de la familia?

– Jarrod, no…

– No -dijo él, en tono mate-. Déjanos, Isabel. Como has dicho, Georgia y yo tenemos que hablar.

Isabel se llevó una mano a la garganta.

– ¿No crees que sería mejor dejarlo hasta mañana? -sugirió.

Pero Jarrod sacudió la cabeza.

– No. Déjanos, Isabel.

La mujer madura pareció titubear y a continuación, apretando los labios en un gesto de desaprobación, dejó la habitación. En la última y rápida mirada que dirigió a Georgia, ésta vio que estaba asustada. Pero su atención estaba volcada en Jarrod, al que miró de inmediato con ojos desencajados, al tiempo que contenía la respiración.

Tenía la sensación de que el mundo se tambaleaba, se rompía en añicos a su alrededor. ¿Jarrod y la tía Isabel?

Jarrod caminó hacia ella y se detuvo a poca distancia, mirándola con gesto severo.

– Georgia, tenemos que hablar. Siéntate, por favor.

– No creo que haya nada que decir -dijo ella, cortante.

– ¿Qué has escuchado?

– ¿Escuchar? No me ha hecho falta escuchar. Me ha bastado con mirar. No puedo creer que…

– Georgia, por favor – se pasó una mano por el cabello-. Es más de lo que…

Georgia dejó escapar una carcajada.

– ¿Más? -el dolor le apretaba el corazón que de pronto parecía habérsele convertido en un cubo de hielo. Caminó con lentitud hacia un sillón y se sentó en el borde, manteniendo la espalda erguida y en tensión, con las manos apretadas sobre el regazo-. ¿Qué más puede haber? ¿Cómo has podido besar así a la tía Isabel?

– Georgia, por favor. Estoy intentando explicarte que no es lo que tú crees.

– Me dijiste que me amabas.

– Y es verdad -Jarrod la miró titubeante. De pronto pareció cambiar de actitud-. Tengo que marcharme -añadió, bruscamente.

Georgia se humedeció los labios, pero no pudo articular palabra.

– Me voy a los Estados Unidos -Jarrod la miró a los ojos unos instantes, antes de retirar la mirada-. Tengo que ir a ver a mi padre.

– Creía que estaba en Hong Kong -dijo Georgia, pausadamente.

– Pero luego va a los Estados Unidos. Tengo que hablar con él sobre un asunto.

Georgia se cubrió la boca con las manos. Si no salía de aquella habitación iba a vomitar. ¿Jarrod y su tía Isabel? ¡No!

– ¿Vas a… vas a hablar con él de lo de esta noche?

– No. De todas formas pensaba marcharme -dijo Jarrod-. Iba a decírtelo. Ha surgido un asunto. Un problema.

El corazón latía con tal fuerza en el corazón de Georgia que creyó ensordecer. Jarrod se pasó una mano por el cabello y se volvió bruscamente hacia ella, pero bajó los párpados para ocultar sus ojos.

– Puede que no vuelva -dijo, de un tirón.

Georgia se sobrecogió. Tenía que haber oído mal. Debía estar soñando. Después de todo lo que había habido entre ellos… Lo que habían representado el uno para el otro…

El pánico de adueñó de ella.

– Jarrod, ¿cómo has podido hacerme esto?

– Georgia, lo siento -dijo él, carente de emoción-. Nunca he pretendido hacerte daño.

– ¡No! -Georgia sacudió la cabeza-. ¡Deja de mentir! Jamás hubiera creído que podía odiar a alguien tanto como te odio ahora mismo. No quiero volver a verte nunca más. Ni a ti ni a la tía Isabel.

Jarrod apretó los labios con fuerza. Un nervio le tembló en la mandíbula.

– Georgia, de verdad que siento que tengamos que acabar así. Pero las cosas han cambiado -dijo, con amargura-. Créeme, Georgia, yo te amaba.

– ¿Amarme? No sabes lo que esa palabra significa, Jarrod -Georgia comenzó a llorar, convencida de que el corazón se le había roto en dos.

– Sé muy bien lo que significa -dijo él en un susurro. Y Georgia rió.

– Tú sabes lo que es el sexo. Ahora, gracias a ti, también yo lo sé. Pero también he aprendido lo que no es el amor -Georgia se encaminó hacia la puerta.

– Georgia -Jarrod hizo ademán de posar la mano en su hombro, pero ella lo esquivó.

– ¡No me toques! -gritó-. ¿Cómo has podido hacerme esto, Jarrod? ¿Cómo has podido utilizarme así?

– Te dije desde un principio que debíamos mantener la relación en un plano amistoso. No pensé que las cosas… llegarían tan lejos, pero tú…

– ¡Qué galante! Así que yo te seduje y te obligué a hacerme el amor -Georgia alzó una mano temblorosa-. Perdón, quiero decir que te obligué a mantener relaciones sexuales conmigo.

– Yo no pretendía… Georgia, tú eres muy atractiva y deseable… Estabas disponible y yo, después de todo, soy un hombre.

– No -dijo ella, sintiéndose morir-. No, Jarrod, tú no eres un hombre. Tampoco conoces el significado de esa palabra. Estás muy equivocado. Los hombres de verdad no se comportan así.

Con esas palabras, Georgia se giró sobre sus talones y salió corriendo, adentrándose en la oscuridad sin poder controlar las lágrimas que la cegaban.