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Con un esfuerzo sobrehumano, apartó de su mente aquellos pensamientos y miró a Jarrod a los ojos.

Sus ojos azules le devolvieron la mirada desde la penumbra, pero aun así, Georgia percibió en ellos un brillo de deseo tan intenso como el suyo, y, por un instante, se sintió invadida por la alegría.

– Hola, Georgia -dijo él, tranquilo-. Siento venir a esta hora, pero Lockie me ha dicho que estarías trabajando hasta tarde. No he logrado coincidir contigo en estos días.

– Es una suerte que hayas venido -Lockie intervino para romper la tensión que llenaba el ambiente-. ¿Puedes llevarnos a Oxley? Morgan acaba de llamarnos diciendo que quiere volver a casa.

– Claro -Jarrod apartó su mirada de Georgia y miró a Lockie-. ¿Qué ha pasado?

– Morgan siempre nos da problemas -comentó Lockie.

– Será mejor que nos pongamos en marcha. Le dije que estaríamos allí en media hora -Georgia dio un paso adelante-. Sólo si no es un inconveniente, J. Si no, podemos tomar un taxi.

– No es ningún problema -dijo él.

Estaban al pie de la escalera cuando Lockie se detuvo.

– Será mejor que deje una nota en la puerta por si Andy viene a traer la furgoneta antes de que volvamos. En seguida vengo -y los dejó solos.

Georgia siguió a Jarrod en silencio, por el sendero, hasta el coche.

Capítulo 2

Jarrod conducía una de las camionetas de la compañía de su padre, con la inscripción «Construcciones Maclean», grabada en el lateral. Rodeándola, se acercó a la puerta del pasajero y la abrió.

Georgia, con los nervios a flor de piel, se quedó parada. Jarrod la observó y por fin pareció relajarse levemente. Apoyando el brazo sobre la puerta, dijo:

– Lockie me ha dicho que tu padre está en la costa. ¿Qué tal está?

– ¿Quieres decir que si está bebiendo? -las palabras escaparon de la boca de Georgia antes de que pudiera contenerlas. Jarrod la miró con severidad.

– No, no me refería a eso -dijo, fríamente-. Peter me ha dicho que tu padre no prueba una gota de alcohol desde hace años.

Georgia hubiera querido decirle que desde hacía cuatro años, pero se reprimió.

– Está bastante bien -dijo, con calma-. Está renovando una casa. Tardará al menos un mes en volver.

– ¿Tiene bastante trabajo?

¿Estaban Jarrod o su padre realmente interesados en conocer la respuesta? No habían dudado en librarse de él cuando, tras la muerte de la madre de Georgia, había comenzado a beber, siete años atrás. La voz interior de Georgia la reprendió. Había sido su padre quien, tras la muerte de su esposa, decidió dejar la empresa de ingeniería de la que era dueño su cuñado. Pero ninguno de los Macleans trató de impedírselo, insistió Georgia.

– El suficiente como para ir tirando -dijo Georgia.

La tensión volvió a crecer, envolviéndolos a ambos en la oscuridad, y Georgia sintió la boca seca. ¿Recordaría Jarrod las noches que habían pasado juntos, las largas conversaciones, los besos embriagadores, la manera en que sus cuerpos se movían al unísono al ritmo de una música que sólo ellos dos escuchaban?

Una oleada de deseo la inundó. ¿Estaría sintiendo Jarrod la misma tentación que ella de alargar la mano y tocarla? Georgia reprimió un gemido e hizo ademán de apartarse al ver que Jarrod se movía.

Él la tomó por el brazo y Georgia se preguntó si la ayudaba a mantener el equilibrio o si pensaba…

– Ya está -la llegada de Lockie actuó como una ducha de agua fría. Georgia se soltó como si la hubiera picado una avispa. Su hermano, ajeno a la incomodidad de los otros dos, sonrió-. ¿Listos?

Georgia y Lockie se subieron al asiento de delante mientras Jarrod rodeaba la camioneta para colocarse tras el volante.

– Muévete un poco, hermana -dijo Lockie, empujándola-. Si esta puerta se abre mientras estamos en marcha, voy a salir disparado como el corcho de una botella de champán.

Georgia sintió que se acaloraba al desplazarse en el asiento para dejar más espacio a su hermano. Forcejeó con el cinturón de seguridad y Lockie y Jarrod intentaron ayudarla.

Georgia sentía tal tensión que le dio miedo estallar. Al encender el motor y cambiar de marcha, Jarrod le rozó con el brazo, y Georgia tuvo que contenerse para no gritar. Estaba segura de que los dos hombres notaban, como ella, la electricidad que llenaba la cabina.

No fue capaz de entablar una conversación intrascendente, porque estaba demasiado ocupada tratando de justificarse a sí misma, habitualmente tan contenida y racional, las inesperadas reacciones que la asaltaban. Cuando creía haber alcanzado por fin cierto equilibrio en su vida, comprobaba lo equivocada que estaba.

– Cuando lleguemos a Oxley tendréis que indicarme el camino -dijo Jarrod.

– Georgia sabe llegar -dijo Lockie-. Se me ocurre una idea. El piso nuevo de Andy está en Darra. Ya que vamos a pasar por allí, ¿por qué no me dejáis y así no tengo que quedar después con él?

– Puede que Andy no haya acabado todavía -dijo Georgia, espantada de que Lockie estuviera dispuesto a dejarla sola con Jarrod.

– Seguro que sí. No tiene demasiadas cosas -dijo Lockie, ajeno a los mensajes silenciosos que le mandaba su hermana-. Estaré en casa para cuando volváis con Morgan.

– Lockie… -comenzó a protestar Georgia.

– Tiene razón, Georgia -dijo Jarrod, y Georgia no tuvo más remedio que aceptarlo aunque la insensibilidad de su hermano la pusiera furiosa.

– ¿Lleva Morgan mucho tiempo fuera de casa? -preguntó Jarrod-. Me cuesta imaginarla con edad suficiente como para abandonar el nido.

– No se marchó con la aprobación familiar -explicó Georgia-. Sólo tiene diecisiete años y nos parecía demasiado joven como para vivir con su novio.

– Lo comprendo -dijo Jarrod, adelantando a un coche.

– Morgan está pasando por una crisis. Decidió dejar el colegio y no ha conseguido trabajo. Está siendo muy testaruda.

– ¡Y tanto! -intervino Lockie-. Siempre me he preguntado si la idea de ponerse a vivir juntos no era suya y no de Steve. Aunque cueste entenderlo, Steve está loco por ella. Por eso no llego a creerme que la pegara. No es su estilo.

– ¿Ese tipo ha pegado a Morgan? -preguntó Jarrod, con el ceño fruncido.

– Eso le ha dicho a Georgia -dijo Lockie.

– ¿Cuántos años tiene? ¿Tiene trabajo? -preguntó Jarrod.

– Es algo mayor que Morgan, ¿verdad, Georgia? Debe tener unos veinte años. Trabaja con tu padre. Siempre me ha parecido un chico agradable y sensible. ¿A ti no, hermana?

– Es un buen chico… -comenzó a decir Georgia, aunque hubiera preferido que su hermano dejara de discutir los asuntos familiares tan abiertamente.

– No tan buen chico si ha pegado a una mujer -la cortó Jarrod, bruscamente-. Cualquier abuso, físico o mental, es inadmisible.

– Puede que haya cosas peores -dijo Georgia, con amargura. El pasado le hacía muecas y las palabras escaparon de su boca sin pensarlas. Tuvo la sensación de que Jarrod se crispaba.

– Para mí no -dijo él, con firmeza-. Una discusión no tiene por qué acabar así.

– Tienes razón. Los hombres que pegan a sus mujeres son unos cobardes. Gira a la izquierda en el siguiente semáforo -Lockie señaló la calle en la que vivía Andy y la furgoneta aparcada frente a una de las casas, donde Andy y Ken estaban cargando una caja-. Bien, os veré más tarde en casa.

Y Georgia lo observó marchar.

Antes de que pudiera soltar el cinturón de seguridad y desplazarse hacia la ventanilla, Jarrod arrancó y ella continuó sentada junto a él, como dos amantes. Como había sido siempre en el pasado.

Una vez más, su hermano se había inhibido de cualquier responsabilidad…

– Siento mucho todo esto -Georgia se esforzó por aparentar calma-. Y te agradezco tu ayuda.

– Ya te he dicho que no es molestia -Jarrod respondió con sequedad, y ambos guardaron un silencio incómodo hasta que Georgia lo rompió para darle instrucciones al salir de la autopista.