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La mujer madura había perdido al hombre que amaba hacía casi treinta años y eso la traumatizó de tal manera que había decidido destrozar las vidas de dos personas que no tenían ninguna responsabilidad en su desgracia.

– ¿Te sirvió de algo vengarte? -preguntó Georgia, con frialdad.

– No -dijo Isabel, con ojos brillantes de rabia-. Jarrod era el hijo que yo nunca había tenido. Y tú eres la viva imagen de tu madre. Jenny fue siempre la guapa, la preferida de todos. Peter quería casarse con ella -siguió, como ausente-. Pero ella tenía que elegir a Geoff.

– Tía Isabel… -Georgia sacudió la cabeza. ¿Tenía sentido recriminarla? De pronto se daba cuenta de que su tía vivía un vacío emocional en el que no dejaba entrar a nadie. Ni siquiera a su marido.

Tragó saliva. ¿Se habría convertido ella en una nueva Isabel, fría, distante, vengativa? Georgia se estremeció.

– Quiero ver a Jarrod -dijo, calmada-. ¿Dónde está?

– Se ha marchado. Llegas demasiado tarde.

Georgia miró la hora.

– Su avión no sale hasta dentro de tres horas.

– Decidió irse antes.

– No te creo -Georgia pasó de largo y llamó a Jarrod en alto, hasta llegar a su dormitorio.

– No entres, Georgia. ¿Cómo te atreves a irrumpir así en mi casa? -le llegó la voz de Isabel a su espalda-. Te he dicho que ha ido al aeropuerto.

Georgia abrió la puerta y contuvo la respiración al ver el equipaje de Jarrod preparado al pie de la cama.

– ¿Dónde está, tía Isabel?

– No tengo ni idea -Isabel se dio media vuelta y se alejó por el corredor.

Georgia se quedó de pie, apoyada en el umbral de la puerta. ¿Dónde estaría Jarrod? Si estuviera en el jardín la habría oído llamar. ¿Habría ido a la oficina?

De pronto tuvo una idea y salió corriendo a través de los matorrales hacia el riachuelo.

Pero no lo encontró en el puente y por un instante, Georgia pensó que se había equivocado. Iba ya a volverse cuando oyó la voz de Jarrod llamándola.

Bajó la mirada y lo vio al fondo, bajo el árbol que solía servirles de refugio. Georgia bajó a su encuentro.

– Pensaba… -comenzó a decir-. Tenía que verte -dijo, sin aliento-. Quiero que sepas…

Georgia estalló en llanto y le contó toda la historia, incluida la conversación con Isabel.

– Así que no es verdad, Jarrod -concluyó.

Él parecía aturdido. Luego, le hizo algunas preguntas.

– Isabel ha admitido que mintió, Jarrod. Y papá dice que puedes hacer las averiguaciones que quieras con el médico -Georgia observó las confusión de sentimientos que asaltaban a Jarrod.

– Cuando Isabel… -dijo él, sacudiendo la cabeza-. Lo que me contó parecía tan posible y explicaba tan bien algunas cosas, como la frialdad de la relación entre ella y Peter, la tensa calma que se percibía cuando tus padres estaban de visita… No dudé que fuera verdad -Jarrod apretó la mandíbula-. ¿Cómo nos ha podido hacer esto? ¿Por qué? -exclamó, con amargura-. Estos años perdidos, el bebé. Dios mío, podría…

– Debemos compadecerla, Jarrod -lo atajó Georgia-. Su vida está vacía. Está estancada en el pasado.

Jarrod puso sus manos sobre los hombros de Georgia.

– ¿Cómo puedes defenderla después de lo que ha hecho?

– ¿Me amas, Jarrod? -preguntó Georgia, estremeciéndose.

– Desesperadamente -dijo él, vehementemente-. Nunca he dejado de amarte.

– Entonces puedo permitirme ser generosa con la tía Isabel.

– Yo no, mi amor. Pienso hablar con ella -Jarrod atrajo a Georgia hacia sí con dulzura y la besó delicadamente-. Georgia, mi querida Georgia. Cuánto he deseado hacer esto.

Y se fundieron en un abrazo prolongado, acariciándose, besándose, susurrándose palabras de amor. Hasta que se separaron respirando entrecortadamente.

– Estas semanas han sido una pesadilla -dijo él, con voz ronca-. Creía que me iba a volver loco -tomando a Georgia de la mano, la hizo sentar-. Cuatro años, Georgia. Cuatro años creyendo que amaba a mi hermana.

– Calla, Jarrod -Georgia cerró los ojos y dos lágrimas se deslizaron por sus mejillas.

– Sé que te hice daño, mi amor, pero la noticia de Isabel me había dejado horrorizado. Se añadía a la constante presión a la que me sometía cada vez que estábamos solos, y no pude soportarlo.

– Cuando te vi besándola creí que estaba soñando.

Jarrod hizo una mueca de dolor.

– Tengo que reconocer que no me siento orgulloso de mi comportamiento -sacudió la cabeza-. Todo comenzó cuando empecé a pasar contigo la mayor parte del tiempo. Me miraba con coquetería, intentaba tocarme. Yo hice como que no me daba cuenta. No sabía cómo reaccionar.

– Ella amaba a mi padre y se sintió traicionada cuando él se casó con mi madre.

– No creo que Isabel sepa lo que significa el amor -Jarrod suspiró-. Yo sólo sé que no me sentí capaz de contarte lo que Isabel acababa de decirme y pensé que mi única alternativa era marcharme. Sé que no me creíste cuando te dije que no había nada entre ella y yo, pero pensé que era mejor dejarte con esa confusión que contar la verdad. Incluso aunque me odiaras -acarició con el pulgar la mejilla de Georgia.

– Al principio me desesperé y cuando perdí al niño quise morir. Para superarlo intenté convencerme de que no había pasado nada. Luego, cuando volviste, quise creer que te odiaba, pero… -Georgia cubrió la mano de Jarrod-, estaba intentando ganar una batalla perdida. Tú formas parte de mí, Jarrod, y odiarte es odiarme a mí misma.

Jarrod la estrechó contra sí, peinándole el cabello hacia atrás con la mano.

– No sé cómo he sobrevivido estos años, Jarrod -continuó ella-. Comía, bebía, trabajaba…, pero no vivía.

– Yo he sentido los mismo. Cada vez que abría una carta de casa temía enterarme de que te hubieras casado.

– Y yo te imaginaba a ti rodeado de hermosas americanas.

Jarrod rió quedamente.

– ¿Te acuerdas cuando insinuaste que me había acostado con Ginny?

– Estaba tan celosa… -dijo Georgia.

– Nunca ha habido otra, mi amor. He vivido como un monje. Nadie podía sustituirte.

– ¡Oh, Jarrod! -el corazón de Georgia rebosaba amor-. Para mí no ha habido tampoco nadie.

– ¿Ni ese batería grandullón?

– ¿Andy? No -Georgia sacudió la cabeza-. Sólo somos amigos.

Jarrod hizo una mueca.

– Estuve a punto de partirle la cara el día que te tomó en brazos para saltar la verja.

Georgia rió.

– Supongo que inconscientemente he usado a Andy para provocarte celos -Georgia bajó la mirada-. Al principio pensé que podría soportar verte, pero en cuanto te vi supe que seguía tan enamorada de ti como antes. E intenté combatir ese sentimiento con todas mis fuerzas.

– Y yo estaba seguro de que podría mantenerme distante. Quería que me odiaras. Era la única manera de sentirme seguro. Pero cuando me trataste con indiferencia creí enloquecer y supe que nunca dejaría de amarte.

– Pues lo disimulaste muy bien -bromeó Georgia.

– Eso pensaba yo hasta que te oí cantar. Los celos me devoraban y por eso intenté convencerte de que dejaras el grupo. Si no eras mía, no quería que pertenecieras a ningún otro. Puede que Isabel y yo nos parezcamos más de lo que creemos -Jarrod apretó los labios y miró a Georgia con pesadumbre-. La tarde que te besé estuve a punto de perder el control. Y cuando cantaste aquella canción sentía que el corazón se me hacía pedazos.

Georgia ocultó el rostro en el pecho de Jarrod.

– Y luego yo fui horriblemente desagradable contigo en el camerino. No pude evitarlo.

– Me lo merecía. Y cosas peores -Jarrod hizo una pausa-. ¿De verdad escribiste esa canción después de que hiciéramos el amor por primera vez?

Georgia asintió.

– Fue tan maravilloso que me salió sola. Nunca pensé en cantársela a nadie más que a ti, pero Lockie la encontró y… -Georgia se encogió de hombros.