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– Supongo que me he quedado cuatro años atrás -continuó él-, y sigo pensando en Lockie como el muchacho de la pandilla que tocaba la guitarra -sonrió con tristeza y Georgia no pudo reprimir el impulso de mirarlo.

Y ya no consiguió apartar la mirada de él, cautivada por su boca, la blancura de sus dientes y los hoyuelos que se le formaban en las mejillas. Como siempre, tuvo deseos de seguir sus rasgos con la punta de la lengua, llegar a la comisura de su boca y adentrarse en ella. Con un movimiento brusco de cabeza, arrancó de su mente aquellos pensamientos libidinosos.

– Es increíble lo rápido que pasa el tiempo.

– ¿Tú crees? -la interrogante surgió de su boca sin haberla formado conscientemente y Jarrod la miró de pronto con una nueva quietud. Georgia intentó introducir un tono más superficial-. Creía que sólo las personas mayores se quejaban de eso -dijo, con una risa forzada.

Un silencio incómodo los envolvió, y Georgia dio un sorbo al café templado.

– Peter te ha echado de menos esta semana -dijo él, con una dulzura que la tomó por sorpresa.

– Lo siento -Georgia barrió la habitación con la mirada-. He estado muy ocupada y como sabía que habías venido, he pensado que…

– No querías arriesgarte a coincidir conmigo -concluyó Jarrod, bajando el tono de voz.

– No digas tonterías -dijo Georgia, con aprensión-. ¿Por qué iba a pensar eso? Supuse que tu padre querría pasar algo de tiempo contigo. Y es cierto que he estado muy ocupada.

– Eso parece. He venido un par de veces y no estabas ninguna de las dos -Jarrod dejó la taza sobre la mesa y se puso en pie lentamente-. Era inevitable que nos encontráramos, Georgia. ¿O lo dudabas?

– Claro que no -Georgia tragó saliva. Tenía la garganta seca-. Jarrod, estás dándole demasiadas vueltas.

– ¿Tú crees, Georgia?

Jarrod se quedó de pie frente a ella, de brazos cruzados. Sus vaqueros gastados se ajustaban a sus musculosos muslos y las pulsaciones de Georgia se aceleraron como solían hacerlo en el pasado, de una forma tan familiar que le costaba creerlo.

Aunque en cuatro años ningún hombre la hubiera hecho vibrar, el tiempo se disolvía súbitamente, despertando sus sentidos a las peculiaridades del cuerpo del hombre que tenía ante sí y a la modulación de su voz grave y melodiosa. Georgia sintió un pánico creciente. No. Nunca más. No consentiría que volviera a herirla.

– Lo siento, Georgia -suspiró él-. Sabes que de no haber sido por Peter, no habría vuelto. No he podido evitarlo.

Georgia sintió que se le encogía el corazón y se reprendió por alimentar la ilusión de que Jarrod hubiera vuelto por ella. ¿Cómo podía ser tan ingenua? Y en cualquier caso, qué importancia tenía. A ella, al fin y al cabo, le daba lo mismo.

– Pero ya que estoy aquí… -siguió él, vacilante-. Lo queramos o no vamos a tener que vernos.

– No con demasiada frecuencia -dijo ella, con una calma de la que se enorgulleció-. Supongo que estás ocupándote de los negocios de tu padre y que estarás trabajando. Puedo visitar al tío Peter cuando estés fuera, así que no tenemos por qué coincidir -se forzó a mirarlo a los ojos con frialdad.

Un nervio temblaba en la mandíbula de Jarrod.

– Si lo prefieres así -dijo, quedamente.

Georgia tragó saliva. Lo que ella quería era borrar los cuatro últimos años y aquella nefasta noche, y que todo volviera a la normalidad entre ellos. Su amor. La fe que tenía en la integridad de Jarrod. Tantas cosas. Pero eso era imposible.

Se puso en pie y alzó la barbilla.

– Creo que es lo mejor, Jarrod, teniendo en cuenta… bueno -se encogió de hombros, incómoda.

– ¿Teniendo en cuenta qué? -Jarrod entornó los ojos.

– Teniendo en cuenta todo lo que… -Georgia balbuceó-… todo lo que pasó. Soy más madura y sé mucho más que entonces. Así que no temas que vuelva a hacerte una escena. Eso forma parte del pasado.

– No creo haber dicho que ese fuera mi temor -dijo Jarrod, quemándola con la mirada. Tras una pausa, añadió-: Escucha, siempre fuimos buenos amigos. ¿Por qué no empezamos de nuevo e intentamos al menos ser amables el uno con el otro?

Su voz profunda despertó zonas aún más sensibles de Georgia, y ésta tuvo que morderse la lengua para no dejar escapar una carcajada amarga.

– ¿Amables? Claro que podemos serlo. Tú, yo. Y la tía Isabel.

Capítulo 3

Jarrod apretó los labios y sus mejillas se colorearon.

– No pienso volver a defenderme, Georgia. Tal vez pido demasiado al intentar olvidar el pasado. Pero me hubiera gustado que pudiéramos ser amigos -dijo pausadamente, como si le costara articular las palabras. Suspiró-. Es tarde. Debo marcharme, mañana me levanto temprano. Peter quiere que vaya a visitar la oficina de Gold Coast.

Georgia hubiera querido gritar: «Solías llevarme contigo». Posó los ojos en Jarrod y respiró con dificultad. Los recuerdos seguían acumulándose. ¡No! «Concéntrate en el presente», se ordenó. Pero el presente significaba mirar a Jarrod, perderse en su contemplación.

Su cuerpo se aproximaba más a la perfección que el de ningún otro hombre. Sus piernas largas y fuertes, su trasero firme, la espalda ancha y recta, los brazos sólidos que abrazaban formando un refugio cálido y seguro.

Georgia tragó con dificultad y se retorció las manos. «Olvida el pasado», se dijo en un gemido. «Olvida su cuerpo».

Jarrod no era más que eso, un cuerpo. Parte de un pasado que Georgia no necesitaba recordar.

Estaba ya en la puerta cuando se detuvo y volvió la cabeza hacia ella.

– Despídeme de Lockie. Y por favor, ven a ver a Peter. Te echa de menos.

Y tras esas palabras, se marchó.

Georgia se metió en la cama convencida de que padecería de insomnio, pero el agotamiento la hizo caer en un profundo sueño, librándola de pensar en Jarrod Maclean y en el desconcertante descubrimiento de que seguía afectándola tanto como en el pasado.

– ¡Georgia! ¡Georgia! -gritó Lockie, subiendo la escaleras del porche.

– ¿Por qué haces tanto ruido? -exclamó Morgan, que estaba sentada ojeando una revista de moda.

Hacía una semana que Jarrod había llevado a Georgia a recogerla y las cosas empezaban a adquirir cierta normalidad. Aunque eso no significaba que Morgan les hubiera dado explicaciones. Estaba más apagada que de costumbre y se negaba a dar explicaciones. Ni siquiera quería hablar con Steve, a pesar de que la llamaba todos los días. Lo único que decía era que Steve le había pedido que se casara con él y ella le había contestado que no quería comprometerse con nadie.

No habían visto a Jarrod y Georgia intentó convencerse de que había soñado su retorno y de que el Pacífico seguía separándolos.

– ¿Georgia? -llamó Lockie de nuevo.

– ¿Qué pasa ahora? -dijo Georgia, alzando la vista cuando Lockie irrumpió en el cuarto de estar. Estaba intentando acabar un trabajo para su curso de empresariales.

– ¡De todo! -Lockie se dejó caer sobre una silla…

– No será para tanto -Georgia sonrió.

– Juzga tú misma. ¿Qué quieres primero las buenas o las malas noticias? -suspiró profundamente e, inclinándose hacia adelante apoyó los codos en las rodillas y la cara en las manos-. Debería estar encantado pero…

Georgia arqueó las cejas y miró a Morgan antes de mirar a su hermano.

– ¿Pero? ¿Por qué deberías estar encantado?

– Por el concierto que he conseguido en el Country Blues -dijo Lockie.

– ¿Qué concierto? -Georgia seguía enfrascada en su trabajo y sólo le dedicaba parte de su atención a su hermano.

– El concierto, Georgia. El que llevo intentado conseguir hace tiempo. El que me dijiste que consiguiera.

Georgia alzó la mirada.

– ¿El que te dije que consiguieras? ¿Te refieres al del Country Music Club, en Ipswich?